Señal de ajuste

Sonríe, sonríe, sonríe

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La serie nos introduce al mundo pequeño de la clase política profesional en su rutina diaria, improductiva, que en su claustrofobia mental experimenta el desgaste que sufriría un grupo de tiburones en un estanque. Foto: Archivo El Litoral

Roberto Maurer

Según criterios personales, lo mejor de HBO descansa en sus producciones propias, más que en las incoloras novedades cinematográficas de Hollywood. Con ese nivel de buena calidad, la citada señal premium acaba de estrenar la serie “Veep” (lunes a las 22.30), cuyos capítulos tienen la sabia duración de media hora.

“Veep” (vicepresidente) es una sátira sobre el poder político que, en este caso, es nulo. A pesar de las apariencias de la investidura, la vicepresidenta Selina Meyer (Julia-Louis Dreyfus, en un rol ajustado a sus notables cualidades para la comedia: es la misma Elaine de “Seinfeld”, ahora naufragando en el fin del mundo) descubre que todas sus iniciativas terminan en la nada o en la humillación. Es una dirigente política experimentada a quien le es revelado que los momentos en que está sentada en su despacho, en su sillón giratorio, sola y como ensoñada, son los más adecuados al cargo que ocupa. Su frustrante trabajo de vicepresidenta consiste es una vorágine de mezquindades donde cualquier trivialidad puede convertirse en un ítem de la agenda nacional y el menor tropiezo es una cuestión de Estado.

Selina Meyer quiere que el legado de su gestión sea una iniciativa de “trabajo limpio” consistente en la distribución de utensilios de mesa para maicena en toda la administración pública, pero a través de un tweet inoportuno la idea llega a oídos de la industria del plástico, que en el acto carga contra ella, seguida por el lobby del petróleo.

Es un conflicto a cada paso. Bromeando, Selina usa la palabra “retrasado”: al otro día es crucificada por el Washington Post y debe excusarse ante representantes de las minorías discapacitadas.

Estilista de la sátira política

Es una media hora vertiginosa de narrativa entrecortada, actores que parecen improvisar, diálogos picantes, metáforas escatológicas y voces superpuestas, en un relato que procede por acumulación y entrecruzamiento de incidentes. Lleva la firma del director, productor y guionista inglés Armando Iannucci, considerado un maestro del género y un estilista de la comedia arrebatada, a quien siempre se menciona por otra incursión en la sátira política titulada “The thick of it” realizada para la BBC.

Aquí nos introduce al mundo pequeño de la clase política profesional en su rutina diaria, improductiva, que en su claustrofobia mental experimenta el desgaste que sufriría un grupo de tiburones en un estanque, tratando de devorarse entre sí en un clima de intriga, desconfianza y traición. Es un universo de compromisos superficiales: “¿Cuáles habrían sido mis principales errores durante la campaña, Mike?’’, le pregunta Selina a su asesor de comunicación. “Siempre parecías cansada... y el sombrero’’, es la cáustica respuesta.

El presidente de los Estados Unidos nunca aparece, y está representado por el contacto con la Casa Blanca, un nerd desagradable, con mochila, que todo el tiempo invita a salir a la jefa del staff de la vicepresidenta. Es una especie de mensajero que hace ostentación de su relación con el primer mandatario:

— ¿Cuántas veces te llamó el presidente, hoy? -le preguntan con ironía.

— Cuatro -responde.

—De manera que tienes cuatro estrellas más pegadas en tu heladera.

En el trajín, la vicepresidenta va en auto con su equipo a una reunión con senadores opositores, a quienes debe convencer de su proyecto de utensilios de maicena. En el camino, pregunta.

— ¿Qué pasa con el senador Reeves? ¿Ya murió?

— Todavía no. Tiene más tubos conectados que una gaita.

La reunión es un fracaso, el salón luce casi vacío. Se disimula con sonrisas falsas, y comentarios por lo bajo. “No hay gente suficiente como para llenar una puta canoa”, susurra la vicepresidenta. Son unos pocos senadores. “Hay que mezclarse” aconseja un miembro del staff. “¿Se mezcló Simon con Garfunkel?”, comenta amargamente la vice.

Hipocresía profesional

Llega la noticia de que el anciano senador Reeves ha muerto. Ha sido el principal acosador sexual del Congreso. “Cuando lo conocí me tocó una teta”, recuerda una legisladora. “Ha sido uno de los pervertidos más respetados del Senado”, comentan mientras se extienden las condolencias, y en particular en una carta del presidente a la viuda que por descuido firma con su nombre la jefa del staff, en lugar de imitar la firma de la vice. Hay que corregir el error, ya que si no adhiere Selina todos pensarán que se negó por la mala fama del finado de la cual sólo se habla en privado. El remedio es implorar al detestado contacto presidencial para que la recupere, pero impone una condición: la jefa del staff debe aceptar su resistida invitación a salir.

Con urgencia, llega la orden de reemplazar al presidente para decir unas palabras en una recepción. Selina quiere aprovechar el discurso para lanzar su proyecto de los utensilios. Unos minutos antes, le tachan la casi totalidad del discurso. “¿Qué me dejaron? Sólo ‘hello’ y algunas preposiciones”, dice amargamente. “La Casa Blanca no quiere que menciones el petróleo, la maicena y los plásticos”, le advierten.

Siempre, así vayan caminando o se encuentren en una reunión, el staff cierra filas con ella al frente, formando una especie de pelotón. Todo el tiempo, saludando con la cabeza hacia un lado y otro, la jauría hipócrita se pasa la consigna: “Sonríe, sonríe, sonríe”.