editorial

Actos públicos y campaña electoral

Con su relato épico y su despliegue propagandístico, el kirchnerismo lleva a un nuevo nivel viejos vicios de la política tradicional.

El desborde de la publicidad electoral en distintos soportes ha tenido tradicionalmente efectos negativos. Principalmente, la inequidad que supone para los distintos partidos y candidatos la disparidad de recursos, y el hastío que la saturación produce en los ciudadanos, muchas veces devenido rechazo.

Estas consecuencias son perjudiciales en sí mismas, pero a la vez potencialmente amenazantes hacia la representatividad de la voluntad popular que debe surgir del acto comicial y contra el propio involucramiento de la sociedad.

En atención a ello, el Estado ensayó diversas respuestas: la asignación de espacios gratuitos, la fijación de límites temporales a los períodos proselitistas, las restricciones a las actividades de ese tenor para quienes detentan cargos públicos e, indirectamente, el control de los fondos y aportes que maneja cada fuerza.

En ese orden es que ley que reemplaza la contratación de avisos electorales en medios audiovisuales por la asignación igualitaria de espacios, resulta un avance en orden a la transparencia, la equiparación de oportunidades para los candidatos, y la asimilación de los mensajes por parte de la ciudadanía -además de una contribución a mejorar su predisposición a recibirlos.

Aun con tal marco conceptual y esas reglas de juego -siempre sujetas a profundizaciones y mejoras-, existen espacios ambivalentes en que resulta difícil separar los planos del interés general y la gestión pública, por un lado, y la especulación coyuntural y las conveniencias particulares o sectoriales, por el otro. Es decir, el período preelectoral no puede ser óbice para la inauguración de obras, el lanzamiento de programas o la difusión de las actividades de gobierno. La zona gris resultante de la yuxtaposición es el campo en que, con mayor o menor sutileza o habilidad, se mueven los funcionarios-candidatos o recogen beneficios los “caballos del comisario”. Y así es como los postulantes de los respectivos oficialismos tendrán lugares reservados en las primeras filas, los palcos y los cortes de cinta -siempre al lado del mandatario pertinente- y sus nombres no serán olvidados por los locutores oficiales al repasar la lista de asistentes destacados a los eventos que fuera.

El aprovechamiento de estas posiciones ventajosas se produce, entonces, por el propio peso de las situaciones relativas, y por la explotación de las mismas con proporciones variables de picardía y cinismo.

Con su retórica de batallas épicas y el monstruoso despliegue del aparato de medios estatales o para-estatales, el kirchnerismo ha extendido y potenciado de manera inédita esta ambivalencia, otorgándole vigencia permanente. En el marco específico de la campaña, la presidenta fue mucho más allá y, además de multiplicar la presencia de su candidato favorito -el correspondiente al vital y difícil distrito bonaerense- en actividades de gobierno, e incluso “colarlo” en la galería de fotografías papales, no vaciló en utilizar la hiperexplotada cadena nacional y los discursos públicos para repetir eslóganes de campaña o apelaciones directas al voto.

Una vez más, mientras el sistema ensaya maneras de acotar o condicionar los vicios tradicionales de la política, el kirchnerismo los lleva a un nuevo nivel, y grafica con mayor elocuencia a qué alude cuando habla de “ir por todo”.

Existen espacios en que resulta difícil separar los planos del interés general y la gestión pública, por un lado, y la especulación coyuntural, por el otro.