Entrevista a Francisco Bitar

La situación como clave

“Tambor de arranque”, que acaba de editar :e(m)r; fue una de las obras ganadoras del Concurso Provincial de Literatura Ciudad de Rosario 2012, dedicado al género nouvelle. Entrevistamos a su autor, el santafesino Francisco Bitar, hasta hoy conocido por su poesía y sus trabajos de edición.

La situación como clave

Francisco Bitar. Foto: Flavio Raina

 

Por Enrique Butti

—¿Qué decís cuando te preguntan de qué se trata la novela?

—Uf, es una pregunta tremenda. Igual creo que, con toda su inocencia, si no se puede responder a esa pregunta es porque una novela no vale como narración. Hay algunos que no la podrían responder ni en quinientos años: aunque hayan pensado todos los aspectos de un relato, no pensaron en ése. De todos los insoportables, ésos son los peores. Te diría que la anécdota que desencadena Tambor de arranque es casi trivial: una joven familia apuesta lo que tiene a la compra de un auto, no solamente en términos materiales sino también afectivos. Te respondo con una anécdota trivial, pero te respondo con una anécdota. Como se puede ver en mis libros de poemas, no puedo escribir sino sobre cuestiones más bien domésticas o, en todo caso, familiares, para usar una palabra que tiene más de un sentido.

—¿Ésa es la anécdota que originó la novela?

—Es una entre otras. Al principio, tenía una serie de situaciones de corte similar que me daba vueltas por la cabeza y en un momento tuve la necesidad de desarrollarlas. Es un momento clave, cuando el borrador, la situación comprimida, digamos, gana terreno. Es de lo que habla Faulkner, me parece, cuando dice que un escritor trabaja como si debiera sacarse un sueño de la cabeza. En fin, al desarrollarlas me di cuenta también de que estaba contando distintos momentos de una misma historia. Decidí integrarlos a un relato mayor pero buscando que ninguna de esas situaciones perdiera su autonomía.

—Hablás de situación...

—Exacto. La situación, para mí, es clave. Una situación bien planteada te da la posibilidad de narrar más allá de la psicología de los personajes, o apelando a la emoción de esos personajes como una pincelada de tensión. No estoy en contra de apelar a la emoción pero sí creo que es más difícil hacer que una historia progrese de esa manera. Borges decía que una situación podía dar origen a un cuento pero que no podía motivar una novela. Creo que lo dice en el ensayo sobre Hawthorne. No sé hasta dónde es así. En todo caso, Tambor de arranque no lo desmiente: son ocho cuentos que funcionan como capítulos e integran una historia. Es cierto: hay más de una situación.

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Foto de Miguel Grattier.

—¿Te acordás de cuáles fueron esas situaciones iniciales, el germen de los relatos?

—Un padre joven que intenta plantar un árbol enfrente de su casa para dar sombra al auto. Una pareja que fuma porro mientras la hija alimenta a las palomas, en una estación de trenes abandonada. Unos amigos que se quedan sin hielo para el vino y tienen que salir a buscar más. Un chico que prende los fuegos más altos del mundo. Ésas fueron las situaciones iniciales. Después apareció otra, funcional al relato mayor, la conversación madre-hija en la cama matrimonial de la madre, luego de la separación de la hija. Por ese capítulo tengo un cariño especial. Algunas las vi, otras me las contaron, otras me pasaron.

—¿Cómo fue el paso de la poesía a la narrativa?

—Bueno, no creo que hubiera algo así como un paso. Para mí siempre convivieron y se alimentaron una de la otra. Mis poemas tienen un claro elemento narrativo y, al revés, la novela trabaja con recursos que vienen de la poesía, de la poesía que me interesa. Si querés, la disposición de los capítulos a modo de relatos autónomos responden a una condensación, están escritos bajo la consigna de Pound: “Lenguaje cargado al máximo de sentido”. Esto, creo, tiene dos derivaciones básicas: utilice la palabra justa y tache lo que no corresponda. Lo digo con reparos también, porque tengo una debilidad, un goce, por escribir un poco de más. De todas maneras, aunque éstos sean preceptos básicos, intercambiables entre un género y otro, un relato debe contar siempre una historia. Abajo la literatura experimental.

—Pero, en tu caso, la poesía estuvo primero.

—Fue lo primero que se editó. Pero tengo un par de novelas y unos cuantos cuentos anteriores a los libros de poemas que nunca se publicaron ni se publicarán. Por suerte: es lo mejor para todos. No sé si te acordás, pero cuando nos conocimos, hace casi diez años, te traje unos cuentos.

—Más o menos.

—(risas) Bueno, no había nada que valiera la pena recordar. Ni yo me acuerdo. Pero había uno que rescataste del montón y que a mí también me parecía más logrado que el resto.

—Ajá.

—Sí. Trataba de una pareja que tiene que fumigar la casa. Cubren la vajilla con los manteles y salen a la puerta a esperar que los fumigadores terminen con el trabajo. Era el capítulo que necesitaba para que todo terminara de cerrar. “Contenedor”, se llama en la novela, uno de los capítulos finales. Esa vez me preguntaste si yo quería publicarlo en el diario. Yo te dije: mejor esperemos un tiempito.