La unidad originaria del hombre

María Teresa Rearte

No se puede generalizar. Pero tampoco se puede ignorar que vivimos tiempos de hostilidad y agresiones. Tal como se presentan los acontecimientos no se puede ignorar que estamos lejos de alcanzar la unidad y la paz de la familia humana. Tampoco se puede desconocer que la liberación de la mujer no se ha realizado. Que incluso se la busca por caminos que no le permiten alcanzarla. Hay estructuras que pesan. Mientras el varón se encuentra abocado al hacer y busca la eficiencia, ella conserva cierta ponderable cuota de humanidad.

Desde el vientre de la mujer nace la vida humana. Nacen los hijos, jóvenes generaciones que necesitan vislumbrar horizontes nuevos. Y vivir en un mundo más humano. La verdad, en la que tanto se insiste desde la fe cristiana, es también la verdad acerca de las relaciones humanas, del varón y la mujer, recíprocamente. La que no se dará sin la cooperación del varón, que cuando ha podido ha sometido a la mujer. Con obligaciones que le quitan la posibilidad de la iniciativa. O creando imágenes falsas, de las que ella misma es víctima y debe ser consciente, que reducen y distorsionan su ser y su vocación. Que le quitan libertad y dignidad.

No es como se dice que la despenalización y liberalización del aborto sea una empresa llevada a cabo de espaldas al varón, al padre. ¿Por qué? ¿Tan fácilmente deja el varón, el padre, que se desconozca su participación y responsabilidad con relación al derecho a la vida del hijo, concebida con su concurso y nunca sin él? ¿Y si así fuera, no estaría faltando por omisión en cuanto a sus obligaciones? ¿No hemos visto mujeres abandonadas, afrontando solas su embarazo, tanto como la posterior crianza y educación del hijo? Y tantos otros interrogantes y argumentos que se podrían plantear con relación a este punto.

Una cuestión es la defensa del derecho a la vida de un ser humano que ha sido concebido, lo cual es un tratamiento objetivo. Y otra cuestión es atribuir, exclusivamente, a la mujer la responsabilidad de querer eliminar esa vida, eludiendo la que le cabe al varón, al padre.

Pienso que hay que pensar detenidamente y sin prejuicios la real deshumanización de la sociedad de la que somos miembros y en la que vivimos. Y hacer el intento o el esfuerzo, como se prefiera, de pensar la historia —que para el cristianismo es el lugar de la salvación— desde otro ángulo. ¿No será que el Capítulo 1 del Génesis nos convoca para ver la creación desde la inclusión de lo femenino y lo masculino, con la mirada puesta en la unidad y la humanidad? ¿Y por consiguiente haciéndonos responsables de la vida humana? Si orientamos nuestra mirada hacia la antropología de la creación tal como se la ha mostrado está claro que ha sido vista e interpretada desde el desorden. Esto es, desde el pecado, que es como se la presenta en el Capítulo 3 del Génesis. “Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará” (vers. 16). ¿No será que se nos invita a cambiar de perspectiva?

La soledad originaria del hombre es, en el relato bíblico, un camino que lleva a la unidad. “El hombre en su soledad originaria —dice Juan Pablo II— adquiere una conciencia personal en el proceso de distinción de todos los seres vivientes (animalia) y al mismo tiempo, en esta soledad se abre hacia un ser afín a él y que el Génesis (2, 18 y 20) define como “ayuda semejante” a él “ (*) Esto es: como el descubrimiento de una relación adecuada a la persona. “Y por lo tanto como apertura y espera de una “comunión de personas”. (*)

Para convertirnos de esa mentalidad individualista que caracteriza nuestro tiempo y la cultura, hay que comprender el concepto trinitario de Dios. La función del ser que es imagen, que es la de reflejar a quien es el modelo. O en otros términos, la de reproducir el prototipo, Juan Pablo II decía del hombre que “él es ‘desde el principio’ no sólo la imagen en la que se refleja la soledad de una persona que rige el mundo, sino también y esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de personas”. (*) Quiero señalar que la doble soledad del varón y de la mujer le otorgó a ambos la posibilidad para ser y existir en reciprocidad. Es lo que se transmite con la expresión “ayuda semejante”.

No se puede o no se debe seguir ignorando el orden y la armonía de la creación como cosmos y como humanidad, en los que se ven reflejados el bien y la belleza de la obra de Dios.

La mujer no tiene por qué estar subordinada al varón. Esto deben entenderlo los sexistas, los violentos, los individualistas en todas sus formas. El único versículo de los tres primeros capítulos del Génesis —vistos en su conjunto desde la antropología de la creación— donde se dice que algo no está bien, es precisamente cuando se refiere a la soledad del hombre. Esto es de gran importancia para la comprensión y organización de la vida matrimonial, familiar, social, cultural, gubernamental, en fin.

Pienso que este paradigma que tan bellamente nos propone Juan Pablo II tiene mucho que aportar y testimoniar para un cambio en nuestro tiempo. El que los creyentes en Cristo tenemos que saber transmitir y vivir, para que la historia, la vocación, el rol de la mujer dejen de ser distorsionados, silenciados, ignorados, ocultados, como sucede aún con las mujeres en ciertos ámbitos y en el siglo XXI.

Pero ese crecimiento no se logrará sin que a la vez tengamos en cuenta cómo —progresivamente— se ha venido consolidando una historia de agresiones, que alcanza aún a los más jóvenes. Y se ha formado un gran caudal de descontrol e ira. El que va a la par de las negociaciones a la dignidad de la persona humana, de muchas formas. Entre ellas, la trágica realidad de la esclavitud sexual, sobre la cual pesa un ominoso silencio.

Por todo lo expresado, no puedo dejar de preguntar y preguntarme, si los cambios que se perciben y no son pocos, de carácter social, político, cultural, incluso en el discurso sobre la mujer, y en el de las mismas mujeres, significarán un real camino a la esperanza. Porque no es el cambio por el cambio mismo lo que se anhela. Sino un cambio cualitativo. De crecimiento como personas. Con cierto orden de valores.

(*) Las citas corresponden a la catequesis de Juan Pablo II sobre “El matrimonio y la familia”, del 14 de noviembre de 1979.

La unidad originaria del hombre

“Adán y Eva”, de Lucas Cranach el Viejo (1472-1553)