Corrupción avalada

Una encuesta recientemente realizada por el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, en Capital Federal, reveló que más de la mitad de los consultados está dispuesto a tolerar la corrupción en el gobierno, siempre y cuando éste garantice una situación económica aceptable.

El 55% de los encuestados respondió de esta manera, mientras que el 40% rechazó de plano cualquier posibilidad de convivir con un gobierno corrupto, más allá de cómo maneje las variables de la economía del país.

Los resultados de estos sondeos adquieren especial importancia durante un año eminentemente electoral, como el que transita la Argentina por estos días.

El gobierno nacional es destinatario de graves denuncias por hechos corrupción. El caso de Ciccone Calcográfica, el desvío de fondos destinados a la construcción de viviendas sociales, las irregularidades en el manejo de recursos del área de Transporte y el enriquecimiento de empresarios íntimamente vinculados con el kirchnerismo, son apenas algunos de los escándalos más resonantes.

Desde el oficialismo se intenta que esta avalancha de denuncias ocasione el menor desgaste posible. Por ese motivo, mientras impulsa leyes que le permitan controlar a la Justicia, apuesta a medidas de distracción instalando temas alternativos de discusión o utilizando al fútbol como señuelo para el público masivo. La reciente decisión de modificar los horarios del partido más importante del domingo para restar audiencia al programa “Periodismo para Todos”, roza lo patético.

De todos modos, el gobierno sabe que, probablemente, tarde o temprano, las denuncias periodísticas de corrupción comenzarán a perder interés y audiencia. Suele ocurrir que, con el correr del tiempo, la sociedad empieza a sentirse abrumada por una sensación de impotencia, asfixia y cansancio frente a este tipo de noticias. En muchos, la capacidad de asombro se va adormeciendo y comienza a operar una suerte de acostumbramiento.

La década del noventa es un claro ejemplo en este sentido. Fueron años en los que la corrupción alcanzó niveles vergonzosos. Mientras el presidente conducía en una Ferrari regalada a 200 kilómetros por hora en rutas del país, su gobierno se burlaba de la comunidad internacional, vendía armas a Ecuador y Croacia e, incluso, hacía volar una fábrica militar y media ciudad para borrar evidencias.

Sin embargo, el hecho de haber acabado con la hiperinflación y generado una falsa sensación de enriquecimiento a través de la Convertibilidad, le garantizó al menemismo gobernar el país durante diez años.

Sólo los primeros síntomas de agotamiento de aquel modelo económico hicieron que la mayoría de los argentinos comenzara a prestar atención a los exasperantes niveles de corrupción. La misma “fiesta menemista”, que había sido avalada y hasta festejada por las mayorías, comenzó a resultar una molestia.

Consciente de esta realidad, el kirchnerismo está decidido a postergar cualquier decisión económica que apunte a sincerar las cuentas del país. Hasta octubre, el objetivo principal apuntará a garantizar el consumo a cualquier costo, con el objetivo de generar una situación de bienestar que impida que el foco de atención apunte hacia los casos de corrupción.

“Pecadores sí; corruptos no”, acaba de advertir el Papa Francisco. Estas palabras deberían ser escuchadas en su propio país.

“Pecadores sí; corruptos no”, acaba de advertir el Papa Francisco. Estas palabras deberían ser escuchadas en su propio país.