En Familia

El ADN familiar

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Rubén Panotto (*)

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En los comienzos de este nuevo siglo, es imposible no conocer algo acerca de lo que significa el ADN de una persona; al menos saber que se lo utiliza para determinar si existe alguna relación biológica entre determinados seres humanos. Conocido es que la sigla ADN significa ácido desoxirribonucleico, siendo una sustancia que todos tenemos en nuestro cuerpo y que forma los cromosomas que contienen instrucciones genéticas que se transmiten a los hijos que reproducimos. Su descubrimiento es tan maravilloso que no hace más que incrementar nuestro asombro ante el milagro de la vida, como creación de un ser infinitamente superior a quien llamamos Dios, y es así como toda familia biológica posee su propio ADN. El responsable del sitio darfruto.com, Pablo Prieto, define al ADN de la familia en tres principios genéticos fundacionales: Aceptación incondicional de sus componentes; Complementariedad sexual; Maternidad y paternidad espiritual. Comprenderlos es indispensable para construir una auténtica sociedad y remediar sus males.

La familia, ante todo, es una comunidad de personas con un tipo de relación interpersonal concreta y precisa. Sería degradar su importancia si la comparamos con cualquier otro tipo de agrupación o consorcio humano, o con cualquier otro vínculo afectivo o jurídico, de los muchos que son posibles. Podemos expresar con pertinencia que el ADN de cada familia se manifiesta en un vínculo de comunión o comunidad afectiva y efectiva, que resulta de darse, ofrendarse o entregarse por amor a ese determinado grupo. La manifestación es el diálogo, el servicio mutuo, compartiendo bienes, sean éstos materiales, profesionales y espirituales. Alguien puede estar pensando que este modelo hoy no se expresa en las diversas culturas, etnias y sociedades, y aun más, se proclama que está en proceso de mutación y cambio. No obstante, es sano y paradigmático aceptar voluntaria y racionalmente que sigue siendo la familia conocida de todas las edades, la que tiene la autoridad milenaria de exhibir su genotipo, ahora respaldado por la ciencia. El ADN en la familia es la molécula de la herencia y se recibe gran parte de ésta, de forma inmutable, de padres a hijos.

Alquiler de vientres

En nuestro país está en plena discusión el cambio del Código Civil, que legalizaría la maternidad subrogada y permitiría reemplazar la maternidad propia por la de otra mujer, que ofrecería cargar con el embarazo a cambio de una suma de dinero. En los EE.UU. de América esto ya es legal a un costo de 100 mil dólares, donde 20 mil son para la madre sustituta. Más allá de reconocer que esto se hace aplicando los estupendos avances de la biociencia, no soslaya la consideración de innumerables interrogantes que surgen al considerar a la procreación como fruto y resultado de dos personas que se aman y participan, con el compromiso responsable, de todo el proceso de gestación de un nuevo ser, sin tercerizar ninguna de sus etapas, mucho menos de la gestación como derecho y propiedad irrenunciables. La periodista Marisa Brel está buscando tener a su segundo hijo, mediante el sistema de subrogación, en los EE.UU. Ella declaró que le parece “emocionante” que en la Argentina se decrete esta ley, para generar conciencia de que tal práctica “no se entienda como un negocio”. Deberíamos plantearnos como sociedad si este procedimiento no puede considerarse humana y sentimentalmente manipulador, como también legalmente confuso, a partir de que representantes legales consideran que una ley que lo regule debe dejar en claro que madre es la que aporta el material genético y no la que tiene el parto. Creo que estamos entrando apresuradamente en un terreno desconocido como trascendente. En nuestro país, al no haber ley que lo regule está permitido el alquiler de vientres, pero sin cobertura legal. Esto permite, entre otras arbitrariedades, que la mujer subrogada pueda decidir quedarse con el niño. Ante un reclamo de la pareja contratante, el juez no podrá decidir otra cosa que otorgarle la maternidad a la mujer que llevó el niño en su útero y lo parió.

Convicciones y certezas

En tiempos de incertidumbres y escepticismo, la historia y el valor de la vida deben prevalecer sobre el tembladeral de propuestas y el pensamiento único. ¿No le parece que deberíamos preservar y defender los derechos adquiridos de la familia? ¿No es suficiente conocer que aun científicamente este grupo biológico tiene su propio ADN como herencia insustituible? Desde esta columna proponemos: privilegiar el derecho a existir y fundar una familia y tener los recursos apropiados para sustentarla; el de transmitir la vida y educar a los hijos; el de creer y profesar su propia fe y difundirla; el de transmitir a sus propias generaciones las tradiciones y valores culturales, éticos, morales y espirituales, con los instrumentos, medios e instituciones necesarios; el derecho de expresión y representación ante las autoridades sociales, políticas, económicas, etc., a proteger a los hijos menores de la acción psicológica de los medios hacia el consumismo, la pornografía, las adicciones, la violación de la intimidad, etc. Tengamos presente que estos derechos forman parte de nuestro ADN y por consiguiente son inalienables.

El Estado, a través de todas las formas en que opera, debe reconocer a la familia como fuente insustituible de nuevas generaciones de ciudadanos, respaldar su servicio a la vida y la salud, su acción benéfica e inestimable en los campos de la economía, la cultura, como así también su acción civilizadora en todos los ámbitos de la vida humana. Por otra parte ¿no es la familia un “invento de Dios”? ¿No dice la Biblia, “el manual del fabricante”, que en algún momento Dios se establecerá como padre a todas las familias de la tierra?

(*) Orientador Familiar