Entrevista a Carlos Bernatek

El destino individual y la historia mayor

Por Augusto Munaro

 

Carlos Bernatek (Buenos Aires, 1955) es uno de los más distinguidos escritores argentinos de su generación. La prueba de ello no sólo la avala su trayectoria a través de treinta años de intensa labor cultural, sino la estructura narrativa de su estilo; la concepción diferente -siempre exigente- en que supo consolidar a través de una serie de novelas como “La pasión en colores” (1994), “Rencores de provincia” (2008) o su libro de relatos “Larga noche con enanos” (1998), una representación tan rica como compleja de la realidad. “Banzai” (Editorial Norma), su última novela, continúa en cierto modo las peripecias de Marcos Garnier, quien decide abandonar un pasado tan gris como apagado para renacer por completo. Con ese fin, el de huir del oprobio de la rutina, de una vida plagada de frustraciones, se lanza hacia lo desconocido donde se encuentra con una serie de acontecimientos que crecen en tensión e intriga en cada uno de los climas y giros imprevisibles de la trama.

La historia, sobria en su tono, cuya prosa seca recuerda en cierta medida a las propuestas de Walsh y Piglia, se despliega a través de un dominio discursivo eficaz, revelando sus misterios a medida que se avanza en la lectura. “Banzai” relata, entre tantas cosas, la vida de un hombre de carne y hueso henchido de sueños de libertad.

—¿Cómo fueron cambiando sus narraciones, desde “La pasión en colores” hasta hoy?

—Cambió la estética de lo narrado. No ciertos temas obsesivos que se han amplificado, o al menos he procurado enfocar con diferentes ópticas y lecturas más pormenorizadas. Pero hay algo subyacente en aquella primera novela que anticipaba determinadas búsquedas en las que prosigo, sobre todo en una mirada política que en “Banzai” es más evidente.

—¿Por qué “Banzai”?

—Banzai, además de los significados chinos y japoneses que consigno en el acápite, es un grito desesperado. O un grito de desesperanza: es el kamikaze que se va a estrellar como misil contra el enemigo. Entonces, el término configura el texto de una inmolación, además de las valoraciones éticas con que se ha investido al protagonista. Y está ese sentido expresamente señalado de “estoy dispuesto a cambiar esto por toda la eternidad”, o sea, la eternidad vale más que el instante. Esa intención deliberada de cargar al objetivo de una trascendencia tal, encuentra algún parentesco en la novela con una serie de decisiones que harán virar la historia con ese tipo de carga simbólica.

—Buena parte de “Banzai” se desarrolla en San Clemente. Una ciudad balnearia turística, prolífica de playas, pero también -y fuera de temporada- un rincón suburbano un tanto solitario y fantasmagórico. ¿Qué le brindó ese espacio a la hora de trazar la trama de la novela?

—El San Clemente de la novela tiene ciertos elementos del espacio real y otros provenientes de la argumentación que me propongo: un lugar turístico pero marginal, con atisbos de una naturaleza imponente y desechos de la cultura. Una contradicción a partir de la cual elijo ese territorio propicio para ubicar lo ambiguo de las cuestiones sociales e históricas que desde ahí se van desplegando.

—¿La historia es el resultado de algún plan argumental o surgió como producto de la improvisación?

—Yo siempre tengo un plan, aunque no sea el acertado. No puedo trabajar de otro modo. Lo que ocurre es que en el tránsito de la construcción del relato van surgiendo alternativas, caminos alambicados que tomo o descarto. Sobre todo por una peculiaridad que tienen todas mis novelas: el movimiento, el periplo, esa cuestión que viene del cine, del road movie, que siempre me atrajo.

—¿Cómo juegan las obsesiones a la hora de escribir?

—Y, creo que hay que dejarlas jugar libremente en los textos para después contenerlas, sujetarlas un poco en la corrección. O quedaría simplemente el discurso de la subjetividad que no le interesaría a nadie. Personalmente, no me interesa esa clase de psicologismo en la literatura.

—El protagonista, quien adopta una identidad falsa, Marcos Garnier, es un hombre que carga sobre sus hombros un problema irresoluble. Por momentos es un outsider. No obstante, desea pertenecer a ese mundo que vive criticando. ¿Cómo trabajó esa delgada y ambigua línea de su psicología?

