El mal uso de la razón

Arturo Lomello

Es muy conocida aquella afirmación de que lo que distingue al hombre de los demás seres de la creación es la racionalidad. Ante los hechos que vivimos días tras días, de los cuales nadie está exento, tal afirmación tambalea de inmediato y apenas profundizamos un poco se cae sola.

¿Cómo en efecto podemos sostener nuestra racionalidad cabal si desde el fondo de los siglos hemos dirimidos nuestros problemas mediante la guerra que ha dejado frustrada a centenares de millones de vidas jóvenes? Y esto de la guerra es una de las tantas demostraciones de que la facultad racional que nos ha sido dada es un don que no sabemos usar. Al salir a la calle, por ejemplo, y comprobar el atiborramiento infernal de los millares de vehículos que contaminan el aire y el ambiente con el ruido de sus motores y los gases que despiden, ¿cómo no advertir que ese amago de apocalipsis no es precisamente consecuencia de una cabal racionalidad?

Y así podríamos continuar dando ejemplos de que no somos totalmente racionales. Y nuestra irracionalidad es doblemente perjudicial porque se transforma en hechos que atacan a la naturaleza del planeta y condicionan negativamente la convivencia humana, como es el caso de las dictaduras sangrientas, la drogadicción, la explotación del hombre por el hombre, su desmedido afán de lucro, la discriminación ideológica o racial, etcétera.

Por supuesto, y parece una ironía decirlo, a veces somos racionales. Allí están los logros científicos, las experiencias fructíferas de convivencia, los ejemplos permanentes de millares de personas que siguen verdaderamente las enseñanzas de Jesús en la vida de todos los días.

Pero cuánta oscuridad o indiferencia en torno de esos ejemplos. Sin embargo, aunque no somos del todo racionales, conocemos la racionalidad en esos momentos en que la vivimos y como todo tiende hacia la luz si no está destruido, se abre siempre la esperanza de que aquella afirmación del principio se convierta en una total realidad.