La mochila

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Antes, a la escuela primaria uno -y todos- llevaba en el mejor de los casos un pequeño portafolios negro o marrón. Ahora, las mochilas reinan soberanas. Son un adminículo contradictorio: a veces todo anda sobre ruedas; otras, traen problemas de arrastre. El que quiera, que deje su mochila y me siga.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

El modelo único de portafolios, con mínimas variantes, tenía una manija y era muy portable por dos motivos: porque era pequeño y porque por entonces iba el manual del alumno, un cuaderno, una cartuchera y punto. Aparentemente con menos gracias que las actuales vi algunas que tienen luces, efectos especiales, además del héroe o la princesa elegidos, aunque convengamos que tampoco se elige tanto-, tenían la ventaja constitutiva de que uno podía hasta correr con ella. Y llegado el caso, asestar un portafoliazo certero al que te dijo pirincho, cabeza de tuna, salchichón o cualquier apodo con que te agasajan los niños con su habitual crueldad, antes y ahora.

En algún momento, la mochila, antes un artículo específico para “mochileros”, fue ganando terreno, acaso por su condición de casual, informal y por su práctico formato que permite ser cargado en la espalda, o llevado de una manija como el portafolios.

Curiosidad: la vida del mochilero está en las antípodas de lo que todavía entendemos como educación, un proceso formal y progresivo, una rutina (sé que los pedagogos saltan con esta palabra), exactamente lo contrario a estar aquí y allá, al garete, yendo por la vida cual impune pluma al viento. Mochilero y alumno, hoy tienen por lo menos el elemento distintivo parecido.

Técnicamente, la mochila es un triunfo de la sociedad de consumo, de los fabricantes, del comercio y de la propaganda. Antes, la mochila tenía mala prensa o sólo prensa específica. Incluso, metafóricamente, soportó siempre un matiz negativo: “Mirá la mochila que tengo que cargar”, se dice por algún problema grave e ineludible que alguien debe asumir. Encima, en ciertos baños y en determinados modelos, el nada educativo ni poético inodoro tiene una mochila para descargar el agua.

Si uno se pone a analizar finamente, esas cosas con matelaseados brillantes, estampados, plásticos y demás, aun con sus recovecos, no parecen tampoco mochilas clásicas de viajero, sino un contenedor bastante aparatoso, más bien tipo valija, que hasta tiene el mecanismo de rueditas y mangos extensibles. Total, esa fachera apariencia después deberá vérsela con escaleras, columnas, paredes e irá rebotando aquí y allá hasta perder el brillante glamour original.

Las mochilas actuales tienen volumen, capacidad de carga, tipo baúl de auto. Es que allí deben entrar las miles de cosas que los alumnos hoy llevan a clases: contra el monocuaderno de entonces (todo junto, incluso las notas en que le comunicaban a tus viejos que te portaste para el tuje, y tu padre firmaba eso y también tu tuje con su zapato o cinto, de manera de que pienses bien otra vez antes de portarte para el dolorido tuje), hoy tienen el de tecnología, el de clases, el de comunicaciones, el de idioma, el de recreo, el de registro de las alturas del río, el del grosor de la capa de ozono: ¡miles de cuadernos diferentes!

Como si se tratara de una pantalla táctil, con distintas ventanas abiertas al unísono, nuestros chicos llevan toda esa partición de la realidad forrada de distintos colores, una suerte de entrenamiento para la vida que ya tienen y la que les espera.

Las mochilas se vuelven monstruosas, incontrolables y adquieren vida propia. Yo pienso en los transportes escolares: están preparados para atiborrar alumnos pero no para sus acompañantes, las mochilas, que ocupan un espacio similar. También en los autos o colectivos, donde requieren un asiento igual que tu pibe. Y no avanzo más, a ver si hasta te empiezan a cobrar un boleto extra para la mochila.

Veo, por último, la desigual lucha que se establece entre tu hijo y su mochila, dos entidades hijo y mochila- obligadas a convivir juntos como Sísifo y su roca. Algunas veces ves que el párvulo, tu hijo, le gana la pulseada a la parva de cosas que encierra la mochila; otras veces que ella sale disparada para un lado, incluso para abajo y tu hijo, como si se tratara de una sombra, viene detrás. Y ni siquiera toco aspectos tales como competencia intermochilera, desfiles de mochilas, guerra de mochilas, entre otras cuestiones.

Como ya saben, muchos temas quedan sin exponer fuera de este modesto artículo, una mínima mochila de ocasión. Pero corto acá, sencillamente porque ya no me entran más cosas.