El juego de palabras en la poesía de Héctor Rotger

Por Enrique José Milani

El punto máximo referencial de la proficua labor de Héctor M. Rotger, sobresaliente maestro- músico, docente, literato- es, según nuestro entender, el libro Cura de Palabra- poesías, ensayos, cuentos. Edición: Universidad Nacional del Litoral- 2009. Lo consideramos síntesis de todo lo publicado hasta aquí por su autor. Lo haremos, pues centro, de nuestro comentario, como un homenaje a su incansable labor de develar el misterio de la palabra. De todo lo que encierra el libro, nos detendremos sólo -y esto ya comporta un viaje interminable- en los poemas, porque si bien es cierto que jugar con las palabras, en su sentido máximo, se da en sus otros géneros, es en la poesía donde se pone de manifiesto toda su esgrima creativa y lúcida para este asombroso juego de malabares.

Cura de palabra contiene un centenar y medio de poesías, campo sumamente fértil para demostrar la maestría en el no tan común arte de dotar a la palabra de un eficiente virtuosismo, exigiéndole que diga lo ya dicho, lo que se dice y lo que pudo haberse dicho; es decir, toda la carga semántica hecha de siglos y experiencias, de vida y tiempo, de todo lo que fue, es y será posible nombrar con ellas. Él sabe que entre el significante gráfico o sonoro y el concepto, ideas, contenido, es decir, la realidad que se concentra en la serie de letras, media un universo, un cúmulo incalculable de vivencias y experiencias personales imposible de abarcar. Podemos decir, que toda palabra difiere, en cuanto a su realidad contenida, de una criatura a otra; cada palabra contendrá vibraciones, resonancias, sugerencias únicas para cada ser humano que la pronuncie o escriba.

Para posibilitar despertar todo esto en cada lector, considerando que en cada uno ese mundo es único e irrepetible, el autor recurre al juego de palabras. Otros ya lo han hecho y lo hacen, pero quizá con otras intenciones: divertir, entretener, asombrar, impactar. No es este el propósito de Rotger. A él lo anima el afán de exigirle al verbo, vocablo, la máxima posibilidad de comunicación múltiple, a fin de obtener una comunión lo más universal posible. El objetivo del libro esconde el deseo más íntimo y preciado por su gestor: que entre los seres, las cosas y él no medie nada, sólo el mirar para así descubrir su originalidad, su “pristinidad”, su pura y clara inocencia. Que el río, árbol o cielo estén sólo en el mirar, ¡que no haya distancia!¡Qué hermoso sería!¡Qué encanto, sublimidad, invariancia y eternidad del ser! Pareciera que el poeta estuviera empeñado, sea con la palabra-tal vez lo logre-, sea con la experiencia, en rescatar el indecible asombro, gozo y fruición de Adán al emerger- cuerpo y alma- ante la realidad del universo recién creado.¡Cuánto le habrá durado esa felicidad! Parece que no mucho, porque inmediatamente el Creador le asignó la tarea de ponerles nombres a las cosas. Y a partir de aquí, la separación entre el hombre y los seres fue abismal. Adán hubiera preferido la inacabable visión y disfrute de lo que tenía a la vista, a tener que ponerles etiquetas a las cosas, que a partir de aquí resultaron meras pantallas, más o menos transparentes, para ubicarlas en el tiempo y en el espacio.

Contra esta triste realidad, nuestro autor ensaya un recurso- que por recurrente- le otorga un sello caracterizador: el juego de palabras. Se trata de un expediente que nos llamó la atención por su reiterada presencia y que les otorga a sus versos un distintivo particular. Uno de sus poemas que muy significativamente ostenta el título de “Nombre”, sugerentemente representa a tope lo que estamos diciendo. Se trata de un soneto. En catorce versos repite 14 veces la palabra “pájaro”, y lo hace de manera tan calculada que aparece una sola vez en cada verso. ¿Para qué? Precisamente para acercar hasta confundirlos al significante sonoro y gráfico “p-á-j-a-r-o” con la realidad única, inconfundible del ser alado. En otras palabras, para que “pájaro palabra”... ”se haga pájaro vida que despega”..., y “pájaro que vuela”... ”sea pájaro cielo cuando suene”. ¡Estupenda y original simbiosis! Veamos otros ejemplos: “... solo un rato lunar/ de un lunar rapto de júbilo.” “Recuérdame que estoy, sé mi recuerdo/ de que yo no soy parte de este todo/ sino que soy el todo en una parte/ y que hacen falta dos para ese uno. Sé mi recuerdo de estar que somos/ nada menos que todo cada uno/ que es cuando uno está no siendo todo,/ y no siéndolo todo, no es ninguno.” “En el fondo, cada uno de nosotros/ es el modo en que ingresa a este segundo,/ y al inmediato y próximo segundo/ y al próximo, y al próximo, y al próximo.” “Y fue venir de siempre a espabilarme/ que todo es siempre y, como nunca antes,/ en cada siempre espié la maravilla.” “El hombre inventa todo/... y luego se repliega/ ... y ya no vuelve,/ deja que lo envuelvan,/ lo absuelvan/ y lo absorban/... que lo imaginen/ pero no lo marginen;/ y ya no juega,/ juzga,/ y ya no oye, huye./ No oye ni juega,/ juzga y huye./ Corre,/ se enreda,/ arguye./ Se complica aplicando/ lo que explica..”. .Tan atrapante es este juego que podríamos llenar páginas con más ejemplos.

Y otra particularidad que no podemos obviar son los curiosos neologismos que inventa. Dice de la luz: “lunó sobre sus copas” (algo semejante a la nieve), el hombre “Codifica su cáscara/ cascariza su código”, “...el César. Él me ha numerizado” (refiere al DNI), “... perplejándome, sosteniendo en vilo/ mi aliento...”, “... sea la sombra bienvenidamente/ saludada, por más que no sea.”, soñante, enteridad, rosedad y tantos otros.

Enorme arcano el de la palabra. Así lo entiende Rotger cuando dice: ”... al vérnosla con la palabra nos topamos con el misterio, que no deja de serlo aunque, como hablantes, la hayamos rutinizado a un grado increíble” y nos precave sobre esto último porque “el vaciamiento de las palabras nos deja a la intemperie”

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Héctor Martín Rotger. Foto: Mauricio Garín.

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”Mujer y pájaros” (1968), de J.Miró.