Un tal Iván

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Ignacio Andrés Amarillo

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A Iván Heyn le hubiera gustado el título de este texto. No porque se considerase “un talibán” (aunque el fanatismo por las ideas fuese una de sus características; y más allá del chiste remanido). Sino porque como buen “coyote” tenía desarrollado el sentido del humor, el mismo que junto al ahora también mediático Axel Kicillof y otros compañeros comenzaron a usar como arma de lucha cuando fundaron la agrupación TNT: la misma tomó su sigla de la expresión Tontos pero No Tanto, aunque hacía referencia también al trinitrotolueno que Wile E. Coyote solía usar en sus fracasados planes contra el Correcaminos.

Con ese personaje comenzaron a ilustrar ácidos volantes, algunos anticipando el tipo de humor que haría de “Barcelona” una publicación destacada. Así, comenzaron a ser conocidos como “los coyotes”, y al igual que el personaje de la Warner salían sonrientes a dinamitar, en este caso a la ensoberbecida Franja Morada de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, liderada por los temibles hermanos Yacobitti, quienes sólo temían a los Nosiglia (padre e hijo), con quienes tenían una proverbial interna.

Poner el cuerpo

De a poco TNT fue creciendo y disputando hegemonía, ya su web separaba “volantes en joda” (nunca perdieron ese costado) y “volantes en serio”. Así lograron hacerles frente a los Yacobitti, en la facultad más grande de Latinoamérica (62.000 estudiantes en esa época), cuando la Franja usaba a parte de los Borrachos del Tablón para disuadir opositores: ahí ya no bastaba tener ideas propias, sino que había que defenderlas con el cuerpo. Y ahí estaba Iván, en la primera línea, junto a Nicolás Cevela, Eduardo “Culata” Sempé, Lilén García, Ariana Kohon y otros compañeros.

Obviamente terminaron por liderar el Espacio Independiente de la UBA (allí estuvieron NBI, SLM! y parte de las agrupaciones que integraron esa histórica “bolsa de gatos” que fue el Movimiento para la Recuperación de Sociales), que en alianza con la izquierda logró sentarlo a Iván en la presidencia de la Fuba, el primer no franjista desde la recuperación de la democracia y el único independiente (el bloque de izquierda después retuvo la conducción). En ese cargo estaba cuando explotaron los sucesos de diciembre de 2001, y en tal rol lo entrevistó Martín Caparrós para el libro “Qué país”, que buscaba explicar el derrumbe. También estaba allí cuando vio arruinarse a su familia, como tantas otras, en la debacle económica.

Cumbre

Por una impugnación electoral, TNT no pudo hacer votar a sus delegados en el Congreso de la FUA de 2004, pero los llevó para mostrar presencia. El “rancho” del Espacio Nacional Independiente fue la Facultad de Económicas de Mar del Plata, y fue un hervidero irrepetible de ideas y debates.

La defección del Feti (Frente Estudiantil Tecnológico Independiente), por motivos egoístas, generó intensas discusiones, en las que Iván fue protagonista junto a Silvina Hualpa, líder del Movimiento de Autonomía Universitaria de Mendoza, secretaria general de FUA y virtual presidenta del ENI. Ver debatir a los referentes independientes más importantes era algo solo comparable a ver un duelo de guitarras entre George Harrison y Eric Clapton, en la época en que se disputaban a Patty Boyd. Finalmente, el pacto Franja Morada-JUP-CEPA hizo que se perdiera la oportunidad única de poner a la Hualpa al frente de la FUA.

En aquel congreso, quien suscribe estas líneas tuvo una epifanía: entrevió que un posible éxito del proceso kirchnerista absorbería buena parte de las líneas del movimiento independiente, surgido más del espanto que del amor, del abandono de los partidos tradicionales, de la traición del menemismo a los valores nacionales y populares; en todo caso, del amor por la política en medio de la antipolítica. Huérfanos de estructuras e ideólogos, estudiantes de todo el país habían salido a mostrarle una cara alegre a la noche neoconservadora: algo muy alejado de la imagen decadente de la militancia universitaria que eligió mostrar Santiago Mitre en su filme “El estudiante”, plagado de rosqueros, traidores y caprichosos niños grandes.

El después

En ese caldo de cultivo se crió Iván, pero él también vio en el giro político de la Argentina una oportunidad. Nuevamente marcando diferencias con el fallido filme de Mitre, se alejó el mito del “militante que no estudia” al graduarse con honores y seguir formándose. El resto es historia conocida: su militancia en La Cámpora, su crecimiento en el aparato del Estado, las corbatas que sustituyeron sus pañuelos árabes, y el final. Ese final a diez años exactos del momento histórico que lo tuvo como protagonista, más involuntario de lo que le hubiera gustado.

A esa historia le deja un testimonio de pasión por la política, entendida como medio de transformación de lo existente. No son pocos los que en declaraciones, o en los postreros mensajes de Facebook, le agradecen haberles encendido esa llama vital, esa compulsión vital por la política que consiste en meterse en el barro hasta el cuello, con la esperanza de extraer algún diamante cada tanto.