editorial

Obras para afrontar efectos de la urbanización

Lluvias abundantes que se producen en poco tiempo sobre un área puntual y cambios en el régimen de las cuencas fluviales que atraviesan la región, exigen cambios en la forma de ocupar el territorio y de evacuar el agua de la ciudad.

 

Un territorio llano -y, en consecuencia, sin una pendiente que permita escurrir de manera natural los excedentes hídricos- y rodeado por ríos, sumado a un régimen de lluvias que se ha modificado en los últimos años, en particular a partir de la década del ‘70, hacen de Santa Fe una región de alto riesgo por inundaciones. Pero que ese riesgo exista no significa que se vaya a concretar una catástrofe; implica, en cambio, que una vez que se reconocen las características de una región y en particular si esa región está densamente poblada, se deben poner en práctica todos los mecanismos posibles para morigerar los efectos de un hecho excepcional como es, para esta zona del país, la crecida de un río o el registro de precipitaciones abundantes.

En un período muy sensible para la ciudadanía santafesina, dentro del contexto de los diez años de la tragedia del Salado, conviene insistir sobre la importancia fundamental que tienen las tareas de prevención y mitigación del riesgo, como también acerca de la necesidad de procurar una respuesta efectiva a problemas cotidianos o no excepcionales, esos que se suscitan en algunos barrios de la ciudad en los que cualquier fenómeno meteorológico por encima de los registros medios puede derivar en la evacuación de sus pobladores y la pérdida de bienes.

En los últimos días se produjeron una serie de novedades interesantes en esta materia: por un lado, el anuncio de la pronta licitación del desagüe Llerena, un conducto troncal cuya construcción permitirá aliviar la situación en la zona norte de barrio Sargento Cabral, y por el otro -y a diferente escala- se reglamentó a nivel local la instalación de retardadores pluviales en construcciones públicas y privadas. Es que el crecimiento urbano trajo aparejado un lógico aumento de la superficie impermeabilizada, cuestión que complica la absorción del agua de lluvia y produce a la vez un rápido escurrimiento y saturación de conductos, muchos de ellos obsoletos.

Como contrapartida, vecinos de barrio Nueva Pompeya volvieron a pedir la realización de obras -además de tareas básicas como mejoras en las arterias y el sistema de alumbrado- para evitar que cada lluvia atípica se convierta en una pesadilla, con calles anegadas y, como ocurrió a mediados de abril, con agua dentro de las viviendas.

A esta altura no quedan dudas de que la variable climática, que -como ya se dijo- en esta región tiene una mayor incidencia sobre el régimen de precipitaciones y los caudales de los ríos, debe ser un aspecto esencial en la determinación de políticas públicas, sobre todo en lo que hace a nuevas obras de infraestructura y al mantenimiento de las ya existentes. Junto con las denominadas respuestas blandas ante una contingencia, como es el conocimiento que los ciudadanos deben tener del lugar en el que viven y la manera de actuar ante una emergencia, existen normas y medidas que deben implementarse en períodos de normalidad y sostenerse en forma permanente, para dotar a una ciudad y a sus pobladores de mejores condiciones de habitabilidad y de una efectiva respuesta ante un fenómeno extraordinario.

A esta altura no quedan dudas de que la variable climática debe ser un aspecto esencial en la determinación de políticas públicas en materia de infraestructura.