Juan Pérez, el único

Arturo Lomello

No sería raro que usted que está leyendo estas líneas se llame Juan Pérez, José García, tal vez Pedro Rodríguez. Más raro sería que responda al nombre de Aristóteles Demitrópolis, pero sea como fuere nunca dejará de ser único e insustituible, misteriosa creación de Dios, en todos los casos.

Usted, aunque en la guía telefónica figure junto a centenares de Pérez, García, Rodríguez, que parezcan diluir su identidad, en verdad constituye un milagro y no comprenderlo así es menoscabar la presencia maravillosa de la creación. Tal depreciación reduce nuestra identidad a una especie de costumbre aburrida, a un lugar común que nos convierte a todos en criaturas miserables y anodinas.

Obviamente, los nombres ocultan, si los tomamos demasiado en serio, la posibilidad infinita de nuestra identidad. Supongamos que usted se llama Juan Pérez, ¿no conspira su nombre por ser demasiado difundido para opacar los dones que seguramente le ha otorgado el Creador? No estamos atacando a los Pérez sino al prejuicio. Después de todo, por algo este apellido se ha difundido tanto.

Hay quien busca mitigar los efectos de apellidos demasiados difundidos anteponiendo un nombre de pila menos utilizado. Quedan entonces personas llamadas, por ejemplo, Rabinha Pérez, Atahualpa Smith. De cualquier manera luchemos por preservar las riquezas inagotables de la identidad. A no desmayar, entonces, por los límites que nos han impuesto nuestros nombres.