Científicas, la otra historia

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Respiran, piensan e investigan como lo que son: mujeres. Cuatro historias, vidas que reivindican de diferentes modos el arte de ser mujer en el ámbito científico.

TEXTOS. FLORENCIA ARRI ([email protected]). FOTOS. LUIS CETRARO.

 

“Escriba el nombre de las mujeres científicas que conoce. Ahora borre a Marie Curie”.

El juego -todo un reto- fue formulado en tinta por Valeria Edelsztein, investigadora del Conicet que lanzó el desafío en “Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera)”, el libro en que rescata del olvido a las mujeres que formaron parte de la historia de la ciencia y cuyos nombres fueron omitidos -algunos, deliberadamente- u olvidados.

Fue esta labor la que inscribió su nombre en la ciencia actual, ya que al reconstruir sus avances mereció el primer premio del concurso “Ciencia que ladra” - La Nación, por decisión unánime del jurado, integrado por Nora Bär, Marcelino Cereijido, Diego Golombek y Guillermo Jaim Etcheverry.

La Dra. Edelsztein no es la única. Un poco más cerca, cientos de mujeres dedican sus vidas a la investigación y abren paso a otras que, por su ejemplo, eligen a la investigación científica como profesión y modo de vida.

Mujeres que no reclaman igualdad de género sino de oportunidades y que, gracias al camino que marcaron otras, hoy conjugan el arte de debatir sus horas entre la vida familiar, la maternidad que es inherente a su condición de mujer y la pasión de inimaginables retos científicos.

La matemática Eleonor Harboure, más conocida como “Pola”, la Dra. Mónica Quiroga y la Dra. Marisol Labas son tres mujeres que desafían cada amanecer desde Santa Fe y articulan su naturaleza femenina con la disciplina que requiere la investigación.

Junto con la Dra. Valeria Edelsztein son ejemplo de que el laboratorio ya no es un ámbito masculino; y que es posible avanzar hacia el horizonte que delinean los desafíos latentes, aunque más no sea el de ser mujer, madre, esposa y científica, y triunfar en ello.

Cuatro vidas, cuatro historias; cuatro nombres para escribir de corrido con la certeza de que no las borrará el olvido.

DRA. MÓNICA QUIROGA

LOGROS DIARIOS

Llegó a su escritorio, encendió su PC y un remitente llamó su atención. Esa mañana de diciembre, la Dra. Mónica Quiroga recibió un mail del presidente del Conicet y se pensó en problemas. Para su sorpresa, el correo le comunicaba que había recibido una mención en el Premio L’Oréal-UNESCO La Mujer y la Ciencia 2012. Mónica fue distinguida como “La ciencia al servicio de la industria” por su proyecto para desarrollar y aplicar una tecnología que permite sintetizar y reutilizar catalizadores, y reducir el impacto ambiental de las industrias químicas.

Sentada en la misma silla que aquella mañana, hoy recuerda que “fue super emocionante, ya que de 87 postulaciones nos eligieron a nosotros. Recibir las felicitaciones del presidente del Conicet fue también un verdadero honor”. La alegría se incrementó aún más al viajar a Buenos Aires para recibir la distinción junto a su equipo y con Micaela y Fernanda, sus dos hijas y mayor orgullo. “Fue una hermosa manera de terminar el año”, expresó.

Desde 1998, el Premio L’Oréal-UNESCO “La Mujer y la Ciencia” premió a 64 científicas de 30 países, dos de la cuales recibieron el Premio Nobel en 2009. Esta distinción pone de relieve la excelencia de la mujer en el quehacer científico y estimula a las científicas de talento. De las tres premiadas hace dos meses, una es la Dra. Quiroga, santafesina por adopción.

