LLEGÓ EN LOS ‘90 Y COLONIZÓ NUESTRAS COSTAS

Mejillón dorado: un invasor asiático que habita el Paraná

Mejillón dorado: un invasor  asiático que habita el Paraná

Presencia. Unos viejos trozos de caño abandonados cerca de la avenida Alem atestiguan la existencia de ejemplares de Limnoperna fortunei, adheridos a sus paredes internas.

Foto: Amancio Alem

No es un fenómeno nuevo: en nuestra zona se lo detectó en 1996, pero llegó antes al Río de la Plata. Aparece más cuando hay crecida. Obstruye cañerías industriales en contacto con agua del río. Cómo lo controló Assa.

 

De la Redacción de El Litoral

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Cualquiera que recorra avenida Alem a la altura de la toma de captación de agua cruda del Riacho Santa Fe podrá verificar la presencia de fragmentos de viejas cañerías abandonadas. Y adheridos a las paredes internas, observar varias capas de mejillones ya secos, que sorprenden por su cantidad y la firmeza con que se aferran al sólido material. No son ejemplares de una especie autóctona: proceden de Asia, fueron detectados por primera vez en el Río de la Plata a principios de los ‘90, luego hacia 1996, en el río Paraná, y se consolidaron en nuestra zona.

La conjetura más viable -para la profesora Inés Ezcurra de Drago, investigadora del Conicet y del Instituto Nacional de Limnología (Inali), casi una certeza- es que la especie, llamada por los científicos Limnoperna fortunei, arribó a estas latitudes como “viajera solapada” a bordo de buques chinos que al llegar a Buenos Aires evacuaron el agua de lastre de sus tanques sin los controles adecuados. De la misma forma, ingresaron otros invertebrados pero cuya irrupción no derivó en los inconvenientes económicos en industrias y centrales hidroeléctricas que trajo el mejillón dorado.

La investigadora tomó contacto por primera vez con estos moluscos mientras tomaba muestras en un cauce secundario menor del río Paraná en 1996. En ese lugar obtuvo -evoca 16 años después- “un trozo de arcilla endurecida con dos ejemplares” de Limnoperna fortunei. Que no distan mucho de los que hoy ocupan las repisas de la pequeña oficina del edificio del Inali donde hoy, a pesar de estar jubilada, continúa sus investigaciones.

Este molusco, si bien es de la misma familia de los mejillones marinos, tan sólo tolera cierto nivel de salinidad. Por eso, en el río Salado no logró la presencia que alcanzó en el Paraná y sus brazos. Una de las diferencias respecto de las almejas autóctonas es que la fertilización de la larva se produce libremente en el medio acuático, lo que les permite movilizarse y dirigirse a cualquier cañería que esté en contacto con el río. “Buscan esos espacios para establecerse, basta que encuentren un lugar sólido, con una estructura rígida para adherirse”, explicó Ezcurra de Drago.

Por eso, pueden generar la obstrucción, incluso total, de las cañerías. “Los mayores problemas los trajo en industrias que tienen que captar agua del río”, explicó la investigadora. Incluso, recordó que tanto en las centrales hidroeléctricas de Itaipú y Yacyretá tuvieron que lidiar con la proliferación de estos moluscos y tomar determinaciones al respecto.

Cuando hay crecidas, proliferan

Hay algunos habitantes del río -estos sí indígenas- como el armado, la boga y otros que llegan a incluir al Limnoperna fortunei en su dieta. De hecho, Ezcurra de Drago recuerda que descubrieron un armado que había comido un trozo de material con 165 ejemplares del molusco, uno sobre otro. Pero no llegan a ejercer un control biológico que pueda mantener a raya al invasor asiático. “Predadores tiene, pero no alcanzan”, apuntó.

Estimó a la vez que para combatir los efectos nocivos que provoca la especie se pueden aplicar medidas preventivas y correctivas, pero que son relativamente escasas. “Lo que uno siempre trata es que sean físicas”, explicó.

