Preludio de tango

Amelita Baltar, la balada inolvidable

Manuel Adet

El 16 de octubre de 1969 fue una jornada histórica en Buenos Aires. Histórica y escandalosa. Ese día se celebraba en el Luna Park el “Festival de Buenos Aires de la canción y la danza”. Amelita Baltar subió al escenario acompañada de Astor Piazzolla y sus músicos. Apenas inició el recitado de “Balada para un loco”, el mítico “Las callecitas de Buenos Aires tienen ese no se qué... viste...”, empezaron los silbidos y las monedas sobre el escenario. Baltar siguió como si nada estuviera pasando. Los silbidos en algún momento comenzaron a contrastarse con los aplausos. Cuando concluyó la canción, la tribuna estaba dividida en dos, tal como le gustaba a Piazzolla, como se lo había propuesto el autor de la letra, Horacio Ferrer y como lo logró con creces Amelita Baltar.

El jurado del festival era de lujo. Allí estaban Chabuca Grande, Vinicius de Moraes y Francisco García Jiménez, entre otros. Se dice que todos los laureles se los llevó “Balada para un loco”, pero -según la versión de Ferrer- a último momento el primer premio lo ganó el tema de Julio Camilloni y Julio Ahumada, “Hasta el último tren”. La canción de Ferrer salió segunda, pero el disco simple grabado pocos días después con “Chiquilín de Bachín” en la cara B, vendió en menos de una semana alrededor de 200.000 placas Y esto fue apenas el principio, porque después de extenderse por todo el país, la balada viajó a Europa y al mundo y hasta el día de hoy se sigue grabando, y aunque a los muchachos de la guardia vieja no les guste, sigue siendo una de las expresiones más conocidas de nuestra música ciudadana en el mundo.

Lo sucedido en el Luna Park demostró una vez más que los segundos pueden ser los primeros cuando poseen méritos genuinos, aunque en honor a la verdad, “Hasta el último tren” tiene sus logros, como lo prueba la primera estrofa: “Amo los andenes de la espera, la poesía de los rieles que la luna replantea. Amo los andenes suburbanos de estaciones patinadas por el tiempo y los olvidos. Amo la garita y las banderas, amo el tren que se despide y amo el tren en que tu llegas”. Un excelente poema que con todas sus virtudes no alcanza a hacerle sombra a la transgresión, creatividad y desparpajo de “Balada para un loco” que, además de estar bien escrita, sintoniza con un tiempo especial como fue la década del sesenta.

Una trilogía se lleva los laureles. Esa trilogía está integrada por Ferrer, Piazzolla y Baltar, pero le corresponde a la mujer haber dado el tono, el timbre y la cadencia exacta a una canción difícil de interpretar porque rompía con todas las convenciones establecidas en su tiempo. Por supuesto, los viejos tangueros dijeron que “Balada para un loco” no era un tango, y lo dijeron con la misma convicción con que Carlos de la Púa lo increpaba a Gardel por cantar canzonetas italianas. Sin embargo, a más de cuarenta años del suceso, no quedan dudas de que el poema de Ferrer representa de manera genuina y, hoy se podría decir, hasta tradicional, a una ciudad con sus calles, sus giros verbales, su clima y sus delirios. Por lo menos, así lo entendió, entre otros, Roberto Goyeneche, el único tanguero clásico que se le animó y salió bien parado.

Amelita Baltar quedó identificada para siempre con ese poema. Hasta el día de hoy, sus recitales los inicia con él, por decisión propia, pero también porque es lo que el público, un público integrado hoy por una mayoría que no había nacido o era bebé cuando ella tuvo el coraje de soportar silbidos e insultos en el Luna Park, aunque, bueno es decirlo, luego pudo darse el lujo de tomarse una merecida revancha, como cuando se celebraron los diez años del poema y en el mismo escenario de 1969 ella, con Julio Bocca, lo cantaron y lo bailaron durante siete noches seguidas.

Quedar identificado para siempre con un tema es una ventaja y un perjuicio; la ventaja de la celebridad merecida, pero el perjuicio de cristalizar la imagen y la voz con una canción. Baltar con Piazzolla grabaron los mejores poemas de Ferrer y allí hay temas como “Balada para mi muerte”, “Chiquilín de Bachín” o “La bicicleta blanca”, por mencionar los mejores. Curiosamente, después de esa experiencia vanguardista y luego de su divorcio con Piazzolla, a quien, como dijera uno de sus críticos, “siempre le gustaron más las piernas de Amelita que su voz”, ella se dedicó a trabajar las versiones más clásicas del tango. Temas como “Sur”, “Gricel”, “Yuyo verde”, “Nostalgias”, “De mi barrio”, “Los mareados”, los interpretó en su estilo, motivo por el cual en algún momento dijo en una entrevista: “Entré al tango de un modo diferente. Empecé con Piazzolla y ahora estoy con el tango tradicional”.