Se graduó en Ingeniería Química de la Universidad Nacional de Salta (UNSa). Se doctoró en la misma especialidad en la Universidad Nacional de Litoral, donde actualmente es profesora. Como mujer dedicada a la investigación científica, expresa que “la sociedad necesita de la ciencia, y la ciencia necesita de las mujeres; algo que se evidencia en el crecimiento del género femenino dentro del área científica. Si bien en un principio es un campo bastante inhóspito para nosotras, a medida que transcurren los años las condiciones mejoran”.

“Inhóspito”. Aún en los amables labios de Mónica Quiroga, el término estalla e impone un análisis sobre las mujeres en la ciencia.

AGUDIZAR EL INGENIO

La Dra. Quiroga es Investigadora independiente del Conicet en el Instituto de Investigaciones en Catálisis y Petroquímica (Incape, Conicet-UNL) y lidera un grupo de doce personas, seis de las cuales son mujeres.

Es de Salta y, a pesar de que hace 25 años vive en Santa Fe, su raíces se evidencian en el aire de sus erres y el canto de sus palabras. A pesar de su evidente timidez, en 1982 fue una de las ocho mujeres de entre los 60 ingresantes a la carrera de Ingeniería Química de la Universidad Nacional de Salta. “Las que nos recibimos en 1988, en tiempo y forma, fuimos sólo tres”, recuerda. Ese año desembarcó en Santa Fe, tierra en que creció con un doctorado y dos hijas. Desde entonces, dedicación y orgullo, ciencia y maternidad se confunden e inflan su pecho en logros diarios.

Al cumplir 24 años, Mónica ganó una beca en el Conicet y al tiempo quedó embarazada. Como las otras becarias de entonces, no contaba con días para adaptarse a su nueva vida. “Mis hijas nacieron en 1989 y 1991, época en que los becarios ni siquiera teníamos vacaciones, mucho menos licencia por maternidad; entonces se trabajaba constantemente. Trabajé incluso el día en que tuve familia y volví al laboratorio dos semanas después. No pude disfrutar a mis hijas de chiquititas como hubiera querido, algo que todavía hoy lamento. Pero, de ahí en más, traté de estar presente en otros momentos importantes”.

En retrospectiva, si bien reconoce que fueron días duros, “eran las reglas de juego; era chica y afrontaba lo que me tocaba. Por suerte eso cambió. Hoy es distinto, las becarias gozan de licencia por maternidad y me parece bárbaro; poco a poco, el ámbito científico se va haciendo más amigable hacia las mujeres”.

La Dra. Quiroga destaca que la vocación y el amor por la investigación científica son el impulso para seguir adelante. “Fui afrontado el día a día y me fui acomodando, repartiendo entre el trabajo, el estudio, y las necesidades de mis hijas en casa. No es un trabajo normal, los problemas no quedan en la oficina al terminar el día, van a casa con nosotras”.

Hoy, como formadora de otras becarias, transmite que “se puede. Peleándola y agudizando el ingenio se pueden cumplir los roles. Lo importantes es no desanimarse, buscarle la vuelta y establecer prioridades. Si bien para toda mujer la prioridad son sus hijos, también se necesita de la familia para poder crecer en el trabajo; y necesita del trabajo para poder desarrollarse”.

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EN CIFRAS

Según datos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), de 2003 a 2012 el número de investigadores pasó de 3.804 a 7.485. En 2006, las mujeres representaban el 46% de los investigadores, cifra que hoy escaló al 50%.

MATERNIDAD

La licencia por maternidad a las becarias del Conicet fue reglamentada recién el 26 de julio del 2007, mediante Resolución Nº 1.816. Hasta entonces, “tenías que conversarlo con tu director para que contemplara la situación... y sólo los más accesibles otorgaban algunos días para que te quedaras con tu hijo”, comentó una de las investigadoras.

Dra. Valeria Edelsztein

SI ELLAS PUDIERON...

“Si a la historia la escriben los que ganan, entonces a la científica la ganaron los hombres”. Contundentes, las palabras de Valeria Edelsztein caen por su peso en tinta en las 224 páginas de “Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera)”.

