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“Construir al enemigo”

De la redacción de El Litoral

Acaba de publicarse una recopilación de conferencias y artículos de Umberto Eco sobre variados temas: del Wikileaks al Ulises de Joyce; de la corrupción política italiana a Barack Obama, Angela Merkel y Dan Brown.

Nos detendremos en la conferencia que da título al libro, Construir al enemigo, donde se alude a la conveniencia de tener siempre un feo enemigo a mano en quien descargar debilidades y errores, y si no existe, inventarlo.

Con la ironía que lo distingue, Eco sostiene que se trata de una cuestión importante “no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”. Y ya, más seriamente, señala que lo que interesa estudiar es “no tanto el fenómeno casi natural de identificar a un enemigo que nos amenaza como el proceso de producción y demonización del enemigo”.

La ironía vuelve cuando se detallan las virtudes de tener siempre un asqueroso enemigo, y cita el Informe secreto de Iron Mountain, en el que se elogian las bondades de la guerra (la cohesión ante el enemigo mortal, el acicate que significa el despilfarro económico en armas, el equilibro entre las clases sociales, el fin de la inestabilidad y delincuencia juvenil, el ejército como meta de los deheredados e inadaptados, una ecológica disminución de los excesos de la población, el desarrollo de un arte “humanista” en el que predominan las situaciones de conflicto, etc.). Y ahora, seriamente: “Intentar entender al otro significa destruir los clichés que lo rodean, sin negar ni borrar su alteridad. Pero seamos realistas. Estas formas de comprensión del enemigo son propias de los poetas, de los santos y de los traidores. Nuestras pulsiones más profundas son de un orden muy diferente”.

“Hediondo. El enemigo siempre huele mal, y un tal Berillon, al principio de la Primera Guerra mundial escribía un La polychrésie de la race allemande, donde demostraba que el alemán medio produce más materia fecal que el francés, y con un olor más desagradable”.

Repasa así algunos de los numerosos casos de invenciones de enemigos, y el odio alimentado contra los judíos, los negros, los leprosos, los inmigrantes. Recuerda a la Inquisición: “En los procesos de brujería no sólo se construye una imagen del enemigo, y no sólo la víctima al final confiesa incluso lo que no ha hecho, sino que al confesarlo se convence de haberlo hecho. Recordarán que un procedimiento análogo se relata en El cero y el infinito (1941) de Koestler, y que también en los procesos estalinistas primero se construía la imagen del enemigo y luego se convencía a la víctima de que se reconociera en esa imagen”.

Recuerda el escalofriante pasaje de 1984, de George Orwell, en que se describen los programas de los Dos Minutos de Odio cotidiano que se propinan a la población, en el que la televisión muestra a un renegado que se ha individualizado como símbolo del enemigo contrarrevolucionario, con un ruido que hace rechinar los dientes y pone los pelos de punta a los espectadores. “Antes de que el Odio hubiera durado treinta segundos, la mitad de los espectadores lanzaban incontenibles exclamaciones de rabia. En su segundo minuto, el odio llegó al frenesí. Los espectadores saltaban y gritaban enfurecidos tratando de apagar con sus gritos la perforanrte voz que salía de la pantalla... Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque uno era arrastrado irremisiblemente. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convitiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante”.

Eco concluye recordando a Sartre y su obra A puerta cerrada. “Por una parte, podemos reconocernos a nosotros mismos sólo en presencia de Otro, y sobre este principio se rigen las reglas de convivencia y docilidad. Pero, más a menudo, encontramos a ese Otro insoportable porque de alguna manera no es nosotros. De modo que, reduciéndolo a enemigo, nos construimos nuestro infierno en la tierra”. Publicó Lumen.

“Construir al enemigo”

Umberto Eco con Ernesto Sabato, en Bologna, en 1998. Foto: Archivo El Litoral