Hacia Cracovia

Cracovia (Kracov) es una encantadora ciudad que mixtura el ayer y el hoy con la belleza serena propia de un lugar que alberga mucha memoria del mundo en sus edificios, calles y senderos, restaurados o no, y en el gesto y el perfil de sus gentes. Hacia un lado los campos de concentración y exterminio de los que no encajaban en el perfil de “raza superior”. Hacia el otro, las minas de sal de Wieliska, magnífico testimonio del hacer creador de la condición humana.

TEXTO Y FOTOS. DOMINGO SAHDA.

 

De Katowice a Cracovia en ómnibus. Quería experimentar la visión del paisaje inmerso en el rumor del habla de viajeros próximos, lugareños ellos. La postal primaveral de los ondulados campos de verde tierno y tejados rojos pronto diluiría su encanto cuando en un cruce de rutas un cartel indicaba, hacia mi derecha: Auschwitz-Birkenau - 60 km.

En el permanente ronroneo del ómnibus recordé una afirmación circunstancial oída tiempo atrás: Cracovia es parecida a Praga. Comprobé luego que similitudes y diferencias las emparentaban recorriendo las calles de la antigua capital del reino polaco desde el Medioevo hasta que Varsovia ocupara ese lugar.

En esta ciudad cada quien anda a “su aire”, haciendo de su imagen un “estilo propio”. Mixtura de los pueblos peregrinos a lo largo de los siglos, impredecibles a veces, joviales hasta la petulancia otras. Se ríen de ellos mismos hasta la crueldad, convencidos de que su lugar, su país, es indomable, renaciendo una y otra vez de sus cenizas. El catolicismo militante es su malla de unidad y contención mayor a lo largo del tiempo. Dicen de sí mismos que son la “hetaira” de Europa, codiciada por todos los países que la rodean. No quieren a nadie más que a sí mismos con un pensamiento a la defensiva labrado por siglos de invasiones, opresiones y saqueos. Libertarios sin ambages.

Mirar despaciosamente a Cracovia desde la Colina de Wawel, desde el Castillo, es un espectáculo que deja absorto.

Temprano en la mañana, con rumbo a la plaza central -plaza “seca”, prolijamente empredrada- oigo el sonido de una quena que hunde su lamento en el entorno. Unos pasos más y me encuentro con un pequeño grupo de músicos. Bolivianos que hacen música “a la gorra”. Conversar un momento resulta de imperio. El sonido de la lengua madre realmente conmueve luego de muchos días de no oírla. La calle peatonal Florianska, con sus artesanos elaborando sus creaciones diversas, me lleva hasta la “Lonja”, edificio galería de unos 200 metros, techada, con una calle peatonal central que muestra a los costados negocios para lugareños y turistas. Resabio arquitectónico del Medioevo, en excelente estado, opera como una enorme vidriera con su carga testimonial.

Me acerqué lentamente a la Basílica de Santa María, maravilla arquitectónica medieval con su fina y altísima torre cuadrada, angosta, señalando el cielo, sonando sus campanas. Entrar despaciosamente y encender las cinco velas dedicando cada una a los queridos ausentes y a los vivientes, gesto incorporado desde hace mucho tiempo a modo de homenaje para luego sentarme al fondo de la nave y mirar, y admirar. Prodigio del talento humano, manifestación de la fe ante lo sagrado de un pueblo que sistemáticamente se ha negado a retirar de sus iglesias las imágenes sagradas, pintadas o de culto. El arte visible y tangible al servicio de la fe. El cielorraso, de un intenso azul cobalto tachonado de doradas estrellas pintadas. A la salida, muy cerca, la pequeña iglesia de San Adalberto, de construcción basal románica, quizá el primer recinto religioso construido hacia el siglo VIII cuando Polonia no era aún Polonia.

El Museo Nacional Galería Narodowe, saqueado durante la ocupación nazi cuando era patrimonio de las colecciones de los príncipes Czartorisky, lentamente recuperado hoy, está abierto a todo público. La colección de artes aplicadas es anonadante. Cristales tallados en recipientes de diverso uso y estilo, maderas talladas, tapices, medallas, etc. Las artes aplicadas en una colección modélica a años luz de la “cultura del plástico adocenado”.

EL ARTE DEL REGATEO Y EL ARTE DE LA FE

Domingo por la mañana con rumbo al barrio de Kazimieres, uno de los primeros asentamientos judíos convertido con el paso de los siglos en barrio de la gran ciudad. Callejuelas que señalan el hoy y el ayer. Rincones rescatados por el cine, antes visto y ahora cerca de ellos. El espectáculo del mercado de ropas, nuevas y usadas, ocupando todo el largo de una ancha vereda. La gente transita y regatea los precios. Me divierte esa esgrima verbal llamada regateo. La he incorporado y la empleo con desigual éxito, claro está. Toda una lección de esgrima social de la supervivencia.

Entré en una sinagoga en respetuoso silencio; los espacios sagrados, de cualquier credo, lo son para mi al margen de mis convicciones.

La Mina de Sal de Wielizka es un real prodigio del talento y del esfuerzo del hombre. Bajamos 300 metros adentrándonos en el vientre de la mina, por una escalera caracol angosta, mientras las luces rebotan en las paredes de sal compacta hasta llegar a un enorme espacio abovedado, la nave de una iglesia en las profundidades de la tierra. En las paredes, enormes escenas bíblicas en talla directa, el altar con la escena de la crucifixión a doble escala humana me deja perplejo. Artistas, tallistas orfebres de la sal dejando su mensaje de fe. Una enorme araña central ilumina la nave en la que se rezan oficios dominicales. Al ascender por un pequeño ascensor, la luz solar enceguece por un momento.

Mientras retorno al hotel memoro lo visto, aún maravillado: la fe y la vida en Wielizka, el dolor y la muerte en Auschwitz, separados por unos cuantos kilómetros. Pronto me toparía con eso, pero es otra historia.

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Vista del Castillo de Babel. En primer plano, construcciones originales, algunas restauradas, del S XVIII.

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Carros para pasear turistas en el centro de la ciudad.

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La torre del Ayuntamiento, Plaza del Mercado, Rivera Glowny.

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Feria de ropa y calzado en el barrio judío de Kasimieres, un domingo a la mañana.