Llegan cartas

“Desgracia por partida doble”

Rosa Cechetti.

DNI. 13.119.583.

Señores directores: En mi condición de habitante del edificio donde transcurrió el hecho al que ese vespertino tituló “Desgracia por partida doble” en su edición del día lunes 26 de julio de 2011, también de lectora consuetudinaria del mismo y, en carácter de militante de la verdad, por simple oposición a la mentira ignorante, o a la mentira intencional, catártica o infamia propiamente dicha, me dirijo a ese diario con el propósito de presentarles algunos interrogantes que fluyen de la lectura de v/publicación cuyo título ya he citado.

Comienzo preguntando ¿cuándo recogieron tan vagos testimonios y a quiénes consultaron? Esta duda radica en que conozco a la mayoría de las personas que habitamos el edificio, he hablado con cada una de ellas y he observado cómo estamos todos sumidos en una gran tristeza por haber perdido una excelente vecina, y también su compañero, al que diariamente veíamos pasar a recoger a María Inés rumbo a sus trabajos. Realidad que nada tiene que ver con el relato escrito en la nota, en cuyo texto se hace referencia a: “Esta señora era muy especial”, “no se la veía mucho”, relatado por “otra vecina que sólo se la cruzó un par de veces en la puerta del edificio”.

Ni muy ni tan especial, María Inés era una persona normal, seria, de bajo perfil, de hábitos normales tales como ir diariamente a su trabajo, hacer sus compras en el supermercado del barrio, sacar la basura en los horarios debidos y vivir su vida sencilla y anónimamente, sin pompas ni alardes y lo que es más destacables aún: sin molestar a nadie. Se la veía siempre, en los mismos horarios (los que coincidan con los míos muchas veces) yendo y viniendo de su trabajo con su compañero, el que curiosamente, también fue su compañero de partida. Después de su muerte, todos hemos podido comprobar que se trató sí de un ser humano especial, pero especial en positivo, porque resultó que esa persona de bajo perfil, silenciosa y humilde era una científica, una académica de trayectoria de la UNL, y nosotros, sus vecinos por años, no la llamábamos ni “ingenieria” ni “doctora”, porque de la convivencia en el edificio jamás conocimos de su talla intelectual, actitud digna de destacar en los tiempos que corren, en los que existen quienes detentando grados académicos se hacen llamar más por estos que por sus nombres propios.

La otra crítica a los testimonios por ustedes recogidos, es sobre los dichos de otra vecina que señala “en el barrio somos todos muy discretos”, una discreción que no hace falta cuando ocurren acontecimientos como el referido, sino que por el contrario, observar o ver en forma normal, las circunstancias acontecidas, podría aportar solidaridad o ayuda en la resolución de la situación, cosa que no ocurre cuando las miradas son sesgadas. Quisiera agregar también que el barrio Candioti como ningún otro barrio puede arrogarse ser totalmente discreto, porque como en toda comunidad, hay diversidad de personalidades, de buenas y malas costumbres, de virtudes y defectos, de inocentes y pecadores.

Expresados el interrogante y la crítica, y esperando la publicación de esta misiva, con el único objeto de reivindicar a las personas que partieron, por su honorabilidad, omitida en los relatos de mezquinos vecinos que testimoniaron basados en sus propios prejuicios, contribuyendo a una verdad fabulada y faltando a la verdad verdadera.