En Familia

Perdimos la paz, busquémosla ya

Si entendemos la paz como un estado personal y social de equilibrio y estabilidad, aceptaremos también que, en un sentido contrario, la paz es ausencia de inquietud, de violencia y guerra.

El individuo en paz disfruta del equilibrio estable en su cuerpo, mente y espíritu. La paz establece un estado interior exento de ira, cólera, odio y otros sentimientos negativos. Podemos hablar también de la paz social como una extensión hacia los demás de la paz personal, pactada en las buenas relaciones entre grupos de personas, clases o estamentos sociales dentro de un mismo pueblo o nación.

El síntoma más generalizado pero contundente de haber caído en un estado de pérdida de la paz, es cuando se comienza a transitar por terrenos tumultuosos de ansiedad, temor y espanto.

¿Qué o quién nos arrebató la paz? Esto no se identifica en una sola causa, toda vez que las desigualdades, discriminaciones y explotación del hombre por el hombre volatilizan el concepto de paz como un derecho natural apreciado, llevando a las personas a un estado dominante de ansiedad y temor.

Ausencia de la fuerza

La paz social deriva del bienestar de las comunidades, logrado por medio de Estados que desarrollan metas y objetivos para la prosperidad de sus individuos. El jurista Hans Kelsen dice: “La paz es una situación que se caracteriza por la ausencia de la fuerza”. Una sociedad en paz estimula la confianza y el desarrollo de su nación, hasta lograr un Estado sostenible que supere sus adversidades por medio de la paz y no por la fuerza. En nuestro país, esta paz social está debilitada, y aun peor, parece quebrada. Mientras no aceptemos que “la paz es resultado y fruto de la justicia, que la paz y la justicia caminan juntas”, como lo declaró Juan Pablo II en una de sus encíclicas, no habrá posibilidad de restaurar su inmenso valor para la vida. Si la paz social se caracteriza por la ausencia de la fuerza y la opresión, será tarea y compromiso de los referentes y líderes sociales el desarrollar un ambiente calmo e idóneo, para re-establecer el valor de la confianza, fundamental para recuperar la paz, donde no se vea al otro como un enemigo sino como un aliado.

No alcanza con gritar en las calles y exhibir pancartas alusivas; ya no sirve la diplomacia de los pactos y las treguas. La mente humana se ve agitada y provocada por la violencia y el desasosiego.

La paz es mucho más que ausencia de guerra. Se centra en una experiencia personal y única, que vence al egoísmo y sus secuelas de intolerancia, ambición y dominio. La paz social es hoy una utopía que se aleja, mientras que la paz individual y familiar es posible a partir del entendimiento de que la paz no se hace, no se negocia, no se pacta, sino que se busca, se recibe y se la sigue.

Desde el ser interior

Vivir la confraternidad y armonía entre los seres humanos conforma el ideal de paz más deseado en uno mismo y su familia. Nunca la paz comienza desde afuera, sino desde el ser interior. Es un valor que se pierde fácilmente cuando los conflictos y las diferencias surgen y se establecen en nuestras relaciones personales y familiares. La paz no es la calma y tranquilidad de un cementerio, ni el “no te metas” de una vida solitaria. Todos padecemos dificultades en la vida como evidencias de nuestras limitaciones y debilidades humanas. No obstante, deberíamos estar atentos cuando percibimos que los conflictos más comunes nos determinan como una persona malhumorada e insoportable.

La persona conflictiva responde a ciertos comportamientos que la identifican: no accede a un acuerdo, aunque sea pequeño y de menor importancia; marca una tendencia a usar palabras y actitudes negativas; se siente aludida y agredida ante cualquier circunstancia que esté en contra de sus intereses particulares; insiste en salirse con la suya, aunque sepa que está equivocada. En el área laboral y de negocios, crea dificultades inexistentes; no dialoga y discute con facilidad.

Vivimos una etapa de la humanidad donde se habla mucho de la armonía y paz espiritual. Mucha literatura acompaña cursos y métodos enfocados a obtener el tan preciado bien. No obstante, poco se menciona que una de las formas insustituibles para alcanzar tales ideales es mediante el espíritu de servicio hacia los demás. Cuidar nuestra manera de hablar en la casa es un indicador de la búsqueda de la paz familiar. Bajar el nivel de agravios personales y decidir escuchar con interés a nuestro interlocutor pone de manifiesto el deseo de entender las necesidades de los otros antes que las propias. En cuanto a la paz familiar, no olvidemos que todas las actitudes de los padres se reflejan en los hijos. Crear las condiciones apropiadas para hacer agradables todos los momentos de convivencia ayuda a encontrar la paz y cuidarla para siempre.

Cómo hallarla

En la Biblia encontramos diferentes fragmentos y lecturas que nos enseñan sobre la auténtica paz. Uno de los principales ejemplos es la venida de Jesucristo como un poderoso Salvador, “para dar luz a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte, y encaminar nuestros pies por el camino de paz”. También hallamos el conocido anuncio del ángel que junto a una multitud de seres celestiales alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. Por último, el ofrecimiento insustituible de Jesús, cuando declaró: “La paz les dejo, mi paz les doy, no la doy como el mundo la da. No se turben sus corazones ni tengan miedo”.

(*) Orientador Familiar