Poemas de William Butler Yeats

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W.B. Yeats, fotografiado por Edward Steichen.

 

El trabajo de la pasión

Cuando la ardiente puerta donde los ángeles

se apiñan a tocar el laúd, está vacía;

cuando el barro mortal está alentando

una inmortal pasión; el alma sufre

el látigo, la corona de espinas, el camino

lleno de amargos rostros, las heridas

en el costado y en las manos, la esponja

de hiel, las flores del Cedrón. Desataremos,

al inclinarnos ante ti, nuestro pelo,

para que derrame su perfume marchito

y se empapen en el rocío las lilas

de esperanzas blancas como la muerte

y las rosas de los sueños apasionados.

El violinista de Dooney

Cuando toco mi violín en Dooney

la gente baila como una ola en el mar;

mi primo es cura en Kilvarnet,

mi hermano en Mocharabuiee.

Pasé junto a mi hermano y mi primo

que leían su libro de plegarias;

yo leía en mi libro de canciones

que compré en la feria del Sligo.

Cuando llegue el final del tiempo

y lleguemos a donde Pedro está,

nos sonreirá a los tres viejos espíritus

pero a la puerta me llamará primero.

Porque los buenos siempre son alegres

salvo caso de mala suerte;

y los alegres quieren a los violines

y les gusta bailar con su música.

Y cuando allí la gente me espíe,

vendrán todos en torno a mí,

diciendo: “¡El violinista de Dooney!”

bailando como una ola en el mar.

Los hombres mejoran con los años

Los sueños me han desgastado;

soy un tritón de mármol roído

por el paso del agua, a lo largo

del tiempo; contemplando siempre

esta belleza, esta dama, viéndola

como pintada en un libro;

complacida con lo que llenó

sus ojos, sus discretos oídos,

fascinada con su ser sabia, ya

que mejoran con los años los hombres.

¿Es ésta la verdad, o mi sueño?

¡Si nos hubiéramos encontrado

en mi ardiente juventud! Pero

crecí entre sueños: un tritón

de mármol, que desgastó

el tiempo, el paso del agua.

Por qué no van a enloquecer los viejos?

¿Por qué no van a enloquecer los viejos?

Más de uno ha visto a un chico prometedor

con una sana cintura de mosca de pescar

convertirse en un periodista borracho;

a una chica que se sabía todo Dante

vivir cuidando los hijos de un zopenco;

a una Helena de sueños de bienestar social

subiéndose a los gritos a una vagoneta.

Se piensa que esto depende del rumbo

del destino, que puede matar de hambre

a hombres buenos, dar ventaja a los malos.

Que si se ve al vecino tan chato como

en un escenario iluminado, ninguna

historia va a tener un final digno de su

comienzo, con una intacta mente feliz.

Los jóvenes nada saben de esto,

se lo conoce viendo a los viejos;

mas cuando aprenden de los libros

que no hay nada mejor en esta vida,

saben por qué se vuelve loco un viejo.


Navegando hacia Bizancio

I

Éste no es un país para los viejos. Jóvenes

unos en brazos de otros, posados pájaros,

—esas generaciones por morir— en su canto:

y las cascadas del salmón, los poblados

mares de la caballa, pescados, carne o ave,

loan todo el verano el engendramiento,

lo que nace o que muere. Prisioneros

de esta música sensual y negligente,

los monumentos sin edad del intelecto.

II

Un viejo es un menospreciado, camisa

colgada de un palo, salvo que el alma

cante, marcando con las manos

el compás, más alto a medida

que sea más andrajoso su vestido mortal.

Y como no hay escuela de canto

que no estudie las glorias de su propia

magnificencia, navego el mar y vengo

hasta la ciudad santa de Bizancio.

III

Sabios de pie frente al fuego de Dios

como en los dorados mosaicos,

vengan desde el sagrado fuego, aleteen

en la espiral, y sean los maestros

cantores de mi alma. Consuman

todo mi corazón. Enfermo de deseos,

atado al animal que ha de morir,

no sabe lo que es; absórbanme

de la eternidad en el artificio.

IV

Ya fuera de lo físico, no tomaré

forma de cuerpo en nada de lo que hay,

salvo en la que el herrero griego

hace golpeando y esmaltando el oro,

para tener despierto al Emperador.

Salvo también que me ponga a cantar

en una rama de oro a los señores

y damas de Bizancio, del pasado,

de lo que pasa y de lo que vendrá.

(Traducciones de Eduardo D’Anna. De “Poemas completos”. Alción Editora. Córdoba, 2011).