En realidad, únicamente el río y su comportamiento funciona como efectivo regulador de la densidad que pueden llegar a alcanzar temporada tras temporada estos mejillones: es un hecho que se forman muchos más ejemplares en períodos de crecientes. En las lagunas, por ejemplo, sólo se lo halla cuando la llanura aluvial está en esta situación.

Además, hay que considerar que existe un período en invierno -concretamente entre junio y agosto- cuando la producción de huevos se reduce ostensiblemente. “Nosotros encontramos estadios larvarios todo el año, pero en junio, julio y agosto es mínima la cantidad de huevos, cosa que cambia a partir de octubre”, indicó.


Control en el agua de lastre

En 1998, tras la llegada del Limnoperna fortunei al Río de la Plata, la Prefectura Naval Argentina estableció la ordenanza 7/98 para prevenir la contaminación con organismos acuáticos en el lastre de los buques destinados a puertos argentinos de la Cuenca del Plata, que sigue vigente.

La consideración central de la medida es que “la transferencia e introducción de especies acuáticas extrañas por medio del agua de lastre de los buques amenaza la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica”.

Por eso, dispone que “los buques de navegación marítima internacional que procedan de puertos extranjeros y lleven a bordo agua de lastre, teniendo como destino o escala puertos argentinos y deban navegar por el Río de la Plata, deslastrarán o cambiarán el agua de lastre, antes de su ingreso a dicha vía de navegación y a la zona de prohibición de acciones contaminantes situada frente a su límite exterior”.

También obliga a los buques extranjeros que hayan deslastrado a que se abstengan de limpiar los tanques o remover sus sedimentos en la zona donde rige la prohibición.

Antecedentes

El fenómeno que supuso el arribo del Limnoperna fortunei al Paraná fue registrado por El Litoral ya el 21 de junio de 1997. En esa oportunidad, se daba difusión a los trabajos realizados precisamente por la investigadora Inés Ezcurra de Drago y se consignaba que “ya en 1993 fue registrada la presencia de estos mejillones en el Río de la Plata y desde 1996 se los detectó en el río Paraná (en Zárate, San Pedro, Rosario y Santa Fe) y en el río Salado en Santo Tomé”. También se aseveraba el origen asiático de los mismos a través de buques ultramarinos.

///EL DATO

La experiencia de Assa: “Lo tenemos muy controlado”

El Limnoperna fortunei provocó más de un dolor de cabeza a industrias y empresas que tienen sistemas de captación de agua de río. Una fue Aguas Santafesinas SA, que hoy tiene controlado el problema, pero debió disponer desde mediados de los ‘90 recursos e investigaciones para buscar una solución.

Emilio Cepero, coordinador de Calidad y Ambiente de la empresa recordó que en los ‘90 los inconvenientes que comenzaron a notar era que los mejillones colonizaban los filtros de las bombas de agua cruda y las cañerías, provocando obstrucción de los sistemas.

“Como colonizan capa sobre capa y tienen un período de crecimiento en primavera verano, la capa se engrosa y va obturando. Los dos lugares donde más impactó fueron Rosario y Santa Fe. Hemos tenido épocas en que sacar una bomba de la toma significaba levantar una cosa que parecía una masa de mejillones y casi no se veía la bomba”, explicó.

Tras varias investigaciones se resolvió utilizar como método la dosificación de cloro. “Decidimos utilizar cloro gaseoso agregado al agua como agente para combatirlo durante el período de colonización que es a partir de la primavera y verano. Otras alternativas son más costosas y pueden traer inconvenientes en el tratamiento del agua”, recordó Cepero.

Este método que se sigue utilizando hasta ahora dio buenos resultados: “El problema lo tenemos muy controlado y no nos causa un inconveniente mayor”, aseguró el coordinador de Calidad y Ambiente de Assa. Sí, un costo adicional: unos 50 mil pesos por mes en Rosario y unos 15 mil en Santa Fe en agregado de productos químicos.

De todas formas, el problema siempre estuvo focalizado para Assa en los tramos del sistema donde se capta el agua cruda y no en las restantes etapas del proceso de potabilización. “Era una preocupación cuando obturaba las cañerías y se acumulaba en las primeras etapas del proceso. Hoy eso ya no ocurre y lo tenemos controlado”, explicó Cepero.