Una tradición deportiva muy antigua en el mundo

La centenaria lucha libre turca

Cuerpos musculosos, pantalones de cuero, tambores, sol y mucho aceite ponen el ambiente a una de las tradiciones deportivas más antiguas del mundo: el festival de la lucha libre de Edirne, en el noroeste de Turquía.

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Bañados en aceite de oliva, el objetivo es abatir de espaldas al adversario.

Foto: Agencia EFE

 

Ilya U. Topper

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EFE

Durante tres días, sesenta y cuatro luchadores de todo el país, embadurnados en aceite de oliva, compiten por el título de baspehlivan, o héroe supremo. Quienes logran tres campeonatos consecutivos alcanzan el preciado Cinturón de Oro.

Bajo el sol abrasador de julio, los luchadores de Yagli Güres, como se denomina a esta disciplina, no paran de pasarse la mano por los ojos para evitar cegarse con la mezcla de aceite y sudor que corre por su piel.

El aceite ha de ser de oliva, coinciden los entendidos: no vale ningún otro, ya sea por el grado de acidez, ya sea porque así lo manda la tradición, y los jóvenes con latas de aceite que atraviesan el césped entre los luchadores son una de las estampas habituales.

“Es uno de los deportes más duros y más difíciles del mundo”, opina Mustafa Kemal Karabogu, candidato al título por la provincia de Antalya, pero eliminado en las últimas rondas.

Resbaladizos

Aunque el deporte se parece mucho a la lucha grecorromana, y probablemente derive directamente de las tradiciones de la Grecia clásica, es notablemente más arduo, porque el adversario se convierte en un ser escurridizo al que es complicado agarrar para tumbarlo de espaldas.

Eso sí, para hacer palanca vale también meter la mano en los pantalones cortos de cuero de búfalo, el llamado “kispet”, única prenda admitida en la competición.

La lucha transcurre lenta: a menudo, ambos combatientes juegan a cansar al adversario manteniéndolo inmóvil bajo el peso de su propio cuerpo. O quizás simplemente aprovechan para descansar en una posición sin riesgo de ser lanzados a la hierba a su vez.

También se puede ganar levantando al otro en el aire para caminar tres pasos, pero visto lo resbaladizo de la piel se antoja aún más complicado que el clásico lanzamiento de espaldas.

Un árbitro, hay más jueces que luchadores, vigila de cerca los movimientos, toca el silbato cuando observa una irregularidad y levanta la mano del campeón cuando decide la victoria.

Entonces, el ganador se acerca al otro, junta su cabeza con la del vencido en señal de amistad y se aleja.

“Es una lucha complicada de aprender porque no hay profesores”, relata Karabogu. De hecho, quien quiere ser luchador no tiene otra opción que buscar un campeón experimentado y convertirse en su asistente. Durante los primeros años, el aprendiz le llevará el aceite o le ayudará con el “kispet”, y se dedicará a observar.