—El protagonista, para los memoriosos que hayan leído antes mi novela “Rutas argentinas”, proviene de ese libro. Allí ya tenía delineados los rasgos de Garnier (en realidad, ése es su nombre apropiado: nunca se dice el real). Es un tipo que deliberadamente se sale de la norma, pero actúa dentro del sistema, embozado en esa usurpación. Ahora bien: en “Banzai” aparecen detalles de su infancia y de su juventud, que otorgan otra información; narro pasajes de su historia donde la peripecia personal se inscribe en el marco de una historia mayor y real: la de Eichmann, la del caso Penjerek, la del caso Pésic, y otras muchas. Pero vistas como microhistoria, no como epopeya.

—A su vez, hay mucha ironía y resentimiento por parte del protagonista, me refiero al tono de su habla. Garnier es un individuo resignado.

—Bueno, si uno analiza ahora detalles generacionales y particulares de la vida del protagonista, creo que no le dejan otra alternativa que sobrevivir en ese sitio sesgado de la ironía y el resentimiento. Una vez que ha trazado su plan de evasión, no parece tener otras posibilidades. Es su modo de resistir.

—El suspenso avanza alternando varios planos: pasado y presente, abriendo un espacio para plantear enigmas. Por ejemplo el caso de Norma Mirta Penjerek. Pero no sólo eso, sino también hay lugar para historias de la Segunda Guerra Mundial, me refiero a cazadores de nazis en territorio argentino. ¿Cómo fueron creciendo esos nexos narrativos?

—Ése es un espacio ficcional que me propuse específicamente. Sin aspirar al non fiction, al modo de Walsh o de Capote, quise que el texto estuviera atravesado por ciertas líneas argumentales de la historia real, que aparecieran esos casos puntuales iluminando (u oscureciendo) la ficción. Creo que allí radica una cuestión básica del sentido de la historia: su pretensión (porque es una novela pretenciosa) de enarbolar arbitrariamente determinados sucesos reales como demarcatorios de casi cincuenta años de historia, el último medio siglo XX.

—Asimismo, en la novela hay trama de espías y conspiración -sin olvidar la organización fraudulenta donde decide trabajar el protagonista-. ¿A qué género pertenece “Banzai”?, ¿por qué?

—No lo sé del todo. Podría ser un policial negro, pero están los sucesos reales enmarcando una época. Hay un discurso intimista del personaje, está su mirada del mundo. Hay hechos de sangre. No sé; tampoco me preocupó mucho determinarlo.

—Detengámonos en el lenguaje medido de su estilo. Los capítulos de la novela son breves, desarrollados a través de una prosa precisa aunque seca, sin remilgos. ¿Cuán importante es para usted el lenguaje?

—Encontrar el lenguaje apropiado para cada texto resulta, probablemente, lo más importante, o al menos el 50% de la encrucijada narrativa que debe sortear un texto. Es curioso advertir cómo, a veces, esa cuestión naufraga en una traducción. En este caso, lo llamativo para mí es el retorno a la primera persona. No casualmente vos partiste del parentesco con “La pasión en colores”, escrita hace más de quince años. Ésa es una filiación específica. Quise volver a narrar desde allí, contar desde la cabeza del protagonista. Y el discurso se torna por momentos grotesco, o brutal, escasamente delicado, por decirlo de algún modo. Es el lenguaje que me pareció más fiel al personaje y a lo que quería narrar. En tercera hubiese resultado una novela diferente; porque acá yo necesitaba acotar ese distanciamiento entre la voz del narrador y lo narrado.

—¿Es posible imaginar un linaje literario que desemboque en “Banzai”?

—Y, el linaje literario es todo lo que arbitrariamente me ha marcado como lector, aun en su contradicción: de Arlt a Saer, de Dostoievsky a Briante; de Velmiro Ayala Gauna a David Goodes.

—¿Qué tiene que contar una novela para despertar su interés?

—Es una pregunta sin respuesta para mí.

—¿Por qué?

—Porque si lo supiera de antemano, con toda certeza, decaería mi interés. La cuestión, probablemente, pasa más por cómo se cuente que por lo contado, si es cierto aquello de que ya los griegos contaron todo. Pero debe haber algo básico en la iteración, por eso los más chicos piden siempre que se les cuente de nuevo la misma historia.

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Carlos Bernatek.

Foto: Cecilia Romana