Poner límites es cuidar bien

missing image file

Una de las grandes dudas de los padres en la educación y socialización de sus hijos refiere a los límites que deben imponerles en sus actitudes y comportamientos. Sin dudas, una tarea difícil pero necesaria.

 

TEXTOS. LIC. MARCELA MARTÍNEZ. FOTOS. EL LITORAL.

La falta de límites en los niños y jóvenes de nuestra sociedad es una realidad y una amenaza que crece. Unos padres que nunca han puesto límites, o que no lo hicieron a tiempo, o que los pusieron mal, generan un hijo que seguramente tendrá -de grande- trabas para interactuar con la realidad. De hecho, vivimos en una sociedad en donde la gente adulta tiene dificultades para respetar pautas externas, culturales y de convivencia.

Muchos investigadores aseguran que la experiencia familiar de los actuales progenitores ha influido de forma notable en cómo educan a sus hijos. Tiempo atrás la disciplina era exigente y restrictiva, y -como contracara de eso- hoy notamos que muchos padres pasan a ser pares de sus hijos, con los cual vemos un estilo de crianza en donde todo está permitido, quizá por temor a reproducir lo que ellos en su momento han vivenciado como hijos.

Es importante que los padres comprendan que el hecho de poner límites a los hijos no tiene que ver con autoritarismo sino con autoridad, y que el abandono de tácticas excesivamente autoritarias no debe desembocar en una permisividad contraproducente para padres e hijos.

Pero entonces, ¿por qué nos cuesta tanto poner límites? Muchas veces porque no nos sentimos suficientemente fuertes para enfrentarnos a nuestros hijos. O porque, demasiado a menudo, somos complacientes para compensar el poco tiempo que les podemos dedicar. Nuestra autoestima también juega un rol importante, ya que cuando ésta no pasa por su mejor momento, queremos ser aceptados por nuestros hijos a cualquier precio.

DIEZ CONSEJOS

Cuando necesitamos decir a nuestros hijos que deben hacer algo y “ahora” (recoger los juguetes, irse a la cama, etc.), conviene tener en cuenta algunos consejos básicos. Las consignas que siguen fueron extraidas de “Aprendiendo a poner limites”, de la Lic. Marisa Ruiz.

1: Objetividad. Es frecuente escuchar en nosotros mismos y en otros padres expresiones como “portate bien”, “sé bueno”, o “no hagas eso”. Estas expresiones significan diferentes cosas para diferentes personas. Nuestros hijos nos entenderán mejor si marcamos nuestras normas de una forma más concreta. Un límite bien especificado con frases cortas y órdenes precisas suele ser claro para un niño.

2: Opciones. En muchos casos, podemos dar a nuestros hijos una oportunidad limitada para decidir cómo cumplir “órdenes”. La libertad de oportunidad hace que un niño tenga una sensación de poder y control, reduciendo las resistencias. Por ejemplo: “Es la hora de vestirse, ¿querés elegir tu ropa o lo hago yo?” Esta es una forma más fácil y rápida de dar dos opciones a un niño para que haga exactamente lo que queremos.

3: Firmeza. En cuestiones realmente importantes, cuando existe una resistencia a la obediencia, necesitamos aplicar el límite con firmeza. Los límites firmes se aplican mejor con un tono de voz seguro, sin gritos, y un gesto serio en el rostro. Los límites más suaves suponen que el niño tiene la opción de obedecer o no.

4: Acentuar lo positivo. Los niños son más receptivos a hacer lo que se les ordena cuando reciben refuerzos positivos. En general, es mejor decir a un niño lo que debe hacer (“hablá bajo”) antes de lo que no debe hacer (“no grites”).

5: Guardar distancias. Cuando decimos “quiero que te vayas a la cama ahora mismo”, estamos creando una lucha de poder personal con nuestros hijos. Una buena estrategia es hacer constar la regla de una forma impersonal. Por ejemplo: “Son las 8, hora de acostarse” y se le enseña el reloj. En este caso, algunos conflictos y sentimientos estarán entre el niño y el reloj.

6: Explicar el por qué. Cuando un niño entiende el motivo de una regla como una forma de prevenir situaciones peligrosas para sí mismo y para otros, se sentirá más animado a obedecerla. De este modo, lo mejor cuando se aplica un límite, es explicar al niño por qué tiene que obedecer. Entendiendo la razón, los niños pueden desarrollar valores internos de conducta o comportamiento y crear su propia conciencia: antes de dar una larga explicación que puede distraer a los niños, manifestar la razón en pocas palabras.

7: Sugerir una alternativa. Siempre que se aplique un límite al comportamiento de un niño, hay que intentar indicar una alternativa aceptable. Sonará menos negativo y el niño se sentirá compensado. De este modo, se puede decir: “no te puedo dar un caramelo antes de la cena, pero te puedo dar un helado de chocolate después”. Al ofrecerle alternativas, se le está enseñando que sus sentimientos y deseos son aceptables. Este es un camino de expresión más correcto.

8: Firmeza en el cumplimiento. Una regla puntual es esencial para una efectiva puesta en práctica del límite. Rutinas y reglas importantes en la familia deberían ser efectivas día tras día, aunque estés cansado o tengas un mal día. Si das a tu hijo la oportunidad de dar vueltas a sus reglas, ellos seguramente intentarán resistir.

9: Desaprueba la conducta, no al niño. Dejá claro a tus hijos que tu desaprobación está relacionada con su comportamiento y no va directamente hacia ellos. Los límites se deben orientar al comportamiento del niño, no a la expresión de sus sentimientos. Se le puede exigir que no haga algo, pero no se le puede pedir, por ejemplo, que no sienta rabia o que no llore. Los márgenes deben fijarse sin humillar al niño para que no se sienta herido en su autoestima. Por eso, no se debe descalificar (“sos un tonto”, “sos malo”), sino marcar el problema (“eso que hacés o eso que decís está mal”).

10: Controlar las emociones. No se puede enseñar con eficacia si somos extremamente emocionales. Delante de un mal comportamiento, lo mejor es contar un minuto con calma, y después preguntar con tranquilidad, “¿que pasó acá?”. Todos los niños necesitan que sus padres establezcan las guías de consulta para el comportamiento aceptable. Cuanto más expertos nos hacemos en fijar los límites, mayor es la cooperación que recibiremos de nuestros niños y menor la necesidad de aplicar consecuencias desagradables para que se cumplan los límites. El resultado es una atmósfera casera más agradable para los padres y los hijos.

ANTÍDOTO PARA EL BERRINCHE

Los efectos de no poner límites moldean a un niño que nunca tiene suficiente, que exige cada vez más y que tolera cada vez peor las negativas, creciendo así con una escasa o nula tolerancia a la frustración.

¿Cómo actuar frente a los berrinches y rabietas? ¿Cuál es el límite justo? ¿Cómo hacer para que algo cambie y estemos todos más tranquilos? Primero, debemos entender que es absolutamente normal que nuestros hijos demanden, pidan y tengan deseo de todo y en todo momento. Pero esto es imposible de ser satisfecho, y tampoco es sano para él. Marcando pautas claras desde el nacimiento, mostrándole lo que puede y no puede hacer, vamos construyendo el antídoto para el berrinche: poniendo límites y los “no” bien claros.