Allí narra las vidas y los descubrimientos de cientos de mujeres que desafiaron al tiempo y las convenciones para alcanzar grandes avances universales. Que nadie sepa de sus avances es “una deliberada omisión, se obvió la contribución de la mitad de la humanidad”.

De este modo, “Científicas” rescata del olvido contribuciones científicas de las mujeres a lo largo del tiempo: desde Hipatia (la primera matemática de la historia, asesinada por su sabiduría) hasta Agnódice (quien ejercía la medicina vestida de hombre en el siglo III a. C.), la astrónoma musulmana Fátima (cuya existencia fue considerada “un error histórico”) e incluso Marie Curie (a quien la Academia Francesa de Ciencias le negó el ingreso).

“Si ellas pudieron, nosotras también”, dice Valeria Edelsztein desde su laboratorio. A sus treinta años, es doctora en Química por la UBA, docente del Departamento de Química Orgánica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de esa universidad e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Sus palabras no refieren al proceso químico en que trabaja por estos días sino a “abrirse paso en la ciencia como personas multifacéticas”.

HACER HISTORIA

Valeria sabe de lo que habla. Más allá de las letras, es investigadora del Conicet y se especializa en química orgánica. Por estos días trabaja en organogeles, “como si fuera gelatina pero en vez de gelar agua, gela componentes orgánicos”, traduce a quienes poco entendemos de terminología científica. “La ciencia debe comunicarse, compartirse con quienes no están familiarizados con la investigación porque sirve para mejorar la calidad de vida”, explica.

Con ese propósito escribió su primer libro “Los remedios de la abuela” en 2011 y un año después, al comenzar su continuidad, “me encontré con mujeres increíbles, que me pareció terrible que no fueran conocidas porque fueron parte fundamental de la historia no sólo en ciencias naturales sino en todos los ámbitos. Por ejemplo, cuando decidí hacer un apartado con inventoras descubrí que hasta el limpiaparabrisas fue creado por una mujer, también el lenguaje del primer programa de computación; y hasta el sistema de espectro ensanchado que se usa para la tecnología 3G, Wifi y Bluetooth. Entre muchísimos otros, esos fueron avances logrados por mujeres”.

Todas ellas lograron abrirse paso “en contextos muy machistas, muchas se acomodaron al rol y otras no, atravesaron sufrimientos, fueron acusadas de brujería, olvidadas y hasta prohibidas”, expresa Valeria. De allí, el proceso de indagación y escritura le significó “un gran aprendizaje. Si ellas pudieron desarrollarse como científicas en épocas más difíciles, e incluso que se pretendían otras cosas de las mujeres, cualquiera puede. Ése es para mí el gran mensaje: si ellas pudieron, podemos todas. A pesar de ser madres, a pesar de vivir situaciones difíciles, se puede”.

Pese a que durante muchísimo tiempo no les fue permitido estudiar o enseñar en la universidad, participar de instituciones científicas o simplemente aprender sobre el mundo y sus circunstancias, existieron mujeres que se las ingeniaron para dejar su huella en la ciencia. Lo que Valeria no detalla es que, quizás con otras conquistas, la lucha del género continúa vigente.

A ojos de esta investigadora, “si bien las cosas cambiaron con el tiempo todavía hay resabios de una sociedad machista. Con frecuencia, el pedido de igualdad se confunde con la igualdad de oportunidades. No somos iguales; hombres y mujeres somos, pensamos y actuamos diferente. Entonces, no se pide igualdad, se pide que se respeten las capacidades de cada persona más allá del género. De todos modos, creo que hoy existe una mayor tendencia a cambiar las cosas, a modificarlas para que todos podamos explotar nuestras capacidades al máximo. Todavía falta, es cierto, pero estamos mucho mejor”.

