Balance de una victoria notable y una derrota concluyente

Rogelio Alaniz

Ganó el oficialismo y ganó en buena ley, pero básicamente perdió la oposición. La victoria se explica por si sola, no necesita ni excusas ni coartadas, es por definición bulliciosa, alegre y optimista. Por el contrario, la derrota reclama reflexión, sobre todo cuando es abrumadora, cuando se confunde con la paliza o el luto.

En toda elección hay ganadores y perdedores. Pero hay maneras y maneras de perder. En el boxeo no es lo mismo perder por puntos que por knock out; en el fútbol no es lo mismo perder por un gol que perder por goleada. Pues bien, el domingo la oposición, toda la oposición, perdió por goleada.

Una oposición fragmentada, dispersa, sin líderes convocantes recibió su merecido. Como le gustaba decir a Perón, no ganamos por nuestros méritos, sino porque nuestros adversario son peores que nosotros. Las imputaciones en este caso no son personales, sino políticas, aunque la crítica incluya el obsesivo personalismo que exhibieron los dirigentes, incapaces de un gesto generoso, de un acto de grandeza, incapaces en definitiva de ver más allá de sus narices o, “de saltar sobre sus propias sombras”.

Las cifras son tan elocuentes que en cierto punto hacen innecesario el balance. Los números dicen más que todas las palabras. Se sabía que el oficialismo iba a ganar pero no por tanto; se sospechaba que la oposición iba a perder, pero no por semejante diferencia. La señora ganó en todos lados; en los pueblos y en las ciudades, en los barrios ricos y en las barriadas populares, en el campo y en la ciudad. En nuestra provincia le ganó a Binner y se impuso en diecisiete departamentos. Pero no sólo ganó por la cantidad de votos que obtuvo sino -y esto es concluyente- por la diferencia que le sacó al segundo: casi cuarenta puntos.

La oposición no pudo construir un liderazgo alternativo. Las diferencias de votos entre Alfonsín y Duhalde son mínimas, no llegan a un punto, con el agravante de que el empate se da sobre un total de votos que está muy por debajo de las expectativas que alentaban sus referentes.

El único candidato que aparece con un perfil propio y con un futuro abierto es Hermes Binner. El gobernador de Santa Fe obtuvo más votos de lo esperado y lidera una coalición política sobre la cual se podrán tener opiniones diversas pero no se le puede negar coherencia. Como se dice en estos casos, Binner salvó la ropa. No sé si está en condiciones de festejar el resultado, pero en este lote de dirigentes es el único que tiene futuro.

Otra de las conclusiones parciales de este proceso electoral es que las estrategias de los opositores fracasaron o no dieron los resultados esperados. ¿Se podría haber hecho otra cosa? Todo indica que sí y que lo que no se debería haber hecho fue lo que efectivamente se hizo.

Empecemos por los radicales. Estas elecciones fueron convocadas para dirimir candidatos internos. Nadie mejor preparado para ello que el radicalismo, cuya afición a las internas ha dado lugar a ironías de todo tipo, al punto que más de una vez se ha dicho como humorada que para los radicales es más importante ganar una interna que ganar las elecciones nacionales.

Esta era la ocasión de lucirse, de armar una gran interna nacional entre candidatos de lujo como hubieran sido Cobos, Sanz y el propio Alfonsín. Es lo que no hicieron. La responsabilidad, por supuesto, se hace extensiva a Margarita Stolbizer y Elisa Carrió y, en menor medida, a Hermes Binner. El narcisismo de los dirigentes derrotó a la política y terminó por derrotarlos a ellos.

Al peronismo federal le corresponden culpas parecidas. Su historia es la historia de sus deserciones. Duhalde por un lado, Rodríguez Saá por el otro, Reutemann en Miami, Solá en su casa y Macri en Europa. Con este panorama, lo sorprendente no es que hayan sacado doce puntos, lo sorprendente es que no hayan sacado menos.

Si en el campo de la oposición, Binner es el único que relativamente salvó la ropa, la gran derrotada -de manera concluyente- fue Elisa Carrió. La experiencia enseña que en política no sólo es importante un buen discurso, sino que ello se justifica y otorga sentido cuando existe una adecuada metodología de construcción política que no es una mera cuestión técnica, sino un correcto diagnóstico respecto de la sociedad real. Es lo que en Carrió siempre estuvo ausente, y la política terminó por cobrarse esa omisión o ese error.

De todos modos, sería injusto a la luz de los números suponer que la señora Cristina ganó exclusivamente por los errores de la oposición. Yo puedo pensar que el kirchnerismo es un fraude ideológico o una farsa, pero sería necio desconocer que de una manera oblicua, sesgada, “impura”, como suelen ser los procesos sociales y políticos, ha tenido la virtud, la habilidad o la astucia de movilizar zonas sensibles del imaginario social. Si la oposición, en cualquiera de sus variantes, desea hacer un aprendizaje real de lo sucedido, deberá hacerse cargo de que por el peor o por el más tortuoso de los caminos el kirchnerismo ha establecido un piso básico de la política del que no hay retorno. A ese piso se lo puede mejorar, se lo puede hacer más amplio, más limpio o más consistente, pero no se lo puede negar.

Dejemos para lo último lo más importante: los resultados de las urnas nos dicen que una gran mayoría del pueblo argentino quiere que la señora sea presidente por cuatro años más. Lo del domingo fue un ensayo, pero el ensayo se parece mucho al texto definitivo. Seguramente de acá a octubre habrá novedades, pero salvo que ocurra una catástrofe social, las líneas fundamentales de la voluntad soberana están trazadas. El dibujo no será una obra de arte pero es el que la sociedad quiere y, si somos coherentes con nuestros valores democráticos, debemos aceptar este veredicto del único jurado competente en la democracia: el pueblo.