Mujeres por la paz

Wangari Maatahai, “la mujer árbol”, Premio Nobel de la Paz 2004, falleció recientemente en su Kenia natal. Cuando recibió la distinción había dicho: “El desarrollo sostenible, la democracia y la paz son inseparables”.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.

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Las noticias van y vienen, llenan los espacios y los centímetros de los periódicos. Algunas tienen más peso que otras, merecen más espacio, nos toman desprevenidos, suceden en innumerables y distantes lugares, son protagonizadas por anónimos o ilustres personajes. Pero hay algunas que nos impactan más que otras, sin dudas.

Tal lo que me aconteció cuando desde una de las páginas del diario El País, de España, me sorprendió la amplia sonrisa, estática desde la foto, de un rostro moreno que me resultó familiar, a la vez que me sacudía el contenido de la información: Wangari Maatahai, “la mujer árbol”, Premio Nobel de la Paz 2004, había muerto en su Kenia natal, el pasado 25 de setiembre, víctima de un cáncer de ovario.

Tenía sólo 71 años, plenos de vida, de trabajo, de esfuerzos, de sueños y también de logros.

Cuando recibió la distinción había dicho: “El desarrollo sostenible, la democracia y la paz son inseparables”. Ella sabía muy bien de qué hablaba. Era la voz y la presencia de un pueblo desgarrado, y tenía la oportunidad de ser escuchada por un público que, posiblemente, no se imaginaba el horror de la devastación, o al menos, nunca la sufriría.

Ella sí hablaba con propiedad, con la honradez, la sencillez y la claridad de una mujer luchadora que vivió en contacto directo con el hambre y la miseria humana. Sin ambages ni vergüenzas, le habló a la Europa que tiene que proteger en forma permanente sus costas del arribo casi diario de hambrientos y desamparados africanos que buscan inútilmente un lugar para cobijar su pobreza.

Wangari Maathai no limitó su vida a la mera retórica. Mujer entera, valerosa y pragmática, buscó soluciones en el accionar diario de una voluntad que no conoció de claudicaciones.

CINTURÓN VERDE

Wangari Maathai nació un 1º de abril de 1940 en Nyieri, Kenia, a unos 200 kilómetros al norte de Nairobi. Su historia es diferente a la de las mujeres de su país que en forma permanente son relegadas por la sola condición de su sexo. Estudió Biología en Estados Unidos y fue la primera mujer de África Oriental en obtener un Doctorado en la Universidad de Nairobi, donde luego dirigió el departamento de Veterinaria.

Fue en la década del ‘80 cuando, al frente del Consejo Nacional de Mujeres de Kenya, comenzó con su tarea de plantar árboles. Fue casi una obsesión y logró interesar a las mujeres, encargadas de casi todo el trabajo en una sociedad sumamente machista. Las reunió, las adoctrinó, les enseñó la importancia de la ecología y el peligro de la desertización de una tierra devastada. Así nació el Movimiento del Cinturón Verde, que se extendió incluso a naciones vecinas. Fueron miles de mujeres que se multiplicaron, llegando a plantar más de 30 millones de árboles. Su entusiasmo le hizo ganar el cariñoso apodo de Tree Woman, “La Mujer Arbol”.

No solamente la ecología la ocupó. También la condición de vida de las mujeres. Su actividad se cobró un precio. En la década del ‘80, su marido se divorció de ella, argumentando “que estaba demasiado educada, era demasiado exitosa, demasiado terca y muy difícil de controlar”.

También conoció la prisión a raíz de encabezar manifestaciones exigiendo elecciones limpias en su país. Luchó contra la corrupción de un gobierno acostumbrado a manejar a un pueblo ignorante y sometido.

CARGOS PÚBLICOS

En 2002 fue elegida diputada por el distrito de Nyeri. Un año después ocupó un alto cargo en el Ministerio de Medio Ambiente. Fue fundadora -además- del Mazingira Green Party, de signo ecologista. En 2005 fue elegida como primera Presidenta del Consejo Económico, Social y Cultural de la Unión Africana. Su incansable lucha la llevó a solidarizarse con las madres de presos políticos, participando de una huelga de hambre.

Mujer de palabra unida a la acción, conocedora y sufriente de las condiciones paupérrimas de un suelo agotado, salió junto a las mujeres a labrar la tierra.

Wangari Maathai unió la palabra a la acción, no supo de lujos comprados a expensas de su posición social. Buena parte del dinero obtenido con el Premio Nobel, alrededor de un millón y medio de euros, fue dedicado a seguir y reforzar la lucha por la salvación del medio ambiente de su país.

Wangari Maathai lucía su amplia sonrisa, que iluminaba su rostro moreno con la seguridad y la confianza de quien ha encontrado el verdadero significado de su existencia, justificando su paso por el mundo.

OTRAS MUJERES NOBEL

Ahora precisamente, en el año en que el Nobel de la Paz ha sido otorgado a tres mujeres, que cada una en su país, luchan por la dignidad de su sexo, sus plenos derechos y en contra de crueles marginaciones ancestrales, Wangari Maathai, deja este mundo.

Su fecunda siembra se multiplica, su mensaje ha sido escuchado por miles de mujeres que -como ella- aman la vida y la paz y saben que no se puede bajar los brazos frente a los espúreos intereses de un mundo sordo e indiferente.

Ellas siguen el camino de paz y trabajo que esta mujer -sin falsa sofisticación- les enseñó con voluntad y sacrificio, difundiendo la vida, buscando un futuro de paz en un mundo contaminado de ambiciones y materialismo inútil.

Fuentes consultadas

Diario La Nación: 9 de octubre de 2004.

Diario El País: 10 de diciembre de 2004 y 14 de octubre de 2011.