“¿Quienáy?”

Sincera, como la vida misma

Roberto Schneider

En la pequeña ciudad, casi un pueblo se imagina uno, hace frío. Al menos así se desprende del vestuario que usan esas cinco mujeres que habitan una casa. Un chaleco gris y desvaído tejido al crochet; una camperita muy blanca armada puntillosamente; un chal marrón al que en determinado momento se le escapa una polilla y los camisones, en tonos cálidos y suaves, de algodón puro que en algún caso se mete en las carnes. Y las medias, hasta debajo de las rodillas, propias de un tiempo detenido en el espacio.

Adentro, viven La Choni, La Chola, La Chela, La Chita y La Chuchi. Bien sonoras en sus expresiones, como las ch que forman parte de sus, suponemos, sobrenombres. Todas mostrando cómo, en cualquier barrio del mundo sus habitantes pueden entrelazar sus existencias al ritmo cotidiano. Quizás se quieren, posiblemente vivan dramáticas o divertidas situaciones sin que su entorno humano conozca más allá de las puertas de sus casas o, simplemente, las aglutine una triste existencia cotidiana. Todas ellas, en definitiva, recorren su vida entre chismes de los vecinos o la alegría y el patetismo de sus íntimos problemas.

Este es el micromundo contado de manera amorosa por el dramaturgo Raúl Kreig en “¿Quienáy?”, la obra estrenada en la Sala Marechal del Teatro Municipal. El ámbito en el que desarrolla su historia, en el que observa minuciosamente a sus criaturas, tiene originalidad. Sus mujeres conversan acerca de nimiedades sobre lo humano o lo divino casi como un entretenimiento de quienes conviven bajo un mismo techo con un permanente cotilleo que resume las frustraciones de quienes, finalmente, hallan su deseo pasional en un pretérito que las moviliza. Bastante.

Este pequeño racimo humano se entrelaza entre la risa -casi permanente, sonora y contundente, como los nombres de las protagonistas-, la soledad y la angustia. Poco o nada de lo que les ocurre a estas mujeres es demasiado importante, pero la obra de Kreig, armada como un entramado sencillo y cálido, radiografía esas vidas que se cruzan en el reducido espacio de esa casa a la que llega alguien y golpea con fuerza. Probablemente pueda ser el tan ansiado hombre, hambrientas como están de un varón. No hay en esta historia demasiadas alharacas ni extravagancias. Cada una de las protagonistas transita, entre la sonrisa y el patetismo, todo lo que el destino les puso a su disposición: la soledad, las habladurías, la muerte, la atrevida existencia de estas mujeres a las que la vida les pasa como una ráfaga.

La pintura de “¿Quienáy?” atrae a los espectadores por la sencillez de su historia y por la humanidad de sus personajes. Por supuesto, por la risa (por qué no la carcajada) que campea en toda la puesta en escena dirigida de manera entrañable por Luchi Gaido y Vanina Monasterolo. Ambas hacen de lo trivial un colorido mosaico de vidas dentro de un fondo agridulce que recrea con fervor la psicología de ese racimo humano que vive desde muy dentro de sus corazones la necesidad de sobrevivir a la rutina y a la tristeza.

Las frustraciones se asocian con los pequeños triunfos que a cada una de ellas le marcó el destino y así, con humildad y una tierna sonrisa que marca muchas de sus situaciones, esta obra aporta, gracias al impecable trabajo de Kreig, un abanico de situaciones en las que todas se enfrentan con la paciencia de quien no puede torcer su futuro.

Si las historias rezuman sonoras risas y humanidad es porque ahí están ellas, las soberbias actrices que integran un elenco sin fisuras, entregado al delirio de trabajos creados con precisión para el lucimiento de actrices enormes. Marta Defeis, la que maneja el poder sólo con la mirada, obstinada como está en que ninguna del resto ocupe su trono; Luchi Gaido, la eterna enamorada; Mariana Mathier, la menor y menos experimentada; Martha Ottolina, la ¿mayor?, casi sorda, vivaracha, algo tierna y Susana Schvart, la “mala”, esa con el cabello bajo la red, la que quiere el trono. Todas entregan la fuerza contundente de sus voces y el cuerpo, mostrado sin tapujos. Aportan lo mejor para dar autenticidad a esas mujeres de pueblo que, entre luces y sombras, muestran sus intimidades, sus fracasos y sus dolores. La propuesta se valoriza con el diseño del espacio escénico -se “ve” desde todos los ámbitos de la Marechal-, la planta de luces y la banda sonora de Edgardo Dib.

La totalidad de “¿Quienáy?” habla a los espectadores con un lenguaje llano y sincero. Como la vida misma, como la cotidianeidad de cualquier pueblo en los que mujeres cómo éstas -y hombres también- esconden en el ámbito de su casa sus problematizadas existencias. Hasta que alguien golpea con fuerza.

La nota

 

Con mucho apetito de hombre, las mujeres de esta obra viven bajo un mismo techo con mucha risa, en soledad y también con angustia. La risa es protagonista de la propuesta.Foto: Luis Cetraro