editorial

Francisco en Lampedusa

El Papa Francisco visitó la isla de Lampedusa, un territorio emblemático de la inmigración africana para defender la condición humana de los inmigrantes. Esta actitud generó críticas de los sectores políticos italianos más recalcitrantes.

Pasados los llamados cien días de gracia, los sectores políticos más recalcitrantes de la vida italiana han comenzado a criticar con duros términos al Papa Francisco. El disparador en las actuales circunstancias ha sido la visita del Sumo Pontífice a la isla de Lampedusa, un territorio emblemático de la inmigración africana.

Según Silvio Berlusconi y los principales líderes de la Liga del Norte, el Papa ha tenido un comportamiento irresponsable y demagógico y, en algún punto, atentatorio contra la seguridad italiana. ¿El motivo? Protestar por los que murieron ahogados en las dos últimas décadas intentado llegar a Europa en frágiles embarcaciones.

El tema es tan conflictivo que desde una de las columnas de un diario de Milán, propiedad de Berlusconi, un periodista confesó que la muerte de los ilegales lo alegraba. El desparpajo y la inhumanidad del columnista para escribir semejante afirmación dan cuenta de la intensidad del conflicto y de las posiciones irreductibles que sobre este tema sostienen personajes como Berlusconi, considerado como uno de los políticos más corruptos de la historia moderna italiana.

Está claro que la visita de Francisco a esta isla no es inocente o casual. Lampedusa está a 113 kilómetros de la costa africana y es el lugar elegido por cientos de miles de inmigrantes para trasladarse a Italia. En los últimos veinte años se ahogaron en esas aguas más de quince mil personas, una cifra escalofriante si se tiene en cuenta que entre las víctimas hay niños, mujeres y ancianos.

Desde los tiempos de Juan Pablo II la Iglesia Católica se viene comprometiendo con los inmigrantes, pero ese compromiso adquiere valor de testimonio con Francisco y su decisión de estar presente en esa isla, que muy bien se podría denominar una de las trincheras más importantes del conflicto europeo entre humanistas y racistas.

Francisco no propicia una inmigración al margen de las leyes, pero como cristiano insiste en defender la condición humana de los inmigrantes o, como lo dice expresamente en sus mensajes, su condición de hijos de Dios. En sus declaraciones convoca a actos de solidaridad prácticos con los más pobres y, en este caso, con los inmigrantes desvalidos.

Como para que no queden dudas acerca de su posición, el Papa se reunió con los inmigrantes, arrojó una corona de flores al mar como gesto de solidaridad con los muertos y, finalmente, celebró una misa. Todo ello fue realizado con la más absoluta austeridad. Observadores locales señalaron a la prensa que en ese sentido el Papa dio estrictas instrucciones para que su presencia estuviera alejada del tradicional boato y despliegue de recursos que en otros tiempos caracterizaban a estas visitas.

El oficio religioso se hizo sobre un improvisado altar que en algún momento fue la carcasa de uno de los barcos hundidos en estas desoladoras travesías. El cáliz y el báculo también estaban hechos con madera de esos barcos. Finalmente, su prédica no dejó lugar a dudas acerca de cuáles son las posiciones de la Iglesia Católica en este tema.

El oficio religioso se hizo sobre un improvisado altar que en algún momento fue la carcasa de uno de los barcos hundidos en estas desoladoras travesías. El cáliz y el báculo también estaban hechos con madera de esos barcos.