Crónica política

Educando a la señora

Creo que acerca de la publicación de una foto falsa de Hugo Chávez en la tapa del diario “El País” no hay mucho más que decir, sobre todo porque los propios directivos del diario admitieron que metieron la pata de la peor manera. Los responsables de semejante burrada deberían ser echados del diario con una patada en el trasero, no por manipuladores si no por imbéciles, la única falta imperdonable en esta profesión. En la desgraciada nota de tapa, los editorialistas de “El País” señalan que la enfermedad de Chávez es el secreto político mejor guardado por el poder. Pues bien, ese secreto político sigue intacto por lo que muy bien podría decirse que los errores de los periodistas pasan, pero los secretos de Estado se mantienen. Si la salud del presidente es un secreto de familia, un secreto guardado por una dictadura a kilómetros de distancia de Venezuela, a nadie le debería sorprender que los periodistas se desvivan por obtener alguna noticia y que esa ansiedad deje abierta la puerta para la comisión de errores imperdonables.

Dentro de una semana nadie se acordará de la metida de pata del director de un diario, pero en Venezuela millones de venezolanos seguirán sin respuestas sobre el estado de salud de su presidente, porque la única respuesta que hasta el momento les han dado es la que estimula prender velas a los santos y santones de turno, mientras improvisan decretos presidenciales rubricados por un tal Chávez, un señor cuyo estado de salud le impide presentarse en público, aunque parece disponer de una singular energía para dibujar los trazos de su firma.

En lo personal, lo que no les disculpo a los directivos de El País es que con su torpeza les haya dado pie a los enemigos del periodismo para que tomen agua y reiteren su obsesiva letanía contra las libertades. En ese oficio oportunista y pendenciero de sembrar discordias, la señora, una vez más, fue la primera en anotarse, incorporando un dato que no es original, aunque en estos temas -como bien se sabe- la señora hace rato que ha renunciado a ser original. En el caso que nos ocupa, sus imputaciones fueron más allá de los editores del diario del grupo Prisa, para responsabilizar al señor Magnetto.

El texto sobre las maldades de Magnetto, la señora lo escribió en Vietnam, donde parece que descubrió que hubo una guerra y que los vietnamitas eran los buenos y los yanquis los malos. Como esa primicia informativa le pareció incompleta, no vaciló en comparar a Ho Chi Minh con San Martín, tal vez una gentileza diplomática pero un verdadero disparate histórico, aunque a la señora en estos temas hay que disculparla porque está haciendo descubrimientos insólitos, y su acelerado curso de militante antiimperialista no le da tiempo para detenerse en sutilezas y detalles.

Si por esos azares de los dioses me hubiera tocado ser su asesor, le habría recordado a la señora que cuando visitó Indonesia lo que correspondía era realizar un homenaje discreto a las víctimas de la represión perpetrada por el dictador Suharto en 1965. En la ocasión, le habría informado que el ejército asesinó alrededor de medio millón de personas y, para completar el curso, le habría sugerido mirar la película de Peter Weir, “El año que vivimos en peligro”. Como al pasar, le habría recordado que la palabra “Yakarta” fue la consigna de los pinochetistas para derrocar a Salvador Allende, informándole en pocas palabras que ese señor fue el presidente de la Unidad Popular en Chile entre 1970 y 1973, año en que fue derrocado por un golpe de Estado que inmediatamente fue legitimado por el gobierno argentino, entonces a cargo de un señor llamado Juan Domingo Perón.

Prosiguiendo con mi tarea didáctica, habría sugerido que una comparación posible con San Martín debería ser Nguyen Giap y no Ho Chi Minh, y en el acto le habría hecho entrega a la señora de unos breves apuntes biográficos para ponerla en conocimiento de que ese señor de nombre tan extraño fue el genio militar que derrotó a los franceses en la batalla de Dien Bien Phu, recordándole, como al pasar, que los vietnamitas antes de trenzarse con los yanquis habían luchado contra los japoneses y los colonialistas franceses. Todos estos pequeños detalles se los habría dicho a la señora con la mayor delicadeza, para que no interprete que en temas de liderazgos antiimperialistas Nguyen Giap es más importante que ella. Asimismo, me habría preocupado para que mis breves lecciones no perturbasen la actividad turística de la señora, es decir, sus sesiones de fotografías exhibiendo pañuelos y sombreros o jugando a los soldaditos en los viejos túneles de los combatientes. Y no la habría interrumpido, porque soy de los que creen que se deben respetar los gustos que la gente quiere darse en vida, sobre todo cuando se observa la intensa felicidad que a la señora le provocan esos inocentes placeres, algo tan evidente y notorio que en mi libreta de apuntes anoté que hacía mucho tiempo que no la veía con el rostro tan distendido, disfrutando con tanta inocencia de los momentos vividos, como si fuera una de esas turistas a las que todo les produce asombro y cualquier circunstancia es siempre un excelente pretexto para sacarse una foto.

