Cómo elaborar el dolor para salir adelante

El Salado dejó una sensación de vulnerabilidad en la gente

El Salado dejó una sensación  de vulnerabilidad en la gente

Volver a empezar.

Los psicólogos que trabajan en los centros de salud de los barrios que se inundaron dicen que no hay que tapar la angustia y que es lógico que se escapen las lágrimas cuando se recuerda la inundación. También cuentan que hay gente que todavía necesita expresar y procesar este sufrimiento.

Fotos: Amancio Alem

  • El gran temor es que esto vuelva a pasar. Por eso hay personas que tienen pesadillas con el agua y una tristeza profunda por todo lo que se perdió. Con la inundación también surgieron lazos comunitarios que unieron a los vecinos.

Gastón Neffen

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En Santa Rosa de Lima, Liliana Birri no le desea una inundación ni a su peor enemigo. “La tristeza no se me pasó, ni se me va a pasar nunca. Nos marcó”, confiesa, con los ojos húmedos. Cuenta que a veces va a buscar algo y no lo encuentra, porque lo tiró. Es que el Salado le arruinó muebles, fotos, ropa, documentos y cartas. Su hija hace diez años que duerme con la luz prendida y cuando se levanta de noche tiene miedo de pisar agua.

En Villa del Parque, Isabel Villalba también tiene pesadillas. Se despierta de golpe, muy asustada, con la sensación de que el agua se le viene encima, y tiene que mirar al costado de la cama para quedarse tranquila de que el Salado no volvió a entrar a su pieza.

En San Lorenzo, Petrona Pavón dice que cuando hay tormenta nadie pega un ojo. “No nos queremos ni acordar, pero cada vez que llueve los recuerdos vuelven, y encima acá nos sigue entrando agua”, asegura.

A diez años de la crecida del Salado, en los barrios que se inundaron hay mucha gente que teme volver a tener el agua al cuello. Es una angustia y una marca que tiene raíces profundas. En parte se relaciona con las duras postales que dejó el agua: casas revueltas, caballos y perros ahogados, cadáveres flotando y el ruido del helicóptero, que acompaña muchas pesadillas. También con la intuición de que esto puede volver a pasar -a pesar de que la ciudad ha mejorado su infraestructura de defensas, aliviadores y desagües- y con una crisis de confianza en las autoridades por lo confusa que fue la gestión política de la inundación, que tuvo su emergente más recordado en las palabras del ex intendente Marcelo Álvarez, cuando dijo por radio LT 10 que Centenario, Chalet, San Lorenzo y El Arenal no iban a tener inconvenientes.

“Lo que dejó la inundación es una sensación de vulnerabilidad, la angustia de que esto puede volver a pasar”, plantea la psicóloga Mara Moriondo, que trabajó en la contención de las familias afectadas durante el desastre, los acompañó en la vuelta a casa y en los años que siguieron desde su consultorio en el Centro de Salud de Santa Rosa de Lima.

La sensación de vulnerabilidad es una cicatriz que no se va a poder borrar y que tampoco tiene sentido esconder, lo mismo que las angustias, las fobias y los miedos que dejó el Salado. “Hay que darle lugar al padecimiento y a que aparezca todo aquello que oprime, que no hay que acallar ni negar, porque de lo contrario es más posible enfermar”, explica Melisa Pianetti, directora de Salud Mental de la provincia, y una de las psicólogas que participó de la contención de los evacuados en 2003.

Cada uno tiene sus tiempos

Los meses posteriores a la inundación fueron muy difíciles: “Porque la gente retornó a un lugar que no era el mismo del que se había ido”, recuerda Pianetti. Frente a este desafío, los psicólogos decidieron apostar alguna escucha posible frente al sufrimiento y el dolor.

De alguna forma, este mismo principio sigue vigente ahora. Hay gente que necesita seguir elaborando lo que le pasó, que a veces llora y siente tristeza. “Cada uno tiene sus tiempos. Y es inevitable que haya angustia y que se escapen algunas lágrimas con estos recuerdos. La solución no es negar lo que pasó”, insiste Moriondo. En los casos más difíciles, el de las personas que aún están “detenidas” y “paralizadas” por el agua, es clave sostener un abordaje personal y profesional.

En barrio Roma, Fellys Ortíz recuperó la esperanza. “Me costó mucho tiempo salir de este drama, lloraba mucho y te queda el miedo. Perdí todo y me preguntaba cómo íbamos a empezar de vuelta, porque somos viejos, pero de alguna forma pudimos”, asegura.

“Es muy difícil sacarse de encima la tristeza pero hay que seguir remando”, dice Lucía Torales, en barrio San Lorenzo. Esta frase le gusta (“seguir remando”) porque es el título de un documental de María Langhi, que la tuvo como una de las protagonistas.

“No hay que estancarse y hay que estar en movimiento, con proyectos y ganas de hacer cosas”, propone Gladys Braidot, en Villa del Parque, que tuvo su casa casi tapada por el desborde del Salado.

Pero la inundación no sólo dejó angustia, también fue un punto de encuentro para muchos vecinos. En barrio Roma, Evangelina Usseglio asegura que se establecieron lazos solidarios que antes del Salado no estaban. “Muchos de nosotros nos conocimos y nos ayudamos en medio del desastre, y así se tejió una red de relaciones que es muy importante para los vecinos y que ahora sirve para otras cosas; por ejemplo, para cuidarnos de los robos y asaltos”, destaca.

La construcción de estos lazos, la enorme solidaridad de miles de santafesinos que pusieron el hombro aunque no se habían inundado y la fuerza que mostró la gente en los barrios para “seguir remando” fue un capital estratégico para recuperar la ciudad que había arrasado el Salado y salir adelante.


La sensación de vulnerabilidad es una cicatriz que no se va a poder borrar y que tampoco tiene sentido esconder, lo mismo que las angustias, las fobias y los miedos que dejó el Salado.

El Salado dejó una sensación  de vulnerabilidad en la gente

El Salado dejó una sensación  de vulnerabilidad en la gente

Los nuevos barrios

  • Hay familias que después de la inundación del Salado nunca volvieron a su casa. El municipio decidió reubicarlas en otras zonas de la ciudad, porque vivían -en ranchos muy humildes- en reservorios y otros sectores de extrema vulnerabilidad hídrica.

En su consultorio del CIC Roca, la psicóloga Analía Coitinho, quien también recorrió centros de evacuados y barrios durante la inundación, fue una testigo directa del nacimiento de uno de estos barrios, que se llama 29 de Abril 3.

“La clave fue ayudar a construir lazos entre vecinos que directamente no habían podido volver a sus casas y a la angustia de la inundación le sumaban el desarraigo”, recuerda, en diálogo con El Litoral.

Coitinho coincide en que cuando hay lluvias y tormentas intensas los fantasmas aparecen, y que la gente se ha acostumbrado a “convivir con la vulnerabilidad”. Aquí también los recuerdos pesan porque el agua “arrasó la vida cotidiana de la gente”. Pero con los años, las identidades barriales se fueron fortaleciendo y el Salado ya no es el único lazo que uno a estos vecinos.