La artesanía en Marruecos

La artesanía en Marruecos

Exposición de alfombras marroquíes. Foto: Archivo El Litoral

Javier Otazu

(EFE)

La artesanía, que emplea a casi 400.000 personas en Marruecos, goza de buena vitalidad, pero ya no se transmite de padres a hijos como antaño, porque las nuevas generaciones están perdiendo uno de sus ingredientes fundamentales: la paciencia.

La artesanía es una de las señas de identidad de un país que en 2010 atrajo a más de nueve millones de turistas, responsables en gran medida de que el sector tenga al año unas cifras de negocios de 16.000 millones de dirhams (1.400 millones de euros o 1.900 millones de dólares), con progresiones anuales cercanas al 15 por ciento en los últimos tres años.

Fabricantes de babuchas, alfareros tradicionales, hilanderas de chilabas y caftanes, tejedoras de alfombras, orfebres; todos esos oficios son todavía parte del paisaje de las medinas y zocos marroquíes y se han convertido, con la gastronomía, en uno de los atractivos turísticos más apreciados.

El ministerio de Artesanía celebra la Semana Nacional de la Artesanía, y una de sus manifestaciones centrales es la exposición de los “Grandes Maestros”, reputados artesanos de varias ciudades invitados a exponer sus obras en un palacio neomorisco situado en pleno centro de la capital.

Allí se han reunido los grandes artesanos distribuidos según sus habilidades: están las artes de la tierra (cerámica y alfarería), del metal (oro, plata y cobre), de la madera y de los textiles (ropa y alfombras).

“La artesanía en Marruecos goza de buena salud en la mayoría de sectores; tenemos 25 ferias regionales organizadas por los propios artesanos, escuelas donde se transmiten los oficios, marcas de certificación de calidad, y grandes grupos bancarios se han sumado al esfuerzo financiando” todas esta iniciativas, señala Mohamed Messalek, director de Estrategia y Promoción del ministerio.

El esfuerzo de modernización del sector es notorio: ahora es posible encontrar fundas para móviles en cuero personalizado; bolígrafos con fundas de plata repujada y hasta caftanes con escote o con la espalda descubierta.

Sin embargo, los viejos oficios, transmitidos durante generaciones, ya no encuentran un natural relevo dentro de la familia y si perviven es gracias a las escuelas de formación profesional.

“Esto ya no es como antes, es cada vez más raro encontrar a artesanos que han heredado el saber paterno; muchos de los que se dedican a esto son jóvenes que han fracasado en los estudios”, se lamenta El Fadel Yai, maestro de Marraquech en las artes del cuero.

“Los jóvenes ya no tienen paciencia, y sin paciencia no se avanza en este oficio: quieren subir la escalera de un salto, y no peldaño a peldaño”, apunta Yai, en una idea que encuentra eco en casi todos los casos.

“Mira este caftán, me costó hacerlo dos meses de trabajo, todo cosido a mano, ¿tú crees que hay jóvenes capaces de sostener este esfuerzo? Ya no tienen la paciencia, ahora quieren resultados inmediatos y cada vez se ven más caftanes que están mal acabados”, comenta por su parte Fatima Hachame, tejedora de Fez.

El saharaui Mohamed Abderrahman Esnaibe se ha dedicado toda su vida a la plata y los metales; es capaz de crear un anillo con una moneda de medio euro, o de fabricar dos pulseras de oro macizo que le llevan sesenta días de trabajo.

Su hijo, de 18 años, no tiene intención de seguir sus pasos, pero no por ello va a morir su negocio, pues Esnaibe se ha convertido en maestro para nuevas generaciones de entre 15 y 30 años, “los que -dice- no quieren ir a la universidad”, en un proyecto de formación profesional auspiciado por el ministerio.

En las callejuelas de Marraquech, Tánger o Fez es palpable la evolución del sector en estos últimos años, con diseños más modernos que toman distancias con la tradición sin romper con ella, y con colores y formas más audaces.