En busca de la inmortalidad

En busca de la inmortalidad

Antiguos mitos, leyendas y cultos a los muertos testimonian el ansia de inmortalidad del ser humano. En la foto: cofre con una momia egipcia del período tardío.

Foto: Archivo El Litoral

Pbro. H.M. Zanello

El tema parece no encuadrarse dentro de las expectativas de esta posmodernidad globalizada, cuyas principales preocupaciones serían el tecnicismo de la informática en una globalización neocapitalista y los logros exitosos de las investigaciones científicas, en las que el hombre se siente acosado por acontecimientos que limitan sus miradas sólo a lo inmediato de la vida con prescindencia de todo problema que atienda a la espiritualidad, especialmente al sentido último del vivir humano.

Ciertamente, la vida es el don más apetecido y conservado instintivamente. Ningún ser humano que se siente realizado desea la aniquilación.

Desde la psicología, sin embargo, descubrimos que la inmortalidad es buscada de mil maneras, con una visión del más allá. La esperanza de una “inmortalidad” está muy consustanciada con la condición humana misma.

Esto implica una visión del hombre como “peregrino” de lo eterno.

Por eso, será bueno percibir lo que el hombre piensa sobre su destino, incluso antes de toda influencia religiosa y sobre todo de la “revelación cristiana”.

De aquí, nace el tema sobre el destino del hombre, su futuro existencial, y la pregunta acuciante: “¿Hay una vida después de esta vida?”.

Los mitos antiguos, el culto a los muertos, los datos arqueológicos, ciertos rituales funerarios son inherentes a la creencia de un estado post-mortem del ser humano.

Los mitos antiguos fueron una forma de interpretar el mundo y la humanidad, ya que el mito procura explicar el origen de la vida y de la muerte, la lucha entre el bien y el mal, victorias y catástrofes... El mito siempre acumula una herencia cultural inconsciente, y se constituye en un arquetipo que ayuda a la humanidad a descubrirse y explicarse.

Recordemos entre otros el mito de Sisifo. Cuando Sisifo encadenó a Tanatos, el dios de la muerte, la muerte perdió su dominio; ya nadie moriría. Está también el mito o leyenda de Gilgames, héroe del diluvio a quien los dioses inmortalizaron colocándolo en una isla maravillosa; Gilgames pide a los dioses el “secreto de la vida eterna” angustiado por la amenaza de la muerte. Los dioses le responden que jamás encontrará la vida que busca; cuando los dioses crearon la humanidad, se guardaron la vida eterna en sus manos y dieron al hombre como destino la muerte. Pero Gilgames no se deja disuadir y llega a la isla maravillosa del hombre inmortal y allí consigue el “árbol de la vida” y regresa esperanzado.

Al volver, “una serpiente sopla con su aliento sobre el árbol de la vida y se lo roba; el héroe, desilusionado muere como todos y se va al país sin retorno, donde la comida consiste en polvo y barro, y los reyes son despojados de sus coronas.

El hombre seguirá siempre siendo el mismo y estando bajo el signo férreo de la muerte. Soñará con la inmortalidad y con la novedad de vida, pero eso no pasará de ser un sueño.

La civilización egipcia fue por excelencia una civilización centrada en el tema de la muerte y de la inmortalidad. De allí que el embalsamamiento era una imitación de lo que sucedía en el mas allá.

La personalidad consciente permanece durante la inmortalidad unida al cuerpo y a su principio animador de origen divino.

El lenguaje místico del hombre primitivo manifiesta el principio/esperanza que desgarra el corazón del hombre; lo mismo que sentimos hoy nosotros en el marco de otro horizonte de experiencia.

Vimos en esta nota la búsqueda de la inmortalidad en el hombre primitivo; faltaría ver esta instintiva búsqueda en el hombre actual, en el hombre científico, para percibir luego la respuesta esperanzadora que propone el cristianismo con la revelación, tal como trataremos en próximos artículos.