María Amelia Baltar nació en Buenos Aires, en el abacanado barrio Norte, el 24 de septiembre de 1940. Haber nacido en la llamada zona distinguida de la ciudad, le otorgó una fama de niña bien que ella nunca avaló, entre otras cosas porque su familia no era millonaria y porque sin perder la distinción de sus modales y vocabulario, siempre le gustó reivindicar cierto estilo plebeyo, muy bien elaborado y muy porteño.

Hizo sus estudios en el colegio La Anunziata y desde muy joven tomó clases de guitarra con el maestro Vicente Di Giovanni y de canto con Mario Contreras. Sus inicios fueron con el folclore. Apenas cumplidos los veinte años integró el “Quinteto sombras” y en 1968 el “Festival del disco de Mar del Plata”, premió su primer larga duración como solista. Fue en esas circunstancias que conoció a Astor Piazzolla, de quien no vamos a decir que fue el hombre de su vida, pero con seguridad que fue el músico que la catapultó a la fama. A Piazzolla, además de sus piernas, de Amelita le gustó su voz de messosoprano que lució sus atributos en la opereta “María de Buenos Aires”, esa voz que al decir de Ferrer “es misteriosa, tabacosa, sugestiva y distinta, con un temperamento y autenticidad de mujer del Buenos Aires moderno. Baltar creó una nueva manera de interpretar el tango. En su talento, nuestros temas encontraron el eco exacto que nosotros pedíamos”.

La labor profesional a partir de allí se confundió con el romance amoroso. “Balada para un loco” se terminó de escribir y componer en el departamento de Piazzolla de avenida Libertador. Ensayaban variaciones, discutían palabras, imágenes y maneras de interpretarlo. Los ensayos se repitieron con otros poemas y el trabajo de ella debe haber sido tan intenso que su marido llegó a decir en un momento: “Qué hincha pelotas tener la cantante en casa”.

Piazzola y Baltar viajaron por el mundo, vivieron en algunas ciudades de Europa y se presentaron en sus principales escenarios. Fue la época de más popularidad de Piazzolla y la de mayor recaudación, aunque algunos de sus críticos consideraron que fue también el tiempo más complaciente. Cuando años después se separan como pareja y como artistas, Piazzolla, que en estos temas no solía ser compasivo ni justo, dijo a la hora de evaluar aquella relación que “el amor es muy lindo, pero tiene la desventaja de dejarlo a uno sordo”.

A esta altura del partido, Baltar tenía vuelo propio en la Argentina, en Estados Unidos y en Europa. Su popularidad en el extranjero llegó a ser tan alta que en una entrevista no tuvo reparos en repetir el refrán que recuerda que nadie es profeta en su tierra. De todos modos, con Susana Rinaldi y Marikena Monti participaron en un interesante programa televisivo titulado “Tres mujeres para el show”. Tiempo después acompañó a Jorge Luz en el programa “Cocktail para tres”. Las presentaciones en Buenos Aires se alternaban con giras en el exterior. En la década del noventa, recorrió Brasil junto al ballet Stagium.

Después de varias décadas de trayectoria, el Congreso de la Nación y la ciudad de Buenos Aires le rindieron sus merecidos homenajes en reconocimiento a sus aportes a la canción popular. Como para completar su ficha biográfica, habría que señalar que dos películas cuentan con su participación: “El tango cuenta su historia”, filmada en 1976 y dirigida por Fernando Ayala y Héctor Olivera. Y “Luba” en 1990, dirigida por Alejandro Agresti.

Amelita Baltar en la actualidad tiene alrededor de setenta y dos años y si bien su voz acusa el paso del tiempo, sigue siendo un placer escucharla. Para ello, basta con mirar la cartelera de espectáculos de los diarios porteños o entrar a su página web personal. Repito: escucharla sigue siendo un gran placer, la garantía de que se va a disfrutar de un buen momento, además de contar con el privilegio de estar cerca de alguien que, de alguna manera, es un pedazo vivo de historia de nuestra música ciudadana.

Amelita Baltar, la balada inolvidable