“Demora del alma que canta”

Por Roberto Daniel Malatesta

“Cantos del carnicero”, de Celia Caturelli. Ediciones del Copista, Colección Fénix. Córdoba, 2012.

Que el cuerpo se va antes que el alma, que el alma sigue flotando y luego vuela, afirma Celia. En ese intersticio, en esa demora del alma, nace el poema.

El trabajo del carnicero es anterior al canto, se arrancan las glándulas para llorar, importante pues se sabe que llorando no es mucho lo que se canta, el afilado cuchillo va desollando hasta llegar al hueso, y, fin del proceso, liberar al alma de todo lastre, “y la olvidamos en la azotea/ de una casa ajena/ colgada de alguna cuerda/ goteando agua sucia/ sangre seca”.

Porque el alma vive un poco más, y quitada la molestia de la carne, mientras el alma flota, hace la plancha, Celia oye llover en el poema, “la lluvia cae como palmera/ y acaricia la noche/ y los techos de la casa”, oye el poema ante el alma. Podría llamarse el libro, si recurriéramos a un lugar común, Cantos del alma, el alma que es un “gastado pedazo azul de terciopelo”.

Y ya ha hecho el carnicero su trabajo y el alma liberada canta, el capítulo “Canto IV” parece ser más fiel a esa denominación común con la que consentíamos, mal, llamar al libro, aquí una serie de Salmos en donde la voz del alma reconoce que no es obediente a lo que es bueno sino que “me voy buscando otros senderos” pero que retornará ante el miedo y el silencio en busca de refugio. Aquí, a diferencia de los salmos bíblicos, el amado es imperfecto, “te llevo como escudo/ pero las lanzas me atraviesan”, “Pero te espero, no sé si llegarás/ no sé si tu grito espantará”. Ese amado que se identifica con casi todo, aún con la tristeza, y que como un talismán protege de tanto deseo.

La simpleza, la claridad de conceptos, hace de ésta una poesía para ser leída casi sin pausas. Se trata del primer libro de poemas de Celia Caturelli; no es la poesía sino la plástica su actividad más reconocida. Triste sería concluir que el resultado -simpleza, claridad- provenga de alguien que, a diferencia del tantos en el mundo de las letras, no se ha “especializado” y por ello alejado del lector, y por lo tanto, manteniéndose ajeno a todo tecnicismo, sólo ha recurrido a la maniobra: desollar/ cantar.

El último capítulo del libro resume la fragilidad: “Te espero// viento//... que arrases”. Y eso es lo que dicta el libro: somos frágiles, una nada sobre la que se sopla, nada que desprende cantos.