EDITORIAL

Degradación institucional

La maniobra pergeñada por el kirchnerismo para garantizar el quórum y la aprobación del controvertido acuerdo con Irán sobre el tema Amia, desnudó un accionar que encuentra anclaje en los principales vicios de la política argentina. Y que se funda en una ética de los resultados, que no repara en los medios en procura de objetivos unilateralmente definidos como superiores.

 

Al hacer regresar a su banca a diputados que habían solicitado licencia para asumir en cargos en sus respectivas provincias, el oficialismo se valió de una coartada reglamentaria al solo efecto de garantizar el quórum retaceado por el grueso de legisladores no alineados. Esto es, sumar bancas cubiertas y manos en alto, ya que ninguno de los dos “diputados por un día” convocados participó de los debates en comisión, ni el estudio previo del proyecto, y seguramente ni siquiera alcanzó a llegar a tiempo para las reuniones de bloque.

Pero más allá de la cuestión técnica, el subterfugio se topa con un escollo de racionalidad institucional, por cuanto implica que ambos pertenecían, de alguna manera y simultáneamente, a dos poderes del Estado.

La matriz conceptual es la misma que permitió antecedentes de este tipo en el pasado, y que fueron moneda corriente -por ejemplo- durante la aborrecida “década menemista”. Sólo que la carencia de escrúpulos que campeaba entonces, hoy es relevada por una justificación moral anclada en los supremos intereses de la patria y el pueblo, en versión kirchnerista.

Es también la misma mentalidad que da sustento al recurso de las listas “testimoniales” -es decir, con candidatos electoralmente rendidores, que no tienen la menor intención de representar a la sociedad como legisladores, sino sólo de traccionar en favor de otros-, a las agresivas campañas “sucias” para confundir a los votantes y perjudicar a opositores, y a la desembozada compra de voluntades con los fondos del Estado.

El contexto en el que todo ésto se lleva a cabo también resulta profundamente desalentador, y la polémica por el tan explicado como difícilmente explicable acuerdo con Irán sirvió para ponerlo de manifiesto. Así como el único rol de los legisladores oficialistas fue otorgar número suficiente para otorgar rango de ley a la decisión presidencial, a los representantes de los demás partidos sólo les quedó reservado el de exponer a su turno sus dudas o discrepancias, sin posibilidad de participar de un verdadero intercambio de ideas. Por el contrario, los cruces entre unos y otros dieron pie a intervenciones vergonzosas e insultantes, tanto para los implicados como para todos los argentinos.

La absoluta despreocupación por el deterioro institucional y por la eliminación de la cultura política del debate y la gestión de consensos, han sido el precio del aval a un memorándum cuyos verdaderos propósitos es arduo dilucidar. Pero mucho más allá de eso, también el deplorable signo de una época, que demandará mucho tiempo revertir.