La muerte de un tirano “marxista leninista”

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Rogelio Alaniz

No es justo alegrarse por la muerte de nadie, pero tampoco es necesario entristecerse por la muerte de un tirano. Corea del Norte no va a ser más libre porque haya muerto su canalla máximo, pero por lo menos ahora es posible alentar mínimas esperanzas acerca de alguna salida política que le permita a este desgraciado país empezar a salir de la dictadura dinástica que padece desde hace casi setenta años.

No va a ser fácil. King Jong Il antes de morir nombró a su heredero. No es su primogénito, porque ese caballero cayó en desgracia el día que fue detenido por las autoridades de Japón cuando con documentos falsos pretendía ingresar a la versión de Disneylandia en aquél país. A otro de sus hijos lo sorprendieron con su pareja masculina en un recital de Eric Clapton, un delito imperdonable en un país donde la homosexualidad es considerada uno de los delitos más graves.

Por lo tanto, el heredero es Kim Jong Un, un joven de treinta años cuyo exclusivo mérito es su condición de hijo. En la actualidad Kim Jong Un es miembro del Comité Central del Partido Comunista y general del ejército, dos jerarquías que obtuvo sin haber hecho otra cosa que ser hijo del “Querido Líder” y nieto del “Presidente Eterno”.

Por lo tanto, todo está preparado para que este parásito social sea el nuevo jefe del Estado.

Sin embargo, quienes conocen las truculentas internas de esta familia real de signo comunista, aseguran que el poder efectivo estará a cargo de su tío Jang Song Taek, casado con la hermana del “Querido Líder”. Se trata de un político mañero e intrigante que ha aprendido a sobrevivir a las feroces purgas partidarias y ha sabido tejer sólidos vínculos con el poder real y efectivo de este país: el Ejército.

Hay buenos motivos para creer que el régimen comunista de Corea del Norte no podrá sobrevivir a su tercer heredero. Eso es por lo menos lo que dice desde el exilio en Macao uno de sus hijos, mientras disfruta sin complejo de culpa de las historietas de Walt Disney. En un nivel más serio, lo cierto es que la pobreza de la población, el ahogo de la economía, hacen inviable la sobrevivencia de un sistema que cíclicamente reproduce hambrunas que llevan a la tumba a cientos de miles de personas. Los más optimistas esperan que suceda algo parecido a lo que hace veinte años ocurrió en Alemania; es decir, que el régimen se derrumbe y se produzca la unificación de las dos Corea luego de casi sesenta años de separación.

La otra alternativa es que el Ejército se haga cargo del poder y se abra una etapa de feroces ajustes de cuentas internos hasta que se consolide un liderazgo que promueva una salida parecida a la de China o la de Vietnam: mantener la dictadura política y abrir la economía con lo que vendría a confirmarse la hipótesis de que en el siglo veinte el comunismo ha sido la etapa anterior al capitalismo, pero al capitalismo en sus versiones más salvajes y despóticas.

Lo que está fuera de discusión es que la situación actual es intolerable. Corea del Norte cuenta con una población de alrededor de 23 millones de habitantes. Los cálculos más optimistas aseguran que en los campos de concentración hay en estos momentos más de 250.000 detenidos, un dispositivo represivo que mantiene viva la sensación del terror y abastece de mano de obra esclava a la economía “socialista”.

Como en todos los regímenes comunistas, en Corea del Norte está prohibido irse del país, pero además está prohibido trasladarse de una ciudad o de una aldea a la otra porque para hacerlo es indispensable contar con un permiso especial en el que debe justificarse con muy buenas razones los motivos del viaje.

El terror político es un dato internalizado en la vida cotidiana de la población. Se trata de una sociedad derrotada y sometida. Las leyes que castigan las disidencias más inocentes han superado en crueldad y barbarie a los regimenes más despóticos de la antigüedad. ¿Ejemplos? Hay detenidos que cumplen condena porque sus padres o sus abuelos cometieron delitos contra el Estado. Es decir, las sanciones penales son hereditarias, una condición que ni siquiera Hitler se animó a legalizar.

La pobreza de la sociedad es asombrosa y estremecedora. Mientras las noticias sobre al vida del dictador muerto mencionan su afición por los autos caros, los coñaques de marca y las películas pornográficas, en el país la gente se muere de hambre sin que esta afirmación sea literaria o simbólica.

