Al margen de la crónica

Judía y santa católica

Desde que en 1963 se estrenó la pieza teatral “El vicario”, de Rolf Hochhuth, una y otra vez se cuestionó la responsabilidad de la Iglesia Católica en el Holocausto peretrado por los nazis.

Las dificultades para tratar el tema resultan patentes ante la biografía de Edith Stein, a quien la Iglesia honra hoy como mártir y santa. Hace 70 años, presumiblemente el 9 de agosto de 1942, fue asesinada en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau por su ascendencia judía.

Stein era hija de un acaudalado comerciante y había nacido en 1891 y creció en Breslau, donde recibió una cuidada educación religiosa en la tradición judía. Sin embargo, abandonó la fe siendo muy joven y se declaró atea.

De gran capacidad intelectual, Stein estudió hasta doctorarse. Soñaba con “la fortuna y la fama”, pero sus intentos de que se la nombrara catedrática fallaron. Alemania era una república, pero el entorno científico seguía siendo un mundo de hombres.

El gran cambio llegó a su vida a principios de la década de 1930, cuando cayó en sus manos casualmente un libro de Santa Teresa de Ávila. Lo leyó en una única noche, días después asistió a misa y unas semanas más tarde se hizo bautizar. En Speyer ejerció como maestra y más tarde como docente. Abogó por el trabajo para las mujeres y se pronunció por la educación sexual de las jóvenes.

Con la llegada de Adolf Hitler al poder en 1933, hubo un boycot contra las tiendas judías. Edith Stein le escribió una carta al Papa: “Todos tememos lo peor para la imagen de la Iglesia si se mantiene el silencio”. Pero Pío XI negociaba entonces justamente con Hitler un acuerdo donde se determinaban los derechos de la Iglesia en Alemania. Tendrían que pasar todavía cuatro años antes de que expresara su “urgente preocupación” por las acciones del régimen nacionalsocialista.

Edith Stein había ingresado mientras tanto en la Orden de las Carmelitas de Colonia. En 1938 se difundió que la hermana no era “de raza aria”. A partir de ese momento entró en la mira del nazismo. Stein huyó de Alemania hacia Holanda, hasta que en 1940 también fue ocupada por los nazis. La hermana carmelita intentó entonces conseguir un traslado a Suiza, pero no recibió apoyo alguno de la Iglesia y debió quedarse en Echt, población próxima a Maastricht.

A mediados de 1942 empezaron las deportaciones. La conferencia de obispos católicos de Holanda protestó públicamente: el procedimiento contradice “el más hondo sentimiento moral del pueblo holandés”, señaló. Las fuerzas de ocupación alemanas reaccionaron inmediatamente, apresaron a los judíos convertidos al Catolicismo y los enviaron a las cámaras de gas.

Entre las víctimas estaba Edith Stein. Los sobrevivientes cuentan que en los campos del nazismo ofrecía consuelo “como un ángel, una mujer con una sonrisa que no era una máscara sino luz que entibiaba el alma”.

En 1998 se proclamó santa a Edith Stein.