Crónica política

¿Peronismo real y peronismo verdadero?

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Rogelio Alaniz

Si a un turista más o menos politizado le preguntaran cómo calificaría ideológicamente a un gobierno que en el último mes ha amenazado con quitarle la personería gremial a un sindicato, rechaza el aborto y se opone a que los patrones repartan sus ganancias con los obreros, sin vacilar el entrevistado diría que se trata de un gobierno de derecha.

Si al mismo turista se le recordara que los niveles de pobreza en el Gran Buenos Aires son semejantes a los de la década del noventa, que la distancia entre ricos y pobres se mantiene igual, que el reciente informe de Transparencia Internacional persiste en ubicarnos entre los países más corruptos del planeta y que en los últimos siete años los vecinos de Puerto Madero pagaban el gas más barato que un cartonero del Gran Buenos Aires, el turista empezaría a sospechar de que es víctima de una de esas habituales cachadas argentinas.

Sin embargo, nobleza obliga, correspondería advertirle a nuestro visitante que se quede tranquilo porque hay otros datos que dan cuenta de que en la Argentina no gobierna la derecha y mucho menos la izquierda, sino que gobierna el peronismo en una de sus habituales versiones, el mismo peronismo que dirigió los destino del país en la década del noventa y no muy diferente al que estuvo presente en los años setenta.

También sería injusto asustarlo a este muchacho diciéndole que todas las iniciativas de este gobierno son de derecha. Es más, correspondería advertirle que la retórica del oficialismo suele estar más cerca de la izquierda que de la derecha y, además, ponerlo en conocimiento de que no debería sorprenderse de que en alguna de sus incursiones por Palermo o Belgrano, es decir los barrios bacanes de Buenos Aires, descubra para su asombro que este gobierno es defendido por intelectuales de izquierda convencidos de que Néstor y Cristina son el anticipo, cuando no la realización efectiva, de la revolución social en estos pagos.

Así y todo, los esfuerzos que nuestro huésped haga para proveerse de textos o discursos trascendentes de los nuevos abanderados de la justicia social serán vanos, porque hasta la fecha ningún filólogo o archivista ha podido rescatar una sola frase de Néstor que permita refutar las maledicencias de una oposición aviesa que no vacila en acusarlo de ser un vulgar pero habilidoso puntero peronista, manipulador, camandulero y sentimental, como el personaje del tango.

El turista no tiene la obligación de haberlo leído, pero hace algunos años Carlos Altamirano escribió un ensayo donde hablaba del peronismo real y el peronismo verdadero, una suerte de relación dialéctica (con perdón de la palabra) que le permitía a un sector del peronismo hacerse cargo del gobierno en nombre de lo real, mientras los otros se transformaban en opositores en nombre del peronismo verdadero, supuestamente traicionado por los artífices de lo real. Sin embargo, cuando los defensores del peronismo real entraban en crisis llegaban los peronistas verdaderos. ¿Ejemplo? En la década del noventa el peronismo real fue Menem, y el verdadero, sus opositores nacionales y populares. Al iniciarse el siglo XXI Menem ingresó en la galería execrable de los traidores y se hicieron cargo del peronismo real los que antes invocaban al peronismo verdadero.

¿Así son las cosas? No, no lo son. Pero es una excelente operación ideológica justificatoria, operaciones que el peronismo ha construido a lo largo de su historia con impávida eficacia. Por supuesto que estos formidables y sugestivos operativos justificatorios suelen ir acompañados de cándidos sinceramientos y ruidosas transfugueadas. El kirchnerismo para el relato oficial es presentado como un peronismo opuesto al menemista, pero sus voceros no dicen una palabra cuando les informan que el ochenta por ciento de los actuales funcionarios lo fueron en su momento de Menem. Y que los mismos que pregonaban las virtudes del indulto a los militares y se abrazaban jubilosos por haber logrado privatizar YPF o dejar al país sin ferrocarriles, ahora hacían exactamente lo contrario sin que se les moviera un pelo o un músculo de la cara. ¿Farsantes? ¿Cínicos? ¿Caraduras? Nada de eso. Peronistas simplemente.

Quien mejor sinceró esta relación fue Jorge Yoma, cuando en una entrevista un periodista le preguntó cómo explicaba que antes había estado con Menem y ahora estaba con Kirchner. Con su esdrujulizada tonada riojana, Yoma nos dio a todos una lección de peronismo real y verdadero al mismo tiempo. ‘Yo siempre fui peronista y a mí nadie me puede reprochar que haya sido funcionario de dos gobiernos peronistas como fueron los de Menem y Kirchner‘. Impecable. Impecable pero no alcanza. El peronismo es lo que dice Yoma, pero es algo más. Siempre es algo más y ese misterio es también uno de los factores constitutivos del peronismo.

El peronismo desde esa perspectiva es un acto de fe y como a todo acto de fe hay que renunciar a entenderlo a través de la razón. No hay peronismo sin mito y no hay peronismo sin poder. Quien quiera entenderlo deberá conjugar estos dos conceptos: el mito y el poder. Allí están su verdad, su luz y su sombra.

En el caso del peronismo actual este dispositivo de mito y poder se ha activado con singular brío. El talento del kirchnerismo ha consistido en estructurar un dispositivo de poder en el que los ricos hacen plata como nunca y los izquierdistas creen que están en el gobierno.

Es que el peronismo a lo largo de la historia fue un maestro en el armado de estas tramoyas. Sin ir más lejos, recuerdo cuando en 1972, en octubre o noviembre de 1972, estaba con un amigo de la “jotapé” tomando un café en el bar de la facultad de Derecho, y en algún momento le pregunté qué querían decir con la consigna ‘Cámpora al gobierno, Perón al poder‘. La explicación que me dio fue la siguiente. “Cámpora al gobierno”, es la respuesta política del movimiento al régimen liberal; Perón es la toma del poder a través de la guerra popular. Traducido a otro lenguaje, podría decirse que Cámpora sería el programa mínimo y Perón el máximo. Cámpora era la democracia burguesa avanzada y Perón la patria socialista.

Los hechos después se encargaron de probar lo contrario. El mejor momento de la juventud maravillosa ocurrió con Cámpora, porque con Perón no llegó la patria socialista, sino las Tres A y López Rega. No obstante ello, cientos de miles de jóvenes creyeron en ese disparate y algunos pagaron con su vida semejante alienación ideológica.

Por supuesto que los chicos estaban preparados para consumir toda esa mercadería. Para 1972 creían que Perón era algo así como un Fidel Castro criollo, que el peronismo era la antesala de la revolución social y que la Rosa Luxemburgo de esa nueva sociedad era Evita. Cuando la realidad se les vino encima, inventaron que Perón estaba entornado, que el peronismo verdadero había sido copado por los fachos y otras lindezas por el estilo. La consigna que mejor los representó entonces y puso en evidencia su impotencia fue: “¿Qué pasa General que está lleno de gorilas el gobierno popular?” Por supuesto que el General sabía lo que estaba pasando. Y vaya si lo sabía.

Los chicos en 1972 estaban preparados para consumir estos aderezos, pero lo fantástico es que cuarenta años después siguen dispuestos a consumir la misma papilla. En 1972 los chicos habían creado un peronismo que sólo existía en sus fantasías y deseos, un peronismo en el que el Che Guevara se mezclaba con Fanon, y Sartre con la teología de la liberación. Todo muy lindo, salvo el pequeño detalle de que el peronismo real era otro y era ese peronismo real el que ahora les mostraba su verdadero rostro, que ellos rechazaban horrorizados. Hoy Néstor es un personaje de Oesterheld y ella una heroína de “Carta Abierta”. Como siempre, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

Hace unos años, conversando con Miguel Bonasso, me admitía que efectivamente Perón era el responsable de las Tres A y de la muerte de muchos de sus compañeros, pero que a pesar de todo él seguía siendo peronista. La pregunta que yo me hice después fue la siguiente: ¿Por qué este escritor y militante seguía siendo peronista? ¿En qué país del mundo se da el caso de un militante que admita que su jefe lo traicionó, que fue el responsable de una frustración colectiva que produjo miles de muertos, que fue el instigador de una banda terrorista que ejecutó a sus compañeros y que, a pesar de todo, siga diciendo con orgullo que se mantiene leal a ese ideario, a ese liderazgo al que no vacila en calificar de genial y extraordinario? En ese punto yo renuncio a todo intento de comprensión, porque en esa adhesión hay algo atávico, mágico y oscuro al que me resulta imposible acceder.

No hay peronismo sin mito y no hay peronismo sin poder. Quien quiera entenderlo deberá conjugar estos dos conceptos: el mito y el poder.

El peronismo desde esa perspectiva es un acto de fe y como a todo acto de fe hay que renunciar a entenderlo a través de la razón.