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“Ciento un años de soledad”

De la redacción de El Litoral

Comencemos con alguna precisiones: entrevista no es sinónimo de reportaje. “El reportaje, como dice García Márquez, reconstruye el suceso, la noticia... La entrevista, en cambio se basa casi exclusivamente en el puro diálogo, en la pregunta y respuesta”. Y con respecto a que la verdadera entrevista parece ser un género en extinción: “El periodista-partenaire reduce lo que debiera ser conversación a mero interrogatorio atado a preguntas previamente pautadas. En ese ping-pong la entrevista se jibariza, la conversación pierde su condición de tal en la medida en que el presunto periodista delega sus posibilidades en el exclusivo registro del grabador”. Y un maestro de la entrevista, como Rodolfo Braceli agrega aún: “Me atrevo a redoblar la apuesta y propongo como posible camino revitalizador la entrevista como ficción. Claro, esto siempre y cuando se consiga la imprescindible verosimilitud. Y, desde adentro de esa ficción, la entrevista puede ir por más y transformarse en subterráneo modo, herramienta, de ensayo”.

En efecto, en Ciento un años de soledad, Rodolfo Braceli apuesta a la entrevista como ficción y como ensayo. El libro está dividido en dos partes, en la primera se presentan dos entrevistas a Gabriel García Márquez. Una tuvo lugar real y exactamente en la casa del escritor, en Cartagena de Indias, en setiembre de 1966. La segunda es una entrevista ficcionada, “se trata de una conversación, esta vez ilusoria, que mantengo con GGM en la transición de los días 5 y 6 de marzo de 2029”.

En la segunda parte se pueden leer cuatro conversaciones ficcionadas con Oliverio Girondo, Juan Rulfo, Henry Miller, y siempre desde la ficción, Braceli permite el encuentro en Vincent Van Gogh y Franz Kafka, y declara al respecto: “Entretejí una conversación ilusoria, realizada con frases entresacadas, siempre textuales, pero fuera de contexto, frases procedentes de sus escritos. Lo que brota de Vincent procede de sus Cartas a Theo. Lo que dice Kafka lo hurgué de sus Cartas a Milena, Él y El Proceso. Van Gogh y Kafka se están entrevistando cuando dialogan febrilmente sobre la libertad, la creación, el pecado original, el sentido de la vida. En la ficción de esa conversación -por momentos pulseada-, Van Gogh se obstina en un propósito: convencer a Kafka para que desista de su vértigo funesto; concretamente trata de evitar que se suicide. Justamente Van Gogh, empeñado en semejante tarea”.

Textos todos intensos, donde leemos fragmentos dignos de subrayado y celebración (no importa si realmente pronunciados con el aliento vital o imaginado, si realmente pronunciados o extractados de los escritos de los artistas entrevistados). Así:

García Márquez (en la entrevista-ficción) dice aborrecer al grabador, “porque son muy útiles para recordar, pero nada más... Descuida la cara del entrevistado, que puede decir mucho más que lo que dice con su voz y con sus palabras, y a veces hasta dice todo lo contrario... La grabadora oye pero no escucha, graba pero no piensa... Es fiel pero no tiene corazón”

Y también, cuando Braceli le pregunta en qué consiste el poder: “Alguien tiene el poder cuando pregunta la hora y le responden: ‘La hora que usted ordene’”.

En algún momento hablan de Borges, y García Márquez confiesa que nunca se encontró con el autor de “El Aleph”. Dice: “Siempre nos desencontramos. En cambio, ahora a María Kodama la veo por todas partes, y conversamos mucho. No tengo la menor idea de cómo podría ser Borges”. Y Braceli oportunamente acota: “Borges le contestaría: ‘García Márquez, usted es una persona afortunada: le costará menos olvidarme porque no me conoció’”.

La desbordante, desesperada ansia de santidad a través del sexo que buscó Henry Miller y que Braceli logra se confiese tras condecorarlo “por ser uno de los mayores elogiadores de cuanto vive y palpita sobre el planeta”.

O a ese silencio más hondo que el silencio infinito de los desiertos de Juan Rulfo, el silencio de las sentencias, contundentes pero en voces que no son claras “sino secretas, como si murmuraran algo al pasar, o como si me zumbaran contra mis oídos”, ese lugar después de la muerte “lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas sientes que te están pisando los pasos”.

O esa vitalidad panteísta de Oliverio Girondo, del transmigrador que se mete en la vidas ajenas, que deja de ser humano para trasladarse dentro de una hormiga, de una jirafa, “poner un huevo, y lo que es más importante aún, encontrarme conmigo mismo en el momento enque me había olvidado, casi completamente, de mi propia existencia”.

Entrevista, real o mediúmnica, ensayo y ficción, lo que importa en este libro de Braceli es la aventura. “¿De qué aventura hablo? De la más difícil, la de escuchar al otros”. Publicó Capital Intelectual.

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Rodolfo Braceli. Foto: Archivo El Litoral.

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