“Biondo era e bello e di gentil aspetto”

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Dante Alighieri, según Domenico di Michelino.

Nidya Mondino de Forni

Comienza con el siglo XIII uno de los capítulos más interesantes, no sólo de la literatura italiana, sino también de su lengua. Indudablemente, la manifestación más considerable es la Escuela Siciliana. Se está en presencia de esas tentativas conscientes de lengua elaborada que, superando los límites de lo regional, intentan romper las barreras dialectales para forjar instrumentos lingüísticos eficaces para alcanzar un área de difusión más amplia. Las condiciones necesarias para ello se habían producido en Sicilia. Al subir al trono Federico II de Suabia supo valerse inteligentemente de la herencia normanda. Auténtico mecenas, dio el impulso para llevar a cabo el programa de una poesía en lengua autóctona. Su corte llegó a ser un centro de atracción de tal envergadura que hacia ella acudían poetas de todas las regiones italianas.

Especial relevancia tuvo el hijo natural de Federico II, Manfredo, quien a la muerte de su padre fue regente del Reino de Sicilia, y luego, contra los derechos de Conradino, nieto de su hermano Conrado IV, Rey de Alemania e Italia, se hizo coronar en Palermo. Plenamente epicúreo, “amigo de musicar y cantar”, contrario a las ambiciones de poder mundano del Papa, al apoyar a los gibelinos, se le quiso quitar la corona obligándolo a defenderse, muriendo armas en mano.

Carlos de Anjou, victorioso, no quiso que su cadáver fuese enterrado en camposanto sino al pie del puente de Benevento. Luego sus restos exhumados fueron transportados en los confines del reino. Mas todos admiraron su cultura, su pasión por la poesía y la ciencia. Su habilidad en manejar el verso en que se va adiestrando y puliendo la poesía “vulgar”. En la “Divina Comedia”, Dante lo imagina en el Anti-Purgatorio, la zona de transición entre la vida del mundo agitada por las pasiones violentas, y la vida prevalentemente espiritual del propio Purgatorio. Allí entre los negligentes en reconciliarse con Dios y en primera fila va Manfredo, cuyo nombre provoca en Dante un desborde de afecto y admiración. “Biondo era é bello e di gentil aspetto,/ ma l’ un de’ cigli un colpo avea diviso./ Quand’ i’ mi fui umilmente disdetto/ d’ averlo visto mai, el disse: ‘Or vedi’;/ e mostrommi una piaga a sommo ‘l petto./ Poi sorridento disse: ‘Io son Manfredi,/ nepote di Costanza imperatrice...’”. (Purgatorio III, 107-113)

(“Era rubio, hermoso y de gentil aspecto, pero tenía la ceja partida de un golpe. Cuando le manifesté humildemente que no le había visto nunca, me dijo: ‘¡Mira, pues!’ Y enseñome una herida en la parte superior de su pecho. Después añadió sonriendo: ‘Yo soy Manfredo, nieto de la emperatriz Constanza’...”).

Confiesa luego su tardía conversión: “Poscia ch‘io ebbi rotta la persona/ di due punte mortali, io mi rendei,/ piangendo, a quei che volontier perdona./ Orribil furono li pecati miei;/ ma la bontá infinita ha sí gran braccia,/ che prende ció che si rivolge a lei”. (Purgatorio III, 118-123)

(“Después de tener atravesado mi cuerpo por dos heridas mortales, me volví llorando hacia aquel que voluntariamente perdona. Mis pecados fueron horribles, pero la bondad infinita tiene tan largos los brazos que recibe a todo el que se vuelve hacia ella”).

Dante evocaba la sugestiva figura del Rey con el doble fin, ético y político, sin embargo tan pronto resucita la apasionada humanidad del personaje, la poesía se sobrepone a todo fin didáctico pintado un cuadro maravilloso. “Or le bagna la pioggia e move il vento/ di fuor dal regno, quasi lungo il Verde,/ dov’e ‘ le trasmutó a lume spento./ Per lor maladizion sí non si perde/ che non possa tornar, l’ etterno amore,/ mentre che la speranza ha fior del verde”. (Purgatorio III, 130-135)

(“Ahora los moja la lluvia; el viento los impele fuera del reino, casi a la orilla del Verde, donde los hizo trasportar con cirios apagados. Pero por su maldición no se pierde el amor de Dios de tal modo que no vuelva nunca, mientras reverdezca la flor de la esperanza”).

Manfredo debe permanecer allí treinta años a no ser que su hija Constanza rece por él: “Vedi oggimai se tu mi puoi far lieto,/ revelando alla mia buona Costanza/ come m’ hai visto, e anche esto divieto;/ che qui per quei di lá molto s’avanza”. (Purgatorio III, 142-145)

(“Calcula, pues, lo dichoso que puedes verme, revelando a mi buena Constanza cómo me has visto, y la prohibición que pesa sobre mí, que puede alzarse por los ruegos de los que existen allá arriba”).

De esta manera, al saturarlo de humanidad al personaje, la soberana fantasía del poeta posibilita que sea poética y artísticamente uno de los más logrados de la obra.