La capital de Corea del Norte, Pyongyang, suma alrededor de tres millones de habitantes. Las noches son cálidas y estrelladas y los enamorados pueden disfrutar de ese paisaje poético porque la energía eléctrica solo funciona en algunos edificios gubernamentales o en la zona de hoteles que utilizan los diplomáticos. Después, la oscuridad es absoluta.

La población puede tener acceso a aparatos de televisión y de radio, pero la dictadura ha tomado la precaución de que los únicos canales u ondas que se puedan ver o escuchar sean los autorizados por el Estado. ¿Cómo lo han hecho? A través de técnicos que acondicionan los aparatos para que así sea. Hace unos cuantos años se construyeron algunas autopistas, que hoy semejan territorios vacíos ya que no hay nafta. Gracias a las virtudes del comunismo, Corea del Norte ha retrocedido a los tiempos de la tracción animal o humana, porque los únicos vehículos disponibles son los carros tirados por caballos o bueyes y las bicicletas.

El poder real y efectivo es el Ejército. Se estima que en la actualidad el país dispone de más de un millón de soldados que, sumados a lo que retóricamente se conoce como “milicias populares”, da como resultado una masa de cuatro millones de hombres armados. También en este punto, Corea del norte es fiel a la lógica del comunismo: el único sector moderno de la sociedad es el militar. La calidad de los armamentos se corresponde con la calidad de los servicios de inteligencia y el espionaje interno y externo, por lo que corresponde decir que la única maquinaria que funciona es la de la dominación y el terror.

Kim Il Sung, considerado el “Gran Timonel” y el “Presidente Eterno”, se hizo cargo del poder apenas concluida la Segunda Guerra Mundial. Allí se mantuvo hasta 1994. Como Stalin, practicó el culto a la personalidad más desaforado y extravagante. El supuesto marxista leninista se convirtió en un monarca absoluto cuya voluntad y capricho se transformó en ley. Su condición de “Presidente Eterno” iba más allá de la retórica congratulatoria. Su hijo y heredero murió sin poder ostentar este cargo, porque se considera que pertenece, “de aquí a la eternidad”, a su padre.

Los comunistas coreanos no sólo implantaron la monarquía absoluta en una versión tan estricta que muy bien podría decirse que a su lado Luis XIV es un rey liberal y republicano, sino que además, sumaron al despotismo las virtudes del misticismo.

Kim Jong Il se cree que nació en febrero de 1942 en una cabaña cercana al monte Paektu. La leyenda oficial, que los coreanos repiten como oración religiosa en las escuelas, asegura que ese tarde se dibujó en el cielo un arco iris doble y a la noche una nueva estrella apareció en el cielo. Ni los teólogos más extremistas de la Edad Media se hubieran atrevido a tanto.

Los dirigentes comunistas calificaron al bebé como dueño de “una inteligencia asombrosa, un agudo poder de observación, una gran capacidad de análisis y una perspicacia extraordinaria”. En suma, el marxismo leninismo transformado en religión a través de una de sus versiones más místicas y alienadas.

En estos días, en Corea del Norte se celebrarán las ceremonias del sepelio. El Estado declaró diez días de luto nacional y el llanto obligatorio. La muerte de Kim Il Sung era previsible desde hacía por lo menos tres años. No se sabe si murió de un infarto o un derrame cerebral. Estaba físicamente muy deteriorado y sus últimas energías las dedicó a asegurar la sucesión.

Su hijo, Kim Jong Un, reúne los atributos del mando y ya disfruta de la designación equivalente a “Gran Timonel” de su abuelo o “Querido presidente” de su padre. En este caso, el joven heredero será conocido por su pueblo con el título de “Brillante Camarada”. Todo esto parece muy divertido y pintoresco, pero para los millones de coreanos que padecen el régimen, estas payasadas tiene el sabor de lo macabro y lo siniestro.

El mundo, mientras tanto, sigue con atención el desarrollo de los acontecimientos. Corea del Norte es inquietante porque se ha propuesto ser una potencia nuclear y no hay indicios ciertos que aun no lo sea. Los burócratas del régimen han sabido moverse con habilidad aprovechando las diferencias entre las grandes potencias. Los apoyos de China comunista y Rusia han sido decisivos al respecto. Sin ir mas lejos, el gobierno chino al enterarse de la muerte del “Querido Líder” produjo una declaración que se inició con la siguiente frase: “Ha muerto un gran líder y un buen amigo”.