Visión filosófica de la tecnología en la escuela

Software libre: por un estudiante menos pasivo y más cooperativo

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Enrique Chaparro y Julia Palandri sostuvieron que no es necesario que todos los estudiantes terminen sabiendo programar una computadora, pero sí es importante que todos sepan cómo funciona. Foto: Guillermo Di Salvatore.

Todo planteo educativo debería pensar en optimizar los instrumentos -en este caso la tecnología-, para generar autonomía y capacidades analíticas en los alumnos. El software libre permite más esa posibilidad que la opción privativa.

 

Mariela Goy

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El software libre, con sus principios de libertad y cooperación, admite retos educativos derivados de la opción de poder investigar y experimentar con la tecnología. Eso cambia la “relación de poder” con el conocimiento, porque el alumno no sólo aprende a apretar botones o a usar un programa específico sino que se posiciona con un rol activo más activo y de cooperación.

El concepto fue expuesto por dos especialistas en software libre que llegaron a Santa Fe para participar del Festival Latinoamericano de Instalación de Software Libre (Flisol), que se llevó a cabo el 27 de abril en la Escuela Mantovani. Enrique Chaparro, matemático, miembro de la Fundación Vía Libre; y Julia Palandri, desarrolladora del equipo de Huayra GNU/Linux, dialogaron con El Litoral sobre las posibilidades que brinda el software libre en la escuela.

Si bien las netbooks que entrega el gobierno nacional en las escuelas secundarias y profesorados vienen con “doble booteo” (Linux/Windows), se estima que la mayoría de las escuelas optan por usar el software privativo de Microsoft porque es a lo que están acostumbrados. En poco más, el programa Conectar Igualdad instalará en las máquinas la versión Huayra (significa “viento” en quechua) de Linux, que se está desarrollando en nuestro país, como sistema operativo por defecto al arrancar la netbook.

Según resaltó Palandri, el modo de trabajar del software libre (Linux es sólo uno de ellos) es muy distinto al privativo. “Se trabaja con un usuario más colaborativo y menos pasivo que puede meterse en todo el proceso de desarrollo, que puede reportar errores y aportar en cuestiones como traducción o localización”, destacó.

Software y educación se tocan en muchos lugares. “Para mucha gente software es aprender a usar un programa y listo, lo que significa una opción bastante limitada. Y básicamente lo que pasa cuando los chicos aprenden a manejar un programa superespecífico es que se vuelven clientes”, indicó.

La idea es mostrar que existe esta otra opción que es libre, gratuita, viable y funciona hasta incluso mejor que la privativa. “Hay que perderle el miedo al software libre, involucrarse de nuevo con el tema del desarrollo. Necesitamos que la gente nos diga: tal cosa no funciona o nos gustaría que se agregue tal otra; queremos interactuar y saber cuáles son las necesidades concretas de las escuelas para apuntar directamente a resolverlas. La cuestión es animarse, probar y pedir ayuda cuando uno se traba”, sugirió la integrante del proyecto Huayra.

Del “mono amaestrado” a la intervención activa

Chaparro, por su parte, sostiene que si queremos que el alumno aprenda acerca de un software, hay que presentarle retos. “Las técnicas culturales tradicionales como la lectoescritura, la comprensión de textos y la aritmética simple son las cosas que normalmente la escuela nos transmite. Ahora, el software como técnica cultural es parte inseparable de nuestro marco civilizatorio moderno: está dentro de tu grabador, en el celular, en el sistema ABS del auto. Si de pronto, por alguna razón mágica, hubiera un apagón general de software, la civilización colapsaría”, sostuvo el matemático.

En ese marco, explicó que una técnica cultural se puede aprender sabiendo cómo hacerla o bien aprenderla por repetición al infinito. “Es decir, puedo intervenir activamente en la técnica cultural o ser un mono amaestrado. El rol fundamental de la educación no debería ser la formación de monos amaestrados. Yo debo poder darle al menos la posibilidad a cada sujeto de la educación, a desarrollar sus capacidades en cada una de las técnicas culturales”, propuso Chaparro.

Lamentó el modelo academicista de la educación que tenemos desde el siglo XIX hasta hoy, donde los conocimientos se transmiten con el mecanismo del “esto es así porque lo digo yo”. De acuerdo con la visión del integrante de la Fundación Vía Libre, la tecnología no escapa a esa fórmula, aunque rescató que el hecho de poner las netbooks en manos de los estudiantes es valioso per se.

“Incorporar las computadoras al proceso educativo, no necesariamente cambia ese modelo pero sí puede cambiar una relación de poder en el proceso educativo. Desde el momento en que el alumno puede buscar una información en Wikipedia, rompe el monopolio del conocimiento del que está parado enfrente de la clase. Aunque va a tener un mayor poder relativo si el alumno puede desarmar el instrumento, así como tiene mayor poder relativo aquel que sabe cambiar un neumático, porque no dependerá del Automóvil Club”, graficó el especialista.

Despojar de esa supuesta “magia”

Chaparro sostuvo que si una escuela puede educar con software libre y alentar a los alumnos a desarmar y construir la tecnología, a cooperar sobre el entorno, “los estudiantes verán que no hay enanos misteriosos que viven dentro de la máquina, sino que cada uno de los enanitos pueden ser disecados y vistos en sus partes. Ahí se estaría dando un salto cuántico en torno a la formación”.

Esto no significa que todos los alumnos vayan a resultar programadores el día de mañana, pero reafirmará la capacidad de controlar el instrumento y de despojarlo de una supuesta “magia”. El matemático citó a Arthur Clark -afamado escritor y científico británico, autor de “Odisea del Espacio”-, que hace 50 años decía: “Toda tecnología lo suficientemente compleja es indistinguible de la magia”.

“A uno le gusta la magia por el espectáculo, por asumir que hay un ‘Deus ex machina’ que hace que el mundo se mueva. Pero un proceso educativo basado en la magia es peligroso porque crea monos amaestrados. Si queremos cambiar los procesos educativos, tenemos que dar potencialidades instrumentales”, definió.

Chaparro consideró que lo bueno de los mundos virtuales es que no se necesita desarmar físicamente una pieza para volver a armarla, con los riesgos implícitos de que sobren pedazos. “En el mundo del software toda cosa que desarmés la podés volver a armar, podés experimentar y eventualmente, retocar”, aseguró.

El software libre brinda esa posibilidad de desmenuzar el instrumento, de generar autonomías. “Una de las funciones centrales de la educación debería ser generar autonomías, y no se puede tener capacidad de autodeterminación si tus instrumentos dependen de un tercero (una empresa que lo actualiza y que cobra una licencia). Pero en todo caso, la plata es lo de menos, realmente es un problema que tus decisiones estén basadas en las de otros, con absoluta independencia de las tuyas”, planteó.