El poder y el delirio

El poder y el delirio

“Las tres brujas” (1783), de Johann Heinrich Füssli.

El Macbeth histórico, soberano de los condados de Moray y Ross, se convirtió en rey de Escocia al asesinar a Duncan en 1040. Shakespeare se basó en las “Crónicas” de Raphael Holinshed, para escribir su soberbia “La tragedia de Macbeth”, que Colihue ha publicado en la traducción de Rolando Costa Picazo, con puntuales notas y una introducción de la cual transcribimos aquí un fragmento.

 

Por Rolando Costa Picazo

La concepción isabelina del universo era la de un orden cósmico organizado y armónico, construido como una suerte de escalera, o Cadena de la Creación, en la que cada cosa creada tenía su lugar, su propio peldaño en la escalera o eslabón en la cadena. En el punto más alto estaba Dios, Creador y Juez; en el más bajo, las cosas inanimadas. En el punto medio se encontraba el lugar del hombre, que ocupaba una posición magnífica pero vulnerable: era en este punto donde el mundo animal se rozaba con el mundo angelical. Era tierra y cielo, cuerpo y espíritu, bien y mal, razón y pasión. En cualquier momento, su naturaleza animal podía conducirlo al derrumbe y sumirlo en la degradación, o el hombre podía caer presa del pecado del orgullo o la arrogancia (la hybris trágica) e intentar exigir un lugar más encumbrado que el que le correspondía. Mientras se respetara el orden establecido, la situación era básicamente feliz. No es que estuviera exenta de desgracias, pero siempre era posible sobrellevarlas mediante la práctica de las virtudes cristianas y gracias a la bendición del amor. La clave de toda la existencia era la armonía, que residía en el respeto por la jerarquía, la subordinación natural del inferior al superior. Debía haber orden en el universo (macrocosmo), orden en el estado político y orden en el hombre (microcosmo). Las tres esferas estaban interrelacionadas: lo que sucedía en una tenía su paralelo y repercusión en las otras. El asesinato de un rey —representante de Dios en la Tierra— o la usurpación del trono, o una revolución contra el orden establecido, llevaba a un caos que encontraba su paralelo en un desorden atmosférico, como por ejemplo una tormenta o un eclipse, y también en el hombre, que caía víctima del insomnio o la locura. (Véase Tillyard.)

En Macbeth, la interrelación entre el macrocosmo, el estado político y el microcosmo (“el estado del hombre”) se manifiesta con claridad. El asesinato del rey, seguido de la dictadura impuesta por Macbeth, produce un desquicio en el plano político que se corresponde con trastornos en el macrocosmo: tormentas y una serie de anomalías en el plano animal. La escena iv del acto II comienza con la conversación del anciano y Ross sobre las cosas espantosas y extrañas que sucedieron durante la noche del asesinato de Duncan:

Ross. Ay. buen padre,

Has visto a los cielos, como perturbados por la acción del hombre,

Amenazar su sangriento escenario: por el reloj era de día,

Pero la noche oscura sofocaba la lámpara viajera.

¿Era por el predominio de la noche, o la vergüenza del día,

Que la oscuridad hacía una tumba de la faz de la tierra,

Cuando la luz viviente debía besarla?

En el estado del hombre las alteraciones son el insomnio y el sonambulismo. Asimismo, el plano dramático —lo que sucede en la obra— encuentra correspondencia en el plano verbal, en la riqueza de imágenes y metáforas de desorden, violencia, sangre, oscuridad, inversión de valores, etc.

En The Wheel of Fire, G. Wilson Knight sostiene que esta obra es “la visión más profunda y madura del mal en Shakespeare” (Knight, p. 140). En ninguna tragedia de Shakespeare el mal es únicamente externo. El héroe trágico es destruido porque hay algo en él que contribuye a su propia destrucción. En el caso de Macbeth, es una ambición desmedida, tanto por el poder como por el estatus. El crimen de Macbeth contra Duncan es triple: un crimen contra el rey, su pariente y su huésped. Macbeth lo asesina con cabal conocimiento de lo que hace, y luego establece un reino de terror. No se trata de un héroe que comete un acto horrendo sin saberlo, como Edipo u Otelo. Inclusive antes de cometerlo prevé las consecuencias. Un acto de maldad engendra su propia justicia, como expresa en el soliloquio que abre la escena vii del Acto I. Sin embargo, sigue adelante. El mal encuentra correspondencia dramática en el predominio de imágenes de oscuridad: Macbeth llama a las hermanas fatídicas “instrumentos de la oscuridad” (I.iii.124) y “misteriosas, negras brujas de la medianoche” (IV.i.48). Asimismo, y ya en el plano de lo dramático, los asesinatos de Duncan y de Banquo tienen lugar de noche, en medio de un negro total. Las imágenes relacionadas con la oscuridad se suceden. Macbeth les ordena a las estrellas que escondan su fulgor (Liv.50), y hace una invocación terrible a los poderes de las tinieblas: “Ven, cegadora noche...” (III.ii.46).

El mal y el bien son territorios claramente delimitados. A Macbeth y Lady Macbeth, se oponen, como contraste, los personajes que armonizan con el lado positivo de la vida, relacionados con imágenes de verdor y crecimiento natural: I.iii.58; I.iv.28; I.iv.32. La aparición que conjuran la brujas para representar la fecunda línea real de Banquo es la de “Un niño coronado, con un árbol en la mano” (IV.i.). Y, por último, es la naturaleza entera, con el bosque como sinécdoque, la que marcha contra Macbeth. Malcolm, el futuro rey, cierra la obra con un discurso de agradecimiento a sus leales seguidores, donde utiliza una imagen de crecimiento natural al referirse a lo que resta por hacer para restablecer el orden, que triunfará sobre el caos “como una planta nueva que crece”.

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“Lady Macbeth sonámbula” (1781-84), de Johann Heinrich Füssli.


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“Lady Macbeth recibe los puñales”, de Johann Heinrich Füssli.