La escritura de “Científicas” le permitió conocer la versión femenina de la historia de la ciencia. “Me dejó tanto aprendizaje como humildad, porque al ver a tantas mujeres que entraron en la historia es imposible no ser más humilde. La humildad es algo que el científico no debe perder nunca, el reconocer que podemos equivocarnos, que siempre tenemos que aprender y que estamos para hacer lo mejor posible y aprender del resto”.

EN TINTA

“Científicas” mereció el primer premio del concurso “Ciencia que ladra - La Nación” por decisión unánime del jurado, integrado por Nora Bär, Marcelino Cereijido, Diego Golombek y Guillermo Jaim Etcheverry.

Su autora, la Dra. Valeria Edelsztein, también escribió las separatas “200 años de ciencia en Argentina”, que forman parte de la edición 2010 del manual Ciencias Naturales 6, de editorial Kapelusz, y es columnista en el programa Científicos Industria Argentina.

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FOTOS. gentileza siglo XXi.


DRA. MARISOL LABAS

MULTIFÁCETICA

“Ésta es la prueba de que se puede hacer ciencia y cultivarse en otros ámbitos”. Enfundada en su blanco vestido nupcial, Marisol Labas le habló a su mentor, el Dr. Alberto Cassano*, mientras su mano derecha señalaba a los invitados; una especie de muestra estratificada de su vida que la miraba atónita, sentada por mesas en su fiesta de casamiento. Sus amigos de canto; los de danzas árabes; los de la infancia, el coro de la Parroquia donde canta todos los sábados desde su infancia y hasta una mesa de sacerdotes.

Fue en esa reunión social en su Arocena natal en que muchos conocieron a Marisol como científica; y sus colegas como la enérgica mujer que se nutre de otros ámbitos. “Cada mesa era un aspecto de mi vida”, bromea Marisol cinco años después.

“Creo que la gente tiene un estereotipo del investigador como un ser que se encierra por horas en el laboratorio haciendo sólo experimentos. No es así. Se puede tener una vida profesional que se nutra de otras facetas, del disfrute y del arte. En mi vida, por ejemplo, el amor por la lectura y escritura fue una herramienta que pude aprovechar en mi carrera doctoral”. Más allá de las palabras, con la comprensión y contención de su esposo Rodolfo Bransi, también investigador del Conicet, ésa es la impronta de su vida.

COMPATIBLES

Cuando llegó a Santa Fe, Marisol ya era profesora de música y danzas folclóricas; y durante 14 años participó de talleres literarios en Coronda que le valieron un reconocimiento de esa Municipalidad. Cuenta que “siempre me gustó el baile, la música y la poesía; pero mucho más estudiar”. Para compatibilizar sofisticación y vocación de servicio, decidió formarse como bioquímica en la UNL.

Como ejemplar hija única, tras terminar su carrera en tiempo y forma -con el impulso marcado por el esfuerzo y sacrificio de sus padres, Chuchi y Juan-, Labas trabajó en el Hospital Cullen e incluso cursó dos años de Medicina. Tiempo después, por su participación en la cátedra de Biología de la facultad, se postuló y ganó una beca en el Conicet que le posibilitó un doctorado de la Facultad de Ingeniería Química. Su tema de tesis fue “Desinfección de aguas con radiación ultravioleta”. Así, fue la primera bioquímica en ingresar al grupo de investigación en Fotorreactores del Intec -que utilizan reactores fotoquímicos para descontaminar el ambiente-, dirigido por el renombrado Dr. Cassano.

Marisol se convirtió en Doctora en Tecnología Química en 2004 y, tras ganar un postdoctorado, concursó e ingresó al Conicet como investigadora asistente. Hoy es investigadora adjunta y dirige un grupo dedicado a la desinfección de agua y aire. Es profesora de la FICH de la UNL, docente del curso “Contaminación atmosférica” de Ingeniería Ambiental y del curso de posgrado “Ciclos globales ambientales” de la misma casa de estudios.

