Una mujer feliz

Raúl Fedele

La señorita Talbot es la narradora de la espléndida novela La intromisión, de Muriel Spark (*), que acaba de publicar en la Argentina la editorial La Bestia Equilátera. Fleur Talbot, para ser precisos, un nombre que ella supone le pertenece tanto como “sus nombres a esas melancólicas Alegra, esos apocados Víctor, esas Gloria sin gloria y esas Angela materialistas”.

Fleur Talbot encuentra un trabajo raro como secretaria de un sir; mejor que nada en la carestía de esa Londres de posguerra, aunque tan raro y por momentos peligroso que más de uno lo abandonaría sin pensarlo dos veces. Pero Fleur Talbot aguanta porque es novelista por partida doble, porque es lectora y porque está en estos momentos escribiendo su primera novela. Es una gran lectora, sea por su afición a los libros (casi todas sus deudas son con librerías) sea porque anda por la vida leyendo la novela que está escribiendo. Y lee bien, no como una novelista boba o un novelista bobo. Anota al pasar: “El proceso de crear mis personajes era instintivo, la suma de mi experiencia total de los demás y el potencial de mi propia identidad. Desde entonces siempre se me ocurre lo mismo. A veces no llego a conocer a un personaje de una de mis novelas hasta pasado algún tiempo de su escritura y publicación”. En verdad, muchos detalles y personajes habían sido trazados en su novela antes de encontrar fantásticas similitudes con situaciones y personajes que aparecen en su nuevo trabajo.

Resulta que ella tiene que oficiar de correctora y medio autora en negro de las memorias que quieren (deben) escribir los diez miembros iniciales de la Asociación Autobiográfica que dirige el extraño sir que la ha empleado como secretaria. El modelo de autobiografía que alguien propone es la Apologia pro Apologia Pro Vita Sua (1864), del teólogo y cardenal inglés John Henry Newman (entre cuyos cultores se encuentra el actual Benedicto XVI), pero Fleur seguramente hubiera preferido las memorias de Benvenuto Cellini.

Algo siniestro cunde en el aire de la asociación. El sir que la dirige obviamente cultiva malignos propósitos, más sutiles y más oscuros que los del simple chantaje utilizando la franqueza que incentiva en los autobiógrafos. Cuando Fleur termina su novela, y ya cuenta incluso con un contrato de edición en mano, el pérfido sir se apropia del original, consigue que el editor se eche atrás con el contrato, y como testimonia la narradora, intenta destruir la novela, “al mismo tiempo que se apoderaba del espíritu de mi historia para utilizarlo en su provecho. Puedo demostrar exactamente cómo plagió mi texto. Por este motivo escribo sobre la causa de un efecto”.

Muchas vertientes confluyen en esta novela excepcional: consideraciones sobre la autobiografía como género, la profunda veta de auscultación sobre la que trabaja el verdadero artista, la religión sincera, los subterráneos del mal. En medio de sus desventuras (incluidas las amorosas), Fleur vive la epifanía de estar escribiendo una novela y cae extasiada, paralizada en medio del gentío de Londres: “¡Qué sensación maravillosa ser una artista y una mujer del siglo XX!”. Una de las atracciones más profundas de La intromisión es precisamente este personaje-narradora, envuelta en vendavales y que sin embargo marcha segura por su camino “por la gracia de Dios y llena de júbilo”. A propósito, la religiosidad sobrevuela la novela, con sus gracias y júbilos, y también con sus falsedades (el propio sir establece una especie de religión en su fatal asociación): “Si bien yo era creyente, estaba profundamente convencida de que el concepto que tenía Dottie de la religión era diametralmente opuesto al mío. Del mismo modo, cuando años más tarde anunció de manera drmática que había perdido la fe, sentí cierto alivio, pues siempre había pensado que si su fe era auténtica, la mía tenía que ser falsa”.

A lo largo de la novela los personajes, influenciados por el maligno sir, insisten con el valor de la franqueza en la escritura (y hay quien al comentar la novela que un tercero está escribiendo sostiene que se trata de “una novela muy franca, lo único que importa en el mundo de hoy”). Fleur rechaza taxativamente ese presunto valor. Rechaza la franqueza como condición y resulta que sus ficciones se hacen realidad.

(*) Muriel Spark (Edimburgo, 1918- Florencia, 2006) es autora de notables novelas (como “Memento mori” y “La plenitud de la señorita Brodie”). Amiga de Graham Greene, accedió tarde a la fama, después de vivir en Rodesia, trabajar en el servicio secreto británico, convertirse al catolicismo e irse a vivir a Italia.

La autobiografía al alcance de todos

Lampedusa, el autor de El Gatopardo, en las primeras páginas de sus “Recuerdos de infancia” (el primer y único capítulo que llegó a escribir de sus Memorias) sentencia que “tendría que ser un deber impuesto por el Estado que a determinada edad uno escribiera un diario o las propias memorias: el material acumulado después de tres o cuatro generaciones adquiriría un inestimable valor, y podrían resolverse así muchos problemas psicológicos e históricos que afligen a la humanidad. No existen memorias, por más insignificantes que sean sus autores, que no contengan valores sociales y pintorescos de primer orden”. Un pensamiento paradójicamente ecuménico de quien era aristocrático, príncipe de Lampedusa y duque de Palma di Montechiaro.

La narradora de La intromisión, que como muchos escritores en negro vive reescribiendo las aburridas memorias de vanidosos anodinos, piensa en cambio que “las experiencias de la primera juventud de Newman o de Miguel Ángel siempre habrían sido interesantes, por triviales que fuesen, ¿pero a quién le importaban -o debían importarle- las memorias de sir Eric Findlay, su mayordomo y su niñera, siendo sir Eric Findlay el hombre que era?... Esas autobiografías eran todas aburridas. Estaba segura de que en sus vidas no había sucedido nada... Cuando alguien dice que en su vida no sucede nada, yo le creo. En cambio, debe comprenderse que al artista le sucede todo. El tiempo se recobra siempre, nada se pierde y los milagros nunca terminan”.

Una mujer feliz

Muriel Spark, autora de “La intromisión”.

Foto: Archivo El Litoral

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