EDITORIAL

La Argentina a través del espejo

 

La crisis internacional no tiene más efectos para la Argentina que mostrar lo bien que se hicieron las cosas aquí, en contraste con los desmanes llevados a cabo por las principales potencias. El aumento del trabajo en blanco y la reducción de la pobreza testimonian el ejercicio efectivo de la justicia social, la política de subsidios ha permitido el acceso de los sectores menos favorecidos a las ventajas antes reservadas a los más privilegiados, los aumentos periódicos de los haberes jubilatorios alcanzan niveles históricamente inéditos, la política de desendeudamiento ha permitido la recuperación de soberanía, el impuesto a las Ganancias es un correctivo que afecta a unos pocos privilegiados, las restricciones a la compra de dólares y a las importaciones conforman un programa de fortalecimiento de la economía nacional, y los medios de comunicación integran una conspiración opositora empeñada en tergiversar la realidad para mostrar un panorama apocalíptico y soslayar que los argentinos vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Tales los términos en que el relato oficial describe el presente y prefigura el futuro, del mismo modo que atribuye a quienes lo sostienen un pasado pretendidamente heroico. Un somero repaso permitirá establecer que la contracara de esa visión se cifra en un puñado de palabras que el discurso presidencial omite puntillosamente: centralismo, déficit financiero, asfixia de las administraciones provinciales, exceso de presión tributaria, deterioro de las relaciones comerciales con otros países, demandas internacionales, incumplimiento de las pautas jubilatorias e inciertas perspectivas a futuro, obstáculos a la producción y comercialización, sospechas de corrupción, creciente inseguridad.

Pero, sobre todo, una palabra maldita cuya sola admisión tendría el efecto de echar por tierra los pilares del discurso. La impronunciable “inflación” licua salarios, jubilaciones y subsidios; sepulta el poder adquisitivo; desbarata las pautas de funcionamiento de empresas y servicios; produce permanentes desajustes en la economía y pone en jaque trofeos tan caros como la justa distribución del ingreso y la equidad en la distribución de las cargas. Sobre todo porque esa ignorancia empecinada y prepotente neutraliza cualquier posibilidad de mensura que permita un diagnóstico serio y la puesta en marcha de medidas acordes.

En lugar de asumir esa “realidad”, consagrada por las siempre citadas máximas del fundador de su partido, la presidenta prefiere hacer propios los principios de Humpty Dumpty, en el célebre diálogo con la protagonista de “Alicia a través del espejo”: “-Cuando empleo una palabra, significa exactamente lo que yo digo que significa; ni más ni menos.

-La cuestión es si usted puede hacer que las palabras signifiquen cosas tan distintas.

-La cuestión es quién manda; eso es todo”.

Y, mediante la visión de la realidad que obtiene a través de su propio y particular espejo, vivir en el país de las maravillas.