EDITORIAL

El tránsito en la Costanera

Durante la madrugada del sábado, en el preciso momento en que un motociclista embestía fatalmente a un peatón en la Costanera de Santa Fe, agentes municipales y efectivos de la policía realizaban un operativo de control de tránsito apenas a diez cuadras del lugar de la tragedia.

 

Esa misma noche, las autoridades retuvieron doce motos y tres automóviles por distintas infracciones. Y entre el viernes y domingo, el número de vehículos retenidos ascendió a 176 motos, treinta autos y un cuatriciclo.

En numerosas ocasiones, desde esta columna editorial se planteó la necesidad de incrementar el número de operativos de control en la ciudad de Santa Fe. Sin embargo, lo sucedido durante la madrugada del sábado es una clara muestra de que ni siquiera la presencia de agentes estatales alcanza para evitar los accidentes, cuando gran parte de los conductores se empeña en violar las más elementales normas de tránsito.

Pocas horas después del choque fatal en la Costanera, se produjo otro accidente en la esquina de bulevar Pellegrini y 9 de Julio, que dejó como saldo un motociclista con graves heridas y traumatismos .

Hasta hace poco tiempo, el principal problema en la Costanera estaba dado por las picadas realizadas por motociclistas y automovilistas, que utilizaban este paseo como una pista de carreras.

Desde el municipio aseguran que, poco a poco, el número de picadas se fue reduciendo gracias a los controles sistemáticos en la zona y a la instalación de radares. Sin embargo, surgió una nueva modalidad que genera múltiples inconvenientes y que dificulta la posibilidad de que los operativos de control sean eficientes.

Se trata de las “moteadas”: decenas de motociclistas que conducen a muy escasa distancia entre unos y otros, generando una especie de comunidad que desafía a los inspectores y a los policías apostados en los operativos.

Asociados entre ellos, aceleran de manera temeraria ante la presencia de los controles. La situación resulta en extremo delicada, pues cualquier intento de los agentes de emprender una persecución podría multiplicar el riesgo de accidentes, tanto entre los motociclistas, como entre los peatones que recorren el paseo.

El hecho de que uno de los sectores más controlados de la ciudad sea, al mismo tiempo, una zona de riesgo, demuestra el desinterés generalizado por respetar las normas. Incluso, refleja que en muchos casos los motociclistas deciden conscientemente provocar a los inspectores, desafiando su presencia con todo tipo de artilugios.

Desde el municipio se planteó el compromiso de incrementar el número de operativos de tránsito en la costanera. Pero la experiencia parece demostrar que esta decisión administrativa deberá ser acompañada por la decisión política de agravar el peso de las sanciones para quienes violan las normas.

Lamentablemente, no parece existir otra salida. Sobre todo, cuando nadie puede alegar desconocimiento de elementales reglas de convivencia, de respeto hacia la autoridad y hacia la vida de sus conciudadanos.