En tiempos en que suma la maternidad como una nueva faceta -sin tapujos, reconoce que “mi mayor logro es Juan Rodolfo, mi hijo de tres años”-, dentro y fuera de la vida académica y científica su historia de vida habla por sí sola en el modo en que la Dra. Labas se viste, habla y se relaciona. “Hago de todo, necesito hacer de todo -agrega-. Creo que se puede compatibilizar todo en una vida científica que se exprese también de otras formas”.

* El Dr. Alberto Cassano es Investigadore Emérito del Conicet y profesor consulto de la UNL. Fue fundador y director del Intec (Conicet-UNL). Fue distinguido por la Fundación Konex como una de las 100 personalidades más destacadas de la ciencia y la tecnología argentinas y con numerosos premios nacionales e internacionales por su trayectoria y excelencia académica y científica.

DRA. ELEONOR HARBOURE, POLA

MATEMÁTICA DE ORO

Entre papeles. Silencio y lápiz en mano, Pola se sumerge en un mundo de funciones con la custodia de Albert Einstein y una cita: “No te preocupes por tus dificultades en matemática; te aseguro que las mías son todavía mayores”.

Eleonor Harboure, a quien todos conocen como “Pola”, no necesita ni su respaldo ni su consuelo. Esta mujer de pocas palabras es profesora titular en la Facultad de Ingeniería Química de la UNL, Investigadora Superior del Instituto de Matemática Aplicada Litoral (IMAL, Conicet-UNL) y una de sus fundadoras. Es también la primera mujer en el país que fue promovida a la máxima categoría de investigación en el Conicet, en el área de Matemática. Como tal, recibió el pin dorado que hace honores a su trayectoria.

Es oriunda de Haedo, provincia de Buenos Aires, donde su papá la apodó “Polaca” -derivado luego en “Pola”- por su parecido con las niñas que desembarcaban en el Puerto porteño, de piel y ojos claros. Cuenta que de chiquita le gustaban las matemáticas y que en sexto grado, casi sin pensarlo, eligió la disciplina. Al comenzar sus estudios universitarios en la UBA se dejó seducir por la Física, pero después de dos materias optó por la disciplina a la que dedicó su vida.

Fue en esas aulas donde conoció y unió su vida a la de Néstor Aguilera, otro matemático. En retrospectiva, piensa que “al compartir disciplina, la vida profesional y familiar se hicieron más fáciles. No viví el tironeo -muy habitual- entre la carrera del marido o la carrera de la mujer, los dos crecimos juntos”.

ABRIRSE CAMINO

A sus 64 años, con tres hijos y dos nietos, Pola reconoce como un acierto haber elegido Santa Fe como espacio de crecimiento, como un lugar que le permitió “crecer tanto en lo profesional como en lo familiar, por las distancias, más cortas que en Buenos Aires, y la calidad de vida”.

Más allá de las dificultades propias de cultivarse como profesional y ser mamá a la distancia de brazos familiares, Pola se dice favorecida por ser mujer en su ámbito.

En la década del ‘70, el matrimonio se radicó en Minnesota, Estados Unidos, donde Pola hizo su doctorado. Allí vivió “un ámbito que me protegía por ser mujer”. En su recuerdo, no sólo se vio amparada para una beca de doctorado por una ley en favor de las minorías, sino que también se presentó y ganó otra exclusiva para mujeres porque “allá ya se vivían tiempos de incentivar a las mujeres en la ciencia”.

Como ser racional, dice que vivió lo que le tocó sin cuestionárselo ni meditarlo demasiado. Expresa que “nunca me sentí en un ámbito masculino que me impidiera crecer por una cuestión de género, al menos no en la carrera académica. Quizás en otros tiempos no se hablaba tanto de cuestiones de género pero no recuerdo haberme sentido discriminada o en inferioridad de condiciones por ser mujer. Para mí fue lo mismo”.

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