Con la misma discreción le habría sugerido que en la actualidad los enemigos de Vietnam son los comunistas chinos, mientras que sus amigos del alma son los despreciables yanquis. No ignoro que explicarle esa suerte de paradoja me llevaría su tiempo, porque la señora tiene algunas dificultades para entender aquello que Hegel calificara como la “astucia de la razón”.

Acerca de los beneficios de posar de progresista en los tiempos que corren no es mucho lo que puedo decirle, salvo que debería esmerarse un poco más en completar el curso que está haciendo para ponerse al tanto de una historia y un universo de valores que siempre ignoró. Tampoco tiene mucho sentido que le advierta acerca de las comodidades que hoy ofrece el mundo para ser progresista. Así y todo, en algún momento le recordaría que a un señor llamado Frondizi casi lo derrocan los militares por reunirse con el Che. O que, sin ir más lejos, en los años sesenta una foto del Che o un libro de Ho Chi Minh en la biblioteca podían representar la cárcel o la muerte para su portador. Esa misma foto que su amigo Maradona se ha tatuado con tanto desparpajo en el cuerpo, o ese libro del tío Ho que ella tiene en la mano y que seguramente nunca leerá. Queda claro, por último, que por razones obvias nunca le diré que el progresismo que ella reivindica sale gratis, entre otras cosas porque no molesta a nadie, porque es anacrónico y se sostiene sobre símbolos e íconos que han perdido espesor histórico. Sobre la gratuidad de su progresismo la señora está algo así como cebada. Se identifica con los años setenta con los que nunca tuvo nada que ver, e inventa un conflicto con los militares a los que nunca combatió cuando efectivamente había que hacerlo. Es que, como dijera Roque Dalton, “cualquiera puede hacer con el joven Marx un puré de livianas berenjenas...”.

Sobre los contenidos de sus tweets me he resignado a admitir que mis influencias son mínimas. Un viejo amigo me pedía que hiciera algo, aunque más no sea para mejorar el estilo. Con pocas palabras le expliqué que me exigía un imposible y que yo, además, no estaba en ese lugar para cambiarla, sino para garantizar que siga siendo la misma. Es que sobre la escritura en particular la señora no delega ni oculta. Escribe lo que cree y siente y los resultados están a la vista. Quienes no conocen su astucia suponen que se trata de textos escritos por alguien cuyo horizonte cultural no difiere en sus giros decisivos de alguna heroína de Nené Cascallar. Pues se equivocan. Según mi punto de vista, se trata de una estrategia deliberada que apunta a provocar una suerte de identificación rápida y primaria con el alma popular. Lo que se pretende con esos textos sentimentales, cursis y coquetos, es que la lectora suspire frases como, “¡Oh! ella es igual que yo”, o “La leo y me parece estar hablando con una amiga mientras esperamos ser atendidas por la peluquera del barrio o el verdulero de la esquina”. De todas maneras, mi amigo me planteó algo que me dejó pensando. “No se puede escribir así si no se cree y no se participa de esos valores”. Mientras lo escuchaba, releía los tweets de la señora y realmente no pude menos que expresar mi asombro por esa minuciosa, detallada y exigente colección de lugares comunes, lugares que unen en un mismo trazo a Maradona con Ho Chi Minh, a los túneles vietnamitas con la camiseta de Tigre, a las muñecas con los sombreros, a Jane Fonda con Hebe Bonafini y a Juan José Castelli con Boudou. Impecable. Para escribir así, como dice mi amigo, es necesario creer, creer más allá de las manipulaciones o de las picardías. No se trata de engañar o de seducir a Chirusa, se trata de ser como Chirusa.

Rogelio Alaniz

Educando a la señora