La mirada positiva

Arturo Lomello

Usted se levantó esta mañana con el loable propósito de vivir la vida con una mirada positiva. Fue al baño para higienizarse y se encontró con que la canilla del agua caliente no se podía cerrar. Tuvo la tentación de echar una maldición, pero recordó la mirada positiva y se dijo: “hace mucho que quería arreglar esta canilla, ahora se me presenta la oportunidad”. Los cueritos debían estar en una caja y se fue a buscarla canturreando, la caja estaba pero de los cueritos ni noticias. La mirada positiva corría peligro otra vez pero se sobrepuso sonriendo, con un esfuerzo titánico pensó: “ha sido Miguelito que juega con los cueritos. Yo cuando era chico también hacía mis travesuras. Hay que comprenderlo”. Pero la canilla seguía chorreando y para colmo Miguelito estaba ya en la escuela. Tendría que ir a la ferretería pero se acordó de pronto que estaba de vacaciones. Era un pequeño apocalipsis pero no se dejaría vencer fácilmente. Fue a lo del vecino a quien le pidió si por casualidad no tendría un cuerito de canilla. Formuló la pregunta angustiado como si de la respuesta dependiera su vida. Sí, tengo, dijo Don Ediberto, ya se lo traigo y apareció con un conjunto de cueritos: “use y después me devuelve los que no ocupó”. Mientras caminaba hacia el baño usted iba mascullando: “¿Visto que no debía perder la mirada postiva? Vale la pena comprobar la generosidad de un vecino”.

Y se puso manos a la obra. Eran unos veinte cueritos de distintos tamaños. Al principio al verificar que no iban no le dio mayor importancia pero al ingresar en la última decena la tensión fue creciendo y finalmente comprobó que ninguno le iba bien. Se miró en el espejo del botiquín y tuvo ganas de sacarse la lengua. La mirada positiva está por sufrir una dolorosa derrota contundente.

Usted se quedó unos instantes paralizado conteniendo a duras penas el deseo de pegarle un martillazo a la canilla mientras pensaba en que pronto sería la hora de ir a trabajar. La situación era semejante según le pareció, salvando las distancias, a la de un naufragio. Miró su reloj, faltaban quince minutos para las nueve, era todo el tiempo que tenía para solucionar el problema y para no perder la mirada positiva. Lle quedaba el recurso más fácil, cerrar la llave de paso. Le dejaría una nota a su mujer aconsejándole que llamara al plomero. La canilla seguía chorreando; sintiendo cierto consuelo cerró la llave de paso y comprobó que la canilla dejaba de chorrear. Después de todo se dijo ha sido una pequeña aventura. Todo tiene su aspecto positivo.

Al salir a la calle trató de no pensar en el rostro de Aída, su mujer, cuando encontrara la nota.

Pero había que mantener la mirada positiva, pese a que en el zaguán habían encontrado la boleta de los impuestos con un cien por ciento de aumento.