Editorial

Claroscuros de una década

  • La política recuperó su lugar y la economía tuvo momentos de fuerte expansión. Sin embargo, hoy la realidad muestra signos preocupantes.

La Argentina que Néstor Kirchner tomó en sus manos aquel 25 de Mayo de 2003 se encontraba en una situación verdaderamente comprometida por una multiplicidad de factores. Pero entre tantas variables sombrías, aparecían dos problemas particularmente graves: por un lado, la absoluta falta de confianza de la ciudadanía en la política y en las instituciones en general; por el otro, una economía destrozada que había tocado fondo apenas un año antes.

Diez años después, la sociedad está virtualmente dividida en tres grandes sectores: quienes apoyan ciegamente al kirchnerismo; los que rechazan cada una de las acciones del gobierno; y aquellos que intentan mantenerse al margen de los enfrentamientos, pero comienzan a mostrar signos de agotamiento ante semejante nivel de tensión.

A pesar del desgaste provocado por estas divisiones, el debate político volvió a ocupar un lugar central en Argentina. Y éste fue uno de los logros alcanzados durante la última década.

En materia económica la lectura resulta más intrincada. En primer lugar, habrá que reconocer que la situación dista de aquella que el kirchnerismo encontró a su llegada al poder.

Se podrá decir que Néstor Kirchner se vio beneficiado por las impopulares decisiones adoptadas por Eduardo Duhalde y por un contexto internacional favorable. Sin embargo, también es verdad que el kirchnerismo hizo una lectura correcta sobre cuál debía ser el rumbo elegido en aquellos momentos y que, durante cinco años, la Argentina creció a tasas que oscilaron entre el 8 y el 9 %.

Hoy, la situación es otra. Así como el menemismo y la Alianza se empeñaron en sostener el esquema de la Convertibilidad -eficiente para salir de la hiperinflación, pero agotado a fines de los noventa-, el kirchnerismo se muestra empecinado en postergar las correcciones imprescindibles para recuperar un camino virtuoso.

Los desequilibrios resultan evidentes y la inflación del 25 % anual es insostenible. Mientras los precios suben y el crecimiento del país se ralentiza, el gobierno niega sus falencias e insiste en buscar responsables externos ante cada dificultad.

El anuncio de Cristina Fernández sobre jóvenes K, recorriendo supermercados para velar por el bien común, podrá fortalecer la mística militante y atemorizar a algún empresario propenso a las remarcaciones fáciles. Sin embargo, se sabe que estas decisiones de poco servirán para atacar las verdaderas razones que generan la actual espiral inflacionaria.

En un año clave en materia electoral, el kirchnerismo se niega a reconocer una realidad que lo coloca frente a la disyuntiva de tomar decisiones antipáticas. Entonces, en lugar de enfrentar las causas de los problemas, se limita a aliviar las consecuencias.

Finalmente, al cumplirse una década de gobierno, las sospechas de corrupción aparecen como una verdadera Espada de Damocles para el poder kirchnerista: la valija de Antonini, las denuncias contra Ricardo Jaime, el caso “Sueños Compartidos” y la “Causa Ciccone”, precedieron las denuncias sobre Lázaro Báez y el presunto lavado de dinero de Néstor Kirchner.

El gobierno lo niega. Sin embargo, nadie explica cómo este ex empleado bancario pudo hacerse de miles de millones en apena diez años. Porque, en definitiva, al igual que el kirchnerismo, la empresa Austral Construcciones celebra su primera década de existencia.