Entrevista a Guillermo Martínez

El deseo como intriga

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Guillermo Martínez. Foto: Alejandra López.

¿Cómo contar la relación sexual de otra manera? Martínez articula con una prosa depurada y sobria la historia fugaz pero muy intensa de un profesor argentino que en el sur de los Estados Unidos se enamora de una de sus alumnas, en los días previos al atentado de las Torres Gemelas. Los riesgos proliferan mientras los capítulos (encuentros amatorios) avanzan hacia un desenlace intenso e inesperado. “Yo también tuve una novia bisexual”, plantea con un lenguaje pleno de matices -desde su título sugestivo hasta el registro “al ras de la piel” en que se comunican sus protagonistas, siempre verosímiles en su carnalidad e ironía- el escalamiento de lo sexual como línea de intriga.

 

Por Augusto Munaro

—¿Cómo y cuándo surgió “Yo también tuve una novia bisexual”?

—Como casi todas mis novelas, surgió a partir de una idea para un cuento. Empecé a escribirla como el último cuento que cerraría un libro de relatos sobre sexo y muerte que escribo de a poco, y que tiene como título provisorio Los reinos de la posición horizontal. Lo mismo me había pasado antes con La muerte lenta de Luciana B. Hay historias que a medida que uno las escribe revelan otras potencialidades, además del núcleo inicial de ideas. En el caso de Yo también tuve una novia bisexual la primera idea, el germen inicial era contar una relación fugaz pero muy intensa, que termina por tocar profundamente a los dos protagonistas. Quería, además, contar algo de lo que Calvino llama el “mundo no escrito”, en este caso en torno al sexo. Hasta el siglo XIX, el sexo era el gran tabú de la literatura, y aun en libros considerados “libertinos”, como Historia de mi vida, de Casanova, la aproximación al sexo es por antesalas, prolegómenos, elipsis. En el siglo XX en cambio hay algo así como una súper-explotación del tema, que lo “encierra” en otros clichés: el sexo tal como aparece en el realismo sucio, el sexo asociado a cierto cinismo o sordidez, el sexo en sus variantes violentas o sádicas. O bien, la otra variante, lo que yo llamo la sublimación lírico-filosófica: el sexo embellecido por metáforas, por cierta retórica demasiado literaria. Yo quería contar una historia que siguiera el escalonamiento de lo sexual en una relación con naturalidad, con la misma atención y detenimiento con que el narrador observa todas las demás cosas de ese mundo nuevo del campus al que llega. Creo que es difícil encontrar ejemplos en la literatura donde el foco sea la progresión de una relación sexual, porque escribir sobre sexo, sobre el hecho en sí, de manera sostenida, es difícil e incómodo, y puede llevar muy pronto a ciertas repeticiones mecánicas de “figuras”.

—Y allí estriba el desafío.

—Exacto. En mi novela, cada escena debía tener un significado diferente y propio. La segunda idea, más “teórica”, tiene que ver con una de las divisiones posibles de los relatos. Hay en la literatura por un lado la construcción de grandes frescos históricos-políticos, la recreación de tal o cual momento histórico concreto. En el otro extremo, tenemos los relatos de relaciones íntimas, de mundos privados, secretos, relativamente autónomos, ajenos en principio a ese ruido de lo histórico. Yo quería que esta historia secreta fuera tocada en algún momento por esa gran conmoción que fue el 11 de septiembre. Poner el efecto mayor y estentóreo de lo histórico al servicio del efecto “menor”: mostrar las consecuencias en una historia privada de ese roce indirecto y funesto. A partir de este primer par de términos opuestos (lo privado versus lo político) se me ocurrió introducir también la pequeña teoría crítica que aparece más adelante, como apuntes mentales del narrador para una conferencia.

—Éste es su noveno libro y uno de los más atípicos de su producción.

—Algunos de los lectores creen que es un libro drásticamente diferente de mi obra anterior. Esto es cierto, y es algo que me propuse, pero a la vez, yo veo varias líneas de continuidad: en el trabajo del lenguaje hay algunas semejanzas con obras anteriores: los diálogos que no están separados por guiones sino “recordados” como una alternancia de voces (la misma técnica que usé en La muerte lenta de Luciana B.), la necesidad de traducir del inglés y el mundo del campus universitario, como en Crímenes imperceptibles. En cuanto al tema, el relato erótico ya lo había intentado en Infierno grande y en varios otros cuentos que publiqué en estos años, en algunas escenas bastante explícitas de mi segunda novela La mujer del maestro, y también en los primeros capítulos de La muerte lenta de Luciana B. La novedad es que en esta novela el tema sexual es la nota dominante, el sexo aparece como un prisma de varias dimensiones, y el escalamiento de lo sexual es una de las líneas de intriga.

—El sexo articula buena parte de la historia. La bisexualidad se presenta como un terreno complejo. ¿Siente que la temática erótica le ayudó a ampliar sus posibilidades narrativas?, ¿por qué?

—Sentí que era un desafío difícil escribir de una manera sostenida sobre sexo. Las posiciones son relativamente pocas y el primer peligro es la repetición mecánica, transformarlo en “una cuestión de orificios”. En general, aún en las novelas eróticas, el sexo aparece como “números”, escenas intercaladas. Yo quería que en mi novela fuera algo así como un continuo, y que se viera algo de la progresión física y emocional de una pareja. La otra dificultad al escribir sobre sexo es que el lenguaje se vuelve anatómico y es difícil encontrar las palabras que sean a la vez precisas y expresivas. Uno queda enredado en un lenguaje que es a veces infantil, o médico, o puramente descriptivo, o sórdido, o excesivamente vulgar. Por eso en general la escapatoria en las novelas eróticas suele ser la metáfora, o una retórica demasiado alzada, que termina distanciándose del asunto. Lo que me permitió acercarme más, escribir “al ras de la piel” fue el registro del diario íntimo.

—Si bien la historia narra escenas explícitas, su lenguaje no lo es. ¿Desconfía de él?

—Intenté que cada escena estuviera contada de una manera distinta, con diferentes registros, pero que todas mantuvieran algo de la naturalidad con que el narrador describe otras situaciones y otros personajes de ese mundo nuevo al que se asoma.

—¿La trama continúa siendo esencial para narrar una historia?, ¿por qué?

—Yo percibo, tanto como lector como cuando escribo mis propias historias, que uno de los elementos que más me interesa en narrativa es el de cierto suspenso, la inminencia de algo que desconocemos y que se va configurando a medida que avanza la historia. Este suspenso no tiene por qué ser explícito como, por ejemplo, en una novela policial. Es una cuestión de atmósfera, de enrarecimiento, de tensión creciente. Para mí la importancia de la trama en lo estructural tiene que ver sobre todo con esto. Si no hay trama, si los hechos se suceden de modo arbitrario, si lo que predomina es la digresión, la novela pierde esa tensión interna, esa progresión de lo dramático. En el caso de esta novela, el suspenso tiene que ver con el ocultamiento y el disimulo de los dos protagonistas, que son profesor y alumna en una universidad conservadora donde esa relación está prohibida.