El oro de lo cotidiano

Arturo Lomello

Nada es más fantástico, más prodigioso que nuestra realidad cotidiana. No existe obra artística ni mitología, por imaginativa que sea, más maravillosa que estar aquí, ahora, en este pequeño planeta alrededor de un sol de los miles de millones que existen en el universo. Sólo tenemos que darnos cuenta. Aparentemente la cotidianeidad al tornarse costumbre oculta el carácter milagroso de nuestra vida, pero justamente esa repetición de los hechos es otra de las manifestaciones de la prodigiosa realidad que vivimos. Su riqueza es tanta que hasta se reitera , se prolonga permanentemente. De allí que todo lo que nos aleja de la conciencia del milagro termina por convertirse en pesadilla.

Millones de años, millones de factores se conjugan para llegar al presente fantástico, y entonces nos cuesta sobremanera el comprender por qué al perder el asombro hemos dejado de creer en el carácter sagrado de la vida y, por ende, desarrollado la enemistad con la inocencia que según el génesis era el Estado de Adán y Eva en el paraíso. Esa inocencia primordial que perdemos cuando dejamos de asombrarnos es la que buscamos a veces a ciegas para retornar al estado en que vivía la pareja primigenia. Y a tal punto es así que sin tal inocencia nos transformamos en monstruos, y descendientes del odio de Caín, negatividad que también nos muestra una realidad siempre fantástica.

Toda la historia del arte es el testimonio de la búsqueda permanente de la belleza de la realidad sepultada bajo lo aparente. La imaginación extrae el oro que suele esconderse en lo cotidiano, del mismo modo que se extrae el precioso metal de las rocas de una mina, pero, evidentemente, no bastan todos los esfuerzos, a lo sumo advertimos la presencia de lo maravilloso pero no lo encarnamos. Es que hay un misterio central y tiene que ver con un propósito del Creador del Universo, se escapa a las posibilidades de nuestra razón, pero que está en el trasfondo de nuestra cotidianeidad y que nos alienta para liberarnos del hábito.