Los problemas de la educación en la Argentina (II)

Problemas sociales, culturales y

geográficos del sistema educativo

Alberto Cassano

Los problemas sociales y culturales que afectan la educación, tienen como causa cambios operados en la sociedad que son bastante generalizados aun en el contexto internacional, pero sin las mismas connotaciones con que se manifiestan en la Argentina. El efecto pernicioso se observa, tan sólo en apariencia, con menos intensidad en las clases medias altas y altas porque en general disponen de recursos para la búsqueda de diferentes alternativas para organizar su vida familiar y hasta para aprovecharse de esas transformaciones. En cambio -siempre con excepciones como en cualquier conglomerado social- las clases medias bajas (originales o caídas a ese nivel por sucesivas desventuras) y los más pobres, antes sobrellevaban sus condiciones con dignidad pero en los últimos tiempos no han podido pergeñar los medios para evitar que las transformaciones les fueran alterando cada vez más sus condiciones de subsistencia y esto debido a que carecieron de las capacidades y los recursos para adaptarse. Terminaron por la opción más negativa que fue modificar sus comportamientos, convencidos que podían existir otros caminos que aparecían como posibles, sin pensar que en realidad son conductas que retroalimentaron negativamente sus propios objetivos de evolución.

¿Cuáles son los cambios producidos a los que una minoría, en apariencia, se supo adaptar un poco mejor e incluso beneficiarse y en cambio han llevado a depauperar la clase media, incrementado la cantidad de pobres?

En primer lugar las sucesivas crisis políticas que habitualmente han dado lugar a vicisitudes económicas cada vez más graves con o sin gobiernos democráticos. Invariablemente nunca afectaron en la misma medida a los que gozaban de bienestar económico. En segundo lugar, la irrupción de las nuevas tecnologías y sus consecuentes modificaciones en las exigencias laborales con el desconocimiento de un sector importante de la población, de que la vieja era industrial estaba desapareciendo para dar lugar a una fase “post” que todavía no tiene una definición muy clara, pero que ha introducido un cambio en los sistemas de trabajo y hasta en las necesidades de los consumidores. Que trae consigo la aparición de un diseño económico que busca canalizar la mayor cantidad de riqueza hacia una elite muy reducida, para la que no existe una equitativa y progresiva escala en los impuestos. Que un proceso de consolidación lleva a la concentración de los negocios más productivos en un cada vez menor número de grandes corporaciones con la evidencia de que en las grandes transacciones no existe más la competencia. Y que la globalización y el falso libre comercio han puesto a grandes sectores de la población de clase media baja a tener que competir con las manos de obra más baratas del mundo. En tercer lugar, la observación de la aparición de una forma astuta de ganar dinero en el corto plazo y con el mínimo esfuerzo, a veces asociada a la especulación financiera que ni siquiera paga impuestos y en otras, con formas bastante menos legales. Le sigue la pérdida de la movilidad social ascendente y su concomitante abandono del hábito de ahorro y deseos de mejorar sus capacidades a costa de fuertes sacrificios. Así como el convencimiento para un importante sector de la población de la imposibilidad de tener acceso a su vivienda propia que, acompañada de la inflación, empuja al consumo en bienes menores abandonando el sueño de la pertenencia de un hogar. Y se puede seguir enumerando. Por ejemplo, el convencimiento arraigado en muchos pobres de su incapacidad para conseguir un trabajo digno y en consecuencia llegar al abandono de su búsqueda. El aceptar como un lógico estilo de vida los subsidios del Estado que no son equivalentes a un seguro de desempleo. Que como paliativo transitorio son indispensables, pero como hábito permanente de vida son un aliciente a la apatía en renovar sus esfuerzos para lograr un ingreso estable fruto de su trabajo. Ni qué hablar de la casi impunidad con que se asalta, se secuestra y se roba, tanto en la calle como en la función pública. La entrada de la droga, otrora privilegio de los que disponían de sobrados recursos para comprarla y ahora difundida en toda la sociedad y es una de las principales causas del crimen organizado. Todo ello acompañado de la violencia que, además, se ha impuesto como medio generalizado de resolver cualquier disputa. Y se podría seguir con una aún mayor lista de circunstancias que han conducido a desvalorizar la cultura del esfuerzo y el sudor, desdibujar las ansias de superación mediante el sacrificio y el empeño, olvidando que sin un alto grado de capacitación generalizada, no puede existir empleo para todos. Y en cambio, esforzarse en emular a los que triunfan sin trabajar y a los que se enriquecen a costillas de otros. Y aceptar los hechos ilícitos como normales en la sociedad de hoy se ha vuelto un lugar común. En resumen, abandonar o restarle importancia a lo que durante tantos años fue el arma más importante de la movilidad social ascendente, que fue la preocupación por una buena educación.

Con estos estándares de vida, muchos padres gradualmente impusieron menos exigencias a sus hijos, les aplicaron menos límites a sus conductas, se desentendieron de inculcar que sus principales obligaciones son reconocer la autoridad familiar, estudiar y respetar a sus educadores y sobre todo olvidaron que el proceso educativo empieza y termina en nuestra casa. En este contexto, los maestros dejaron de ser los actores principales que continuaban con la labor formativa de los padres y aquellos que debían comenzar a moldear la conciencia de un futuro ciudadano y hombre de bien. Porque hasta en muchos casos encontraron la oposición de los progenitores de sus alumnos que no sólo pretenden desdibujar las faltas de sus hijos en el ámbito escolar, sino que hasta llegan a la agresión para ocultarlas. El maestro fue perdiendo trascendencia en una etapa de la vida donde su función es irremplazable y paralelamente su profesión dejó de ser respetada, valorada y recompensada como correspondía. No es por lo tanto de extrañar que con el tiempo parte de ellos hayan entrado en el camino del facilismo, porque en última instancia es el que le crea menos inconvenientes. Y con estos comienzos, la labor de los profesores en los niveles subsiguientes se encuentra cada vez con menos cooperación familiar, teniendo entonces las mismas decepciones y un conjunto de ellos, hasta con cierta lógica, termina por adoptar las conductas que no generan ni disgustos ni problemas. Que hay muchos que, en un encomiable esfuerzo individual, siguen remando contra la corriente es cierto. Pero no alcanza. Hace falta más y la permanente participación de todos los actores.

La otra dificultad tiene que ver con las diferencias geográficas que hay en el país y que no se resuelven desde hace años. Mientras los estudiantes de la Ciudad de Buenos Aires se quejan porque a veces no funciona la calefacción en invierno y la buena ventilación en verano, los de algunas regiones como Catamarca, Corrientes, Chaco, Formosa, Jujuy y Tucumán, para sólo dar unos ejemplos, tratan de aprender lo que pueden en condiciones lastimosas. Y en algunos casos los alumnos tienen que andar kilómetros por lugares inhóspitos, en el mejor de los casos a lomo de burro, para llegar a una escuela, que a veces es sólo algo más que un rancho, donde todos los chicos tienen uno o dos maestros para todos los grados. La igualdad de oportunidades en nuestro país es una de las falacias más grandes que se escuchan de todos los gobiernos. Y es posible que en estos lugares tan poco acogedores, los chicos hagan esos sacrificios con la ilusión de un posible progreso social, donde sólo en casos excepcionales, producto de inteligencias y constancias singulares, podrán competir con los demás niños del resto del país en condiciones de equitativas, porque en los hechos partieron de una condición inicial extremadamente diferente y desventajosa. (Continuará)

Problemas sociales, culturales y  geográficos del sistema educativo

Las diferencias geográficas impactan en la educación. Mientras los chicos de Buenos Aires se quejan porque no funciona la calefacción, muchos niños del interior asisten a escuelas rurales haciendo grandes sacrificios con la ilusión de un posible progreso social. Foto: Amancio Alem