¿Quién se robó mi niñez?

Oscar Manuel Donnet.

D.N.I.: 11.758.431.

Señores directores: Una vez más he vivido un Día del Niño, nuevamente disfruté de todas esas caritas sonrientes, en especial las de mis nietos queridos, de esas plazas repletas de pequeñines corriendo de un lado a otro, llenos de alegría con sus globos y golosinas, sabedores de alguna manera de que se pueden aprovechar de los mayores y pedir de todo, hasta lo que no quieren.

Me sentí bien, hasta se me había pasado el fastidio de que hayan corrido la fecha por las elecciones; la nostalgia también hizo su parte remontándome a mi propia niñez, muy feliz por cierto, y en esa carga de emociones de pronto la vi, agazapada, como escondida en el tumulto, estaba ella: “la dura realidad”. La cotidiana imagen se magnificó en mi mente y dejó de ser parte del paisaje y se transformó en dolor. Por aquellas menuditas criaturas pidiendo una moneda en la esquina donde el semáforo hacia detener la marcha de los automovilistas, a pocos metros de la plaza donde otros chiquitos jugaban. Se me agolparon infinidad de pensamientos. Claro, el contraste era mayúsculo, los chicos de una lado y del otro eran absolutamente inocentes, cada uno en su mundo y a su manera eran pasivos actores de un porvenir cercano. En mis pensamientos apareció aquello de que “la humanidad debe al niño lo mejor que puede darle”... o que “el niño gozará de una protección especial y se dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios”. Y de que “el niño debe ser protegido contra todo forma de abandono, crueldad y explotación”. Claro, los chicos del semáforo y muchos otros miles nunca se enterarán de estos derechos. El flagelo de la miseria, la pobreza y el desempleo de los adultos hace que muchos chicos no sean nunca niños. Son chicos de la calle, donde crecen con sus propias reglas, sin afecto, sin educación, expuestos a toda clase de abusos por parte de aquéllos que carecen de escrúpulos, tratados con indiferencia y sometidos a la más cruel marginación.

El padre Luis Farinello ha sintetizado esta problemática diciendo: ‘El chico de la calle es un pibe que sufre y que vive de frustraciones. Atrás de ellos hay familias desnutridas, sin trabajo, un papá alcohólico, una mamá golpeada. Está expuesto al desprecio de la gente y de la policía que lo cataloga como negro, sucio, feo y chorro”. Qué duro, ¿no?. ¿Cómo nos sentiríamos nosotros si fuéramos considerados de la misma manera? Seguramente no podríamos entender tanta mezquindad, no podríamos entender de que nadie se dé cuenta de que estamos necesitando ayuda, y probablemente nutriremos sentimientos de rencor, desconfianza, soledad y violencia, que no son buenos para nadie pero mucho menos para un niño, un niño es como la masa del pan que hay que trabajarla, darle tiempo para que laude y luego darle la cocción para llegar a disfrutarlo diariamente en nuestra mesa. Dicen que todos tenemos un niño dentro, pero si no vemos en estos chicos a nuestros propios hijos, nietos, a nosotros mismos, sólo nos queda preguntarnos como en el tango, ¿quién nos robó la niñez?

Páginas gratas

Profesora María Teresa Rearte

Señores directores: Las páginas interiores del diario El Litoral, en este caso La Región, que reflejan la vida en el interior de la provincia de Santa Fe, suelen ser muy gratas. Lo ha sido en este caso la nota que, con firma del señor Gustavo Capeletti, se titula “Plasmaron el vía crucis del mundo actual”, referida al proyecto institucional y social llevado a cabo por alumnos de Calchaquí.

Podría decirles que los felicito; pero prefiero decirlo de otro modo: gracias por la enorme alegría que nos dan al escribir una nota así.

No tengo el correo de las instituciones participantes para darles también las gracias a ellos por un proyecto tan bueno y tan bello. Si les es posible, les pido tengan la bondad de transmitirles también a ellos las repercusiones de su obra. Demuestran la fuerza expansiva del bien. Está en nosotros hacerlo conocer y valorarlo. Gracias a todos. Los saludo muy atentamente.