Señal de ajuste

Acuarela medieval

Acuarela medieval

“The white queen” se emite los domingos, a las 22, por Moviecity.

Foto: Gentileza producción

 

Roberto Maurer

La historia de las monarquías inglesas es una favorita de la ficción para masas, y tal vez por el impulso involuntario de Shakespeare, que descubrió las posibilidades de un yacimiento de pasiones, asesinatos, intrigas palaciegas y ambiciones de poder. Nuevamente, han inspirado un folletín épico romántico titulado “The white queen”’ (Moviecity, domingos a las 22), una serie enclavada en la “Guerra de las Rosas” (1), cuando los York y los Lancaster no eran marcas de cigarrillos, sino los representantes de una lucha feroz por el trono, y sin duda más peligrosos para la salud que el tabaco.

En 1464, llevan nueve años haciendo correr sangre, y es el punto de partida de la relación entre el victorioso Eduardo IV, juvenil heredero de la casa de York, y la un poquito mayor Elizabeth Woodville, viuda de guerra, plebeya e hija de un escudero que, con su familia, se enrolaron con los Lancaster.

Con la derrota, la muerte de su marido y dos hijos a cargo, a Elizabeth le han confiscado las tierras y quiere recuperarlas. La petición al nuevo rey será acompañada de estudiados rubores, caídas de ojos, y prendas ceñidas. Eduardo IV, de unos veinte años y ya reconocido como libertino, es un pibe lindo como Luis Miguel en sus tiempos mozos, e igualmente atropellador.

UNA VIUDA PRAGMÁTICA

Ante los resultados de las últimas batallas, ella está dispuesta a cambiar de filas y reubicarse con los ganadores. Cuando va al primer encuentro con Eduardo, a interceptarlo en un camino de campo, con un hijo de cada mano, informa a los niños:

—Vamos a conocer al nuevo rey, chicos.

—¿A Enrique? -pregunta uno de los inocentes, mencionando al príncipe vencido. Está desinformado.

—No. al nuevo rey. Eduardo -corrige la madre.

—Eduardo de York no es el rey. Mató a nuestro padre.

—Ahora es el rey -afirma, ella: el pragmatismo de la época.

Hay coqueteos desde la primera entrevista. “Soy tan afortunado en la batalla como en el amor”, se insinúa Eduardo, flechado, que se toma el breve plazo de un día para contestar al pedido de devolución de las tierras confiscadas. Al otro día, sus avances son tibiamente resistidos por Elizabeth, cuyos familiares, en tanto, se alteran ante el inminente cambio de bando: hay demasiadas facturas pendientes, desde insultos a parientes muertos. Pero, “¿cómo hace una pobre viuda para abrirse camino en el mundo?”, advierte Jacquetta, la astuta madre de Elizabeth, que practica ocultismo clandestino y contribuye con su magia a consolidar a la futura pareja.

A la tercera cita, Eduardo lleva a la bella viuda -o es llevado por ella- a un pabellón de caza del cual emergen al otro día enamorados y satisfechos, lo suficiente como para dar otro paso precipitado: en una capillita se casan secretamente. La legitimidad de la boda será puesta en duda por los York, no había testigos de la familia, y alguien sospecha que Eduardo puso “un sacerdote falso para llevársela a la cama”.

La ambigüedad de las intenciones de esta oscura mujercita (¿inocente o calculadora?) que llegó al trono y su romance con Eduardo resultan factores descoloridos ante la poderosa trama que ofrece el contexto del poder. El duque de Warwick, el hombre fuerte de la monarquía que aspiraba a casar a su primo Eduardo con una princesa francesa, sufre un terrible contratiempo ante la inesperada aparición de la nueva reina.

—Debería haber imaginado que esa puta te echaría el anzuelo cuando te llevó a su choza -le ha dicho al rey, mientras masculla-. El chico está dominado por la lujuria, pero ya lo haré entrar en razón.

RECIBIMIENTO HOSTIL

La intención del “hacedor de reyes”, como lo llamaban a Warwick, era la de casar a Eduardo para lograr la paz con una Francia dispuesta a comerse crudos a los ingleses, que no paraban de pelear entre ellos. En Londres, Elizabeth es despreciada por la corte e insultada por el populacho.

El cara a cara entre Jacquetta, la madre de Elizabeth, y la Reina Madre, es colosal. Ya que le reprochan que su hija es plebeya, Jaquetta saca a relucir un viejo chisme.

—Escuché una cosa cuando nació Eduardo, ¿fue un arquero, verdad? (2). Se llamaba Blayburne, creo. La gente dijo que hicisteis de vuestro esposo un cornudo -dice, igualando el marcador: el nuevo rey es un bastardo.

“The white queen” es una acuarela kitsch de la bella Edad Media, con césped bien cortado, besos empalagosos, armaduras lustradas, y dentaduras relucientes que, a pesar de ser una producción inglesa, fue rodada en locaciones de Bélgica.

Como siempre, los historiadores buscaron lucirse y se hicieron un picnic señalando detalles erróneos, recordando, por ejemplo, que la batalla de Bosworth se produjo en verano y no en los terrenos nevados del invierno que aparecen en la pantalla.

(1) La exitosa fantasía épica “Game of Thrones” tomó elementos del histórico conflicto dinástico.

(2) Se trata de un soldado de la época, se entiende, y no